Me debo tiempo. Calidad en el tiempo. Pensar y decidir al tiempo. Me debo algunas partículas elementales –dirían- para conformar la primera base de quien quiero ser. Y, esa, es una deuda seria, señores. Una deuda por la que no deberían dejarnos salir del país. Me debo un par de alpargatas, esto es cierto y no es menor; me debo algo de memoria, también. Me debo una cuota de juventud que todavía no pagué, me debo mi sala vacía, silencio, una escuela real de homónimas miserias. Me debo mirar un poco más al reloj para verlo espeluznante. ¡Necesitamos que nos parezca espeluznante, demonios! Lo es. Me debo melancolía, pasión y una palabra fundamental. Me debo la vida que traje hasta acá. Y, lo que es peor, se la debo, ya, a alguien más. Mientras tanto, mientras no escribo en este blog ni en ningún otro lado, recurro a mis viejos subrayados y se los comparto, si es que todavía están por ahí. Confío –¡Dios mío de dónde he sacado yo las esperanzas!- en que sí.
“…la consciencia del paso del tiempo, que, ante la monotonía ininterrumpida, corre el riesgo de perderse y que está tan estrechamente emparentada y ligada a la consciencia de la vida que, cuando la una se debilita, es inevitable que la otra sufra también un considerable debilitamiento. Se han difundido muchas teorías erróneas sobre la naturaleza del hastío. En general, se piensa que, cuando algo es nuevo e interesante, hace pasar el tiempo, es decir, lo abrevia, mientras que la monotonía y el vacío entorpecen su marcha y hacen que se estanque. No obstante, esto no es del todo exacto. Cierto es que la monotonía y el vacío pueden dar la sensación de estirar el momento, las horas, de manera que se hagan largas y aburridas; pero no es menos cierto que, en el caso de grandes o grandísimas extensiones de tiempo, lo que hacen es abreviarlas, neutralizarlas hasta reducirlas a algo nimio. A la inversa, un acontecimiento novedoso e interesante es sin duda capaz de hacer más corta y fugaz una hora e incluso un día, pero, considerando el conjunto, confiere al paso del tiempo una mayor amplitud, peso y solidez, de manera que los años ricos en acontecimientos trascurren con mayor lentitud que los años pobres, vacíos y carentes de peso, que el viento barre y que pasan volando. Lo que llamamos hastío, pues, es consecuencia de la enfermiza sensación de brevedad del tiempo provocada por la monotonía. Los grandes períodos de tiempo, cuando trascurren con una monotonía ininterrumpida, llegan a encogerse en una medida que espanta mortalmente al espíritu. Cuando un día es igual que los demás, es como si todos ellos no fueran más que un único día; y una monotonía total convertiría hasta la vida más larga en un soplo que, sin querer, se llevaría el viento. La costumbre hace que la conciencia del tiempo se adormezca o, mejor dicho, quede anulada, y si los años de la niñez son vividos lentamente y luego el resto de la vida se desarrolla cada vez más deprisa y se acelera, también se debe a la costumbre. Sabemos perfectamente que introducir cambios y nuevas costumbres es el único medio del que disponemos para mantenernos vivos, para refrescar nuestra percepción del tiempo, en definitiva, para rejuvenecer, fortalecer y ralentizar nuestra experiencia del tiempo y, con ello, renovar nuestra conciencia de la vida en general”. Fragmento de la montaña mágica, Thomas Mann.