De un dedo de Dios cayó un trozo de uña partida. De esta uña brotó un bosque con troncos imposibles, cuya circunferencia hacía necesarios tres días de camino para rodearla.
Al cabo de tres días, el viajero encontraba en el punto de partida una flor, una amapola color esmeralda como el mar Mediterráneo un mediodía de agosto. Dentro de la amapola, en el anillo negro que tienen todas estas flores, no se encontraban pistilos sino un diamante transparente pulido en doce caras.
Al tomarlo entre los dedos, los petálos se deshacían en cenizas y el diamante se volvía negro. Si antes era un liso y suave cristal, la superficie se transformaba en áspera entre sus palmas. Un segundo después aquello sólo era una especie de piedra volcánica, rugosa, sin más valor.
Al tirarla al suelo con violencia, lejos, por su escaso valor, se convertía en llamarada en el punto donde tocaba la superficie del bosque. Y después en una hoguera anaranjada, en cuyo interior ardía un libro con tapas metálicas que empezaba a chamuscarse.
Con miedo y curiosidad, con angustia por impedir que se quemara, el viajero andaba unos pasos hacia la hoguera. Las llamas se volvían entonces verde esmeralda y se apagaban dejando hilos enmarañados de un humo con olor a jazmín.
El libro estaba abierto por su página central. ¿Cuál era su título? ¿De qué siglo era? Parecía antiguo, valioso.
No importaba.
A doble página, en letras doradas de estilo barroco, se escribía la frase:
Vive.Escribe.Calla.Granada.
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