Me paso las mañanas esperando que vuelvas del trabajo. Dejándome el aliento en limpiar el espejo del vestibulo, para cuando llegues veas lo elegante que estás. Si quisieras, hariamos un desayuno un poco más largo, aunque el taxista enfadado te espere un par de minutos.
El tiempo se queda quieto, cuando tú te marchas, el reloj de la cocina se resiste a avanzar, no pasan siquiera segundos, imagina las horas. Sin embargo, el tiempo vuela cuando estás a mi lado, el mismo vago reloj esprinta para que las horas se acorten.
Me duele que estos ratos no se puedan acumular, desgranar como cuentas de rosario cuando tú no estes, y porque no pueden durar un poco más, no pido mucho, sólo un poco más.
Pido lo que necesito.