Ayer tuve todo un día de teatro.
Por la noche Mª Carmen y yo estuvimos en el Tívoli; nuestros hijos nos habían regalado sendas entradas para ver Campanadas de Boda, que presenta la compañía de teatro La Cubana en Barcelona. Una comedia-vodevil-costumbrista que parodia una de las tantas farsas que nos montamos en nuestras vidas: la boda.
Al final todo el mundo aplaudíamos a rabiar. La Cubana tiene esa virtud de introducirte en el espectáculo y hacerte protagonista de lo que ves. No te sientes extraño observándote inmerso en toda esa parafernalia que a lo largo de la farsa van entretejiendo a tu alrededor.
Después de dos horas salimos contentos y con la sonrisa en la boca.
Por la mañana estuve delante de la Tv viendo el otro “teatro”, el que se ofrecía para todos los españoles desde el sacrosanto lugar de la democracia: el congreso de los diputados.
En este caso no se trataba, por desgracia, de una comedia-vodevil-costumbrista, aunque así lo pareciese en ocasiones dado los aplausos y las sonrisas que despertaban entre su cohorte las palabras que nuestro presidente de la nación dirigía a todos los españoles.
Nunca he entendido por qué se aplauden las intervenciones de los políticos y cómo la persona aplaudida se levanta de su escaño las veces que haga falta en función de los aplausos, como si de un gran teatro se tratase en donde sus protagonistas vuelven a aparecer en el escenario en tantas ocasiones como los aplausos del público puesto en pie lo solicitan.
Claro que existe una diferencia: en el teatro el espectador premia con sus aplausos las emociones y los sentimientos que lo visto y lo oído le ha transmitido independientemente de quién sea el actor.
En el hemiciclo de nuestros representantes los aplausos sólo vienen del lado cuyos colores políticos coinciden con aquel que está hablando. Así, ayer, los aplausos más sonados (por aquello de la mayoría absoluta) se los llevó don Mariano Rajoy, aunque, según afirmaron todos los participantes, lo que decía era doloroso e iba a poner al borde de la pobreza a mucha más gente de la que ya está actualmente consolidada. Sin embargo para la señora Rosa Díez, por ejemplo, que dijo algunas verdades y llenaba de cierta sensibilidad el corazón del oyente, apenas se escucharon los tímidos aplausos de sus otros cuatro parlamentarios.
Es normal que unos actores de oficio busquen el aplauso en su saber hacer encima de un escenario; pero no debería ser lógico que nuestros representantes se alcen en la tribuna del congreso buscando el aplauso a su discurso y más cuando este discurso arroja a la pobreza a miles de ciudadanos.
Mientras en el teatro del hemiciclo don Mariano anunciaba rebajar el número de enlaces sindicales y en los escaños se gritaba: “¡Que trabajen!”, trabajadores de Asturias, de Aragón, de León, de Castilla-La Mancha… habían tenido que llegar a Madrid para intentar hacerse oír. Miles de personas llenaban las calles de Madrid dando apoyo a los mineros, aplaudiendo su lucha y sus reivindicaciones. Pero en el hemiciclo, en la casa de todos, ni una palabra sobre los mineros, ni sus demandas… Para atenderlos habían enviado a las fuerzas del orden que en nuestro estado de derecho son las encargadas de cuidar y velar por los derechos de todos los españoles…, también, y sobre todo, los suyos… los de aquellos que seguían actuando en el graderío de nuestro congreso…
Y en el libreto que se seguía interpretando en ese graderío, en lo que es la casa de todos, don Mariano nos decía de bajar en un 10% la prestación por desempleo a partir del séptimo mes “para incentivar la búsqueda de trabajo”. De lo que se deduce que otra vez se culpabiliza a los de siempre, a los que menos tienen y menos pueden: en este caso a esos casi cinco millones de parados que da la sensación que están deseando permanecer en esa situación durante meses porque así están bien y su objetivo es el de hacer la puñeta al gobierno y a la patronal que pierde dinero a espuertas y cierra sus empresas porque no se cubren los puestos de trabajo que necesitan…: ¡ninguno quiere trabajar y hay que incentivarlos! Será también que el 50% de jóvenes sin empleo son ¡unos vagos que no mueven el culo y están en casa de sus padres porque así viven mejor!: “¡Que se jodan!”, dicen que dijo una diputada por Alicante en medio del estruendoso aplauso con que las filas del PP premiaban a su líder por la “buena noticia” anunciada a todos los españoles.
Luego don Mariano habló del IVA, del impuesto que nos “iguala a todos”: todos pagamos el mismo porcentaje de impuesto por el mismo kilo de carne, pero su subida grava más el porcentaje de los sueldos menores. Y habló también don Mariano de la ley de Dependencia que consiguió erradicarla de raíz, sobre todo, ¡cómo no!, para aquellos que menos pueden y menos tienen…
La verdad es que el teatro de la mañana no lo pude aguantar hasta el final, no me transmitía sentimientos, no me hacía protagonista de lo que oía y me sentía extraño en todo ese montaje que se estaba interpretando en la que dicen es la casa de todos los ciudadanos. Así es que apagué la Tv y me abrí a las redes sociales para unirme a las miles de personas que en la calle reivindicaban con los mineros sus/nuestros derechos.
Junto a ellos me sentí protagonista y representado. Habrá que salir a la calle para prender la gasolina que han echado.