El estreno gibraltareño, en El Mundo.
Si el diablo está en los detalles, como dicen, el trabajo de los medios de comunicación se parece mucho al averno. La mayoría de los consumidores desconoce que el tamaño de las noticias, recogidas donde sea, depende de distintos factores, que van desde su valoración respecto a otras surgidas ese mismo día, al precio del papel en los mercados escandinavos, en el caso de los periódicos. La mejor o peor difusión depende, por tanto, de pequeños detalles, del dolor de cabeza de un redactor jefe que, avanzada la tarde, se resiste a sustituir una crónica para no retrasar, otra vez, la hora de salida.
Internet nos ha traído nuevas formas, que imponen informaciones breves, cuando no incompletas, y ha cercenado en buena medida la preocupación por incorporar datos o información adicional, medida que yo defiendo aunque ésta sea secundaria, innecesaria e, incluso, insustancial.
Federico Trillo protagoniza buena parte de las crónicas referidas al último conflicto por razón de Gibraltar. Ahora embajador, antes ministro de arenga geográfica dispersa (¡Viva Honduras!), Trillo está harto de que le convoquen para tomar el té los del Foreign Office (que no es una aplicación informática, sino los Exteriores de allí). Si la cosa se calienta, puede que lo manden para España “con su burro, su sombrero de paja y su sangría” como pidió el diputado Ian Paisley Jr., que aunque lo intente nunca llegará a alcanzar en verborrea a su padre, enemigo acérrimo del nacionalismo irlandés (con el que gobernó), de la homosexualidad (no tengo datos) y del Papa, al que llamó Anticristo a la cara en el Parlamento.
Vuelvo a Trillo sólo para sugerir un relevo en el protagonismo principal de la historia y otorgársela a Ramón Margalef, científico barcelonés que da nombre al buque oceanográfico de 46,70 metros de eslora (dato gratis) que, a decir de los ingleses, ha invadido las aguas gibraltareñas. Fallecido en 2004, Margalef, del que no habla ninguna crónica en estos días, fue el primer catedrático de Ecología de España. Trabajó, sobre todo, en la Universidad de Barcelona, pero fue reconocido en el extranjero como una eminencia, que decía mi abuela Esperanza. Estudió, becado primero y después por su cuenta, las algas y el plancton, y aplicó la teoría de la información (una cosa de matemáticas) a la ecología. En 2004, cuando falleció, dieron su nombre a un premio y, en 2011, al ahora famoso barco.
Aprovecho la ocasión, aunque viene poco a cuento, para felicitar a los integrantes de la selección de Gibraltar por su empate a cero goles en su estreno UEFA ante Eslovaquia, país que confundí con Eslovenia en mi post del lunes (disculpas).