El pasado día 3 de marzo el diario EL PAIS publicaba un dato altamente preocupante, al menos debería de serlo. El suicidio se ha convertido ya en la causa de muerte no natural en España por detrás de los accidentes de carretera, reduciéndose estás muerte en un 20% durante el año 2008.
Si importante es la sustancial reducción de muertes en el asfalto, también es el importante el hecho de que las muertes por suicidio sean la principal causa de los fallecimientos de españoles por muerte no natural. Ello inexorablemente nos conduce a una conclusión. Algo está fallando, algo estamos haciendo mal, en algo nos estamos equivocando. Y somos tan obtusos que no lo vemos y disfrazamos nuestro error con quimeras de falsas noticias esperanzadoras.
La angustia, la desesperanza, la frustración, la soledad, el autodesprecio o agotamiento, la falta de recursos laborales y económicos, y una vida afectiva y sentimental desestructurada incitan a que las personas en muchos momentos de la historia se vean incitadas a quitarse la vida. Esto ha sido una constante en la historia de todas las civilizaciones. Pero extrapolando estas motivaciones a nuestra sociedad más inmediata, lo cierto es que deberíamos hacer una reflexión seria y concienzuda. Algo importante esta fallando en los más profundo de la sociedad para que cada día el número de muertes por suicidios aumente considerablemente. No sé exactamente bien el qué, pero me reitero de nuevo, Algo falla, y la responsabilidad es de todos. Todos formamos parte de este enjambre al que llamamos sociedad. Todos estamos imbuidos, de una manera o de otra, y, en consecuencia, todos tenemos nuestra parcela de responsabilidad. Otra cosa muy diferente es que no lo veamos. O, mejor dicho, que no lo queramos ver. Eso es otra historia pero los datos están ahí. Y eso es inexcusable.
El famoso psiquiatra Luis Rojas Marcos señala que el suicidio es la expresión más cruel de morir. El hombre llega a degradarse hasta el extremo atroz de quitarse su propia vida, el don más preciado con que fue investido por la naturaleza humana. Pero lo peor del suicidio no es la muerte en sí de la persona, sino lo peor es la angustia vital que queda en la mente y en el corazón de los que se quedan. Los familiares y allegados del suicidado siempre confluyen en un mismo punto. Se les queda grabado a fuego una eterna retaíla de preguntas sin respuesta cuya cicatriz queda para siempre en la retina de sus mentes y de su corazón. La vivencia del suicidio es un acto cuya herida jamás llega a cicatrizar, y sangra, con mayor o menor flujo, mientras vive la familia del suicidado. Muchas son las incógnitas y respuestas que se lleva éste tras de sí cuando acaba con su propia vida. Y esa cicatriz no se cierra nunca. El invariable paso de los años no hace, si no alimentar la llama de la duda. Y la duda es sinónimo de desesperanza. La incertidumbre siempre genera decepción y se embulle en un círculo cerrado que no tiene fin.
Como seres humanos nos cuesta aceptar que somos mortales, y cada vez que la muerte nos golpea, parece como si fuera la primera vez. Cada duelo es único. No hay jerarquías en el mundo del dolor. Cada ser humano vive su duelo a su manera. El proceso dependerá de las relaciones afectivas previas con el suicidado, de las circunstancias de la muerte y de la forma de ser del que se queda.
Cuando se trata de un suicidio, se ponen en juego determinadas circunstancias que pueden llevar a la persona en duelo hacia dificultades particulares. La muerte parece que ha hecho trampa: se ha llevado a alguien a quien todavía no le había llegado la hora. Se trata de una muerte para la cual uno generalmente no se ha podido preparar y en la que el propio fallecido es el autor. El suicidio se vive como una trasgresión de las leyes naturales, una trasgresión estigmatizada desde antiguo por la sociedad, las leyes y las religiones.
La persona en duelo se va a ver inmersa en una situación especialmente agotadora. Agotadora porque no comprende, porque duda incluso que haya podido ser así, porque se rebela contra Dios o contra el destino, contra el hecho mismo del suicidio. Agotadora porque se siente culpable: “Si lo hubiera sabido, si me hubiera dando cuenta, si…si…si…”. Se puede sentir también asediada en cualquier momento por las imágenes traumáticas de la muerte. Quizás no encuentre tampoco en su entorno la ayuda que hubiera recibido de tratarse de una muerte por accidente o enfermedad. Por estos motivos, precisamente, el acto del suicidio deja tras de sí un interminable rosario de preguntas que jamás encontrarán una respuesta válida a los ojos de los que se han quedado.
Heidegger llegó a afirmar que el hombre es un ser para la muerte. No en vano, la muerte es una circunstancia personal, individual, propia, e insustituible por ninguna otra. Quizás por este motivo, el acto de la muerte no pueda ser vivido con-otro, aun cuando el moribundo pueda estar acompañado de otro. Por ello, el acto de la vida en el que más grabado está el sello personal del individuo es el acto de la muerte. Ese sello siempre está decorado con la soledad como telón de fondo. La radical soledad del hombre queda bellamente plasmada ante la muerte expresa de Cristo en la cruz cuando exclamó: “¿Díos mío, Díos mío, por qué me has abandonado?”. Es la expresión más evidente de un hombre que se siente y se sabe solo ante su propia muerte.
Vinoda, uno de los expertos en el tema, dice que el suicidio es un fenómeno complejo que comprende factores físicos, sociales y psicológicos que actúan e interactúan; sin embargo, la forma en que el individuo se relaciona con su medio ambiente y cómo afecta este último su personalidad, son causas que determinan que el individuo intente suicidarse o no.
Ésta es, a grandes líneas, la radiografía del suicidio: la primera causa de muerte no natural que tenemos en España actualmente. Qué mérito tenemos. Qué importantes somos. Pero también qué ineptos somos porque este hecho sólo nos está conduciendo a un camino sin retorno; al fracaso más absoluto de nuestras estructuras. Pero a pesar de todo, seguimos presumiendo de vanguardistas, de atrevidos, de todo… menos de lo que realmente deberíamos de presumir. Mejor dicho, no deberíamos presumir de ello. Antes bien, buscar soluciones y reflexionar desde todos los estratos sociales para comprobar de verdad por qué sucede esto, por qué hemos fracasado, por qué estamos dando una imagen tan paupérrima a las generaciones venideras, En resumen, por qué no somos capaces de ver nuestros propios errores e intentar enmendarlos de forma eficaz y rápida. Eso sólo tiene un nombre: fracaso. Mientras tanto, presumimos de Unión Europea y similares. O sea, de vergüenza.