Uno es consciente cuando habla, cuando escribe, que hablar de ciertos temas supondrá la risa de compañeros y lectores, la burla por escribir a cerca de ciertos aspectos tan personales que parecen abocados a ahogarse en la vanalidad del día a día.
Y aun así escribimos, semana a semana, y lo seguiremos haciendo conscientes de que aquello destinado al silencio y al olvido causará la admiración de al menos una persona de tantas que nos escuchan, de tantas que nos leen. Ese es el primer gran consejo que les ofrezco: “No tengan miedo de compartir aquello que piensan y sienten”, pues se lo prometo, la más sencilla admiración de una persona acallará hasta la más sonora de las burlas.
Recuerdo que apenas unas semanas antes de escribir estas líneas una amiga me pedía: “Enséñame a sacar fotos, enseñame como lo haces”. Poco tiempo necesité para recordarle, para recordarme, mi ignorancia; y entonces me plantée: ¿qué es aquello que, en ocasiones, me lleva a hacer fotografías que otros consideren bonitas? Tan rápido como me planteé la pregunta apareció ante mi la respuesta, como por arte de magia, como cuando descubrimos aquello tanto tiempo sabido pero nunca antes planteado.
Y aquella respuesta se convirtió en mi segundo gran consejo: “Lo importante no es aquello que fotografiamos, es lo que somos capaces de ver”. Olvídense de la técnica, su propia pasión les llevará a aprender, sólo una cosa les llevará a tener ventaja sobre el resto de fotógrafos, será irremplazable, será inigualable, será la forma en que ven el mundo que les rodea.
De ese estímulo nació el tercer consejo, un consejo sin el cual ninguno tendría sentido: “No tengan miedo de su ignorancia, miedo a participar”. Vean y escuchen; aprendan de lo que tienen a su alrededor para saber verlo, para saber valorarlo. Elijan y háganlo con cuidado pues la belleza comenzó cuando alguien empezó a elegir.
Por último les doy un aviso: “Si no se detienen a pensar cuando ven sus fotografías, es que no merecen la pena”. No puedo evitar observar aquellas niñas de Thailandia de ‘collares’ dorados, aquel niño de Argelia en el hamman o aquellos chicos de las revueltas de Londres sin recordar sus historias, mis historias; cada una de las sensaciones que me rodeaba y hasta el momento en que decidí apretar el disparador para retener ese instante en mi recuerdo por siempre.
Así que, llegados a este punto, creo que si algún consejo he de darles no es otro que el siguiente:
“Vean y elijan, piensen y sientan”
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