Revista Literatura

El último cigarrillo

Publicado el 20 febrero 2011 por Mqdlv
- Marlboro diez, por favor.
- Pensé que habías dejado de fumar.
- Hoy no puedo dejar de fumar, ¿cuánto es?
- $3,75. ¿Entonces volviste al vicio?
- Los ex fumadores siempre nos estamos yendo, si vieras lo demandante que es.
Encendí el cigarrillo en la puerta del quiosco y lo fumé hasta su mitad. Cuando volvés a pitar tabaco después de un tiempo, notás que en verdad se trata de algo horrible, evidencia que, por otro lado, a los fumadores que fumamos porque nos encanta tener la vara en la mano nos importa lo mismo que la suba del precio del combustible a los pobres: puntualmente nada.
Me fui con mis nueve cigarros restantes a dar una vuelta por ahí. Es decir, por acá, por el barrio, como siempre desde que me pareció descubrir que la diferencia está en la mirada y no en la escena y que en todos lados sucede más o menos lo mismo.
Había decidido suicidar el sábado a la noche y eso es algo que al grupo de los que fumamos porque nos encanta tener la vara en la mano y vemos en la luna la lágrima vital de nuestra inspiración, nos gusta más que matar un lunes. Porque a un lunes lo mata cualquiera. Pero montarse el cuerpo de un sábado a la noche hasta el filo de la semana, mientras que a veinte cuadras suceden tres casamientos (sí, tres o sea seis menores de treinta años que deciden esto de unir sus vidas para siempre frente a cientos de bailarines devaluados), es algo que solo podemos hacer los que fumamos porque nos encanta tener la vara en la mano y vemos en la luna la lágrima vital de nuestra inspiración.
Para cuando llegué hasta la plaza me quedaban ocho cigarrillos. El noveno lo había sentido mejor, ya, así que ajusté una nueva vara en mi mano y miré la luna durante el rato que bastó para desvelar al pasado y refirmar la dirección de mi noche. Entonces apagué la colilla y, mientras sacudía el cuaderno en que había anotado algunas ideas con la intención de guardarlo en mi morral y seguir caminando, ¡alguien me llamó por mi condenado nombre!
- Hola – dije al levantar la mirada, como para hacer algo.
- ¿Cómo estas, Marina?
- Ay –le dije, como para exclamar algo.
- ¿Qué hacés sola por acá de noche?
- Te pido mil disculpas –le dije, como para decir algo.
- ¿Escribís?
- Te pido mil disculpas –insistí.
- ¿Por qué?
- Bueno, es que… no me doy cuenta de dónde te conozco.
- Dale –dijo, cantando la “a”.
- Bueno, en verdad no sé –dije, como quien necesita que le crean que es una verdad lo que está diciendo, maldita sea, ¡tanto trabajo tiene que dar la verdad!
- Soy Johy, hicimos juntas hasta tercer año, vos después te cambiaste de colegio.
- Ay, te pido mil disculpas, pero es que en verdad…
- Johy, Johy Uriarte, Marina, fuimos juntas con Flor Piñas, Valen Zacarías, Tomate, tuvimos de profesora a Berther en literatura.
- Ah, de Flor me acuerdo y de Tomate también.
- ¿De Valen no?
- No.
- Qué raro, viajamos juntas a El Palmar en primer año, estábamos en la misma carpa, Marina, me da gracia que no te acuerdes.
Pisé una nueva colilla. Para esa altura de la conversación, seis cigarrillos me daban pánico.
- ¿A qué colegio fuiste?- le pregunté.
- ¿Sos Marina Agra? ¿O no? -me replicó.
- Ja, creo que sí.
- Ja. ¡Qué poca memoria!
- Es que yo no nunca fui a El Palmar.
- Dale –dijo otra vez, así, estirando la “a”.
Me invitó a tomar algo y aunque encendí un cigarrillo para explicarle esto de mi pertenencia al grupo de los lunáticos dependientes y mi necesidad de atravesar un sábado en soledad para inclinar un poco la balanza de los tres casamientos, fue tan categórica que subí a su auto. Hay veces que si le confiás algo de atención al llamado universal, te da la sensación de que no decidís nada.
- Una de las que se está casando soy yo. Pero solo me gustaría fumar un cigarrillo –dijo y manejó hasta Goyeneche, el bar-popular del barrio, relatando algunas anécdotas de las que me sentí parte, y otras que ni siquiera reconocí cercanas.
- ¿Sabés? –le dije- es un poco confuso esto.
- ¡Ja!
- En serio, creo que no te conozco.
- Marina, vayamos al médico, aunque creo que la falta de memoria no tiene cura, ja ja ja ja.
Se sentó en la mesa de siempre, bueno, la que para mí es la mesa de siempre, y pidió una botella de cerveza.
- La que tengan más barata –dijo.
Pedí unos palitos bien secos y un cenicero. Le ofrecí el cuarto cigarrillo y agarré uno para mí. Estuvimos un rato en silencio. Johy miraba los poster de Goyeneche, las fotos del Che, la vi leer varias veces la frase insignia del lugar “no importa” y finalmente me decidí a preguntarle:
- ¿Cómo es eso de que sos una de las que se está casando?
- Sí, las otras son Sole Oyhanrique y Flavia Gaudio.
- Sí, eso lo sé, pero pensé que el otro casamiento era de Mauro y Guadalupe.
- Sí, soy yo Marina, Guadalupe Johana Uriarte. Me hacés reír.
- ¿Y cómo estabas en la plaza si te estás casando?
- Bueno, esa es una buena pregunta.
- Gracias.
- Me fui.
- ¿Cómo que te fuiste?
- Sí, agarré el auto y me fui –la moza trajo la cerveza- Gracias, ¿cuánto es? Yo te invito.
- Gracias, ¿entonces?
- ¿Qué cosa?
- Me estabas diciendo que te fuiste de tu propio casamiento. Pero no estás vestida de fiesta.
- Pasé por mi casa antes.
- ¿Y tu novio?
- No sé, debe estar bailando.
- ¿No se dio cuenta que te fuiste?
- Supongo que sí.
Seguimos calladas durante un rato, unos diez minutos tal vez, hasta que me pidió un cigarrillo.
- Ay, discúlpame.
- ¿Qué pasó?
- Me quedan solo dos –le dije- no te puedo dar.
Y encendí uno.
- ¿Sos fumadora? –le pregunté.
- Hoy sí.
- ¿Y antes?
- Solo los días que no puedo no fumar.
- Ah, sos de mi equipo, de los que fuman cuando necesitan tener la vara en la mano.
- Sí, ya sé.
- ¿Cómo sabés?
- Porque fuimos juntas al colegio, Marina, ja, me hacés reír.
- Pero cuando iba al colegio yo no fumaba.
Preferí no seguir con la conversación y entonces le pedí que me contara cómo es el preparativo de un casamiento. Habló con entusiasmo y en algún momento dejé de escucharla con atención analítica para hacerlo con la intención de memorizar lo que decía para usarlo como material de un cuento sobre una chica que pasaba un año entero de su vida planificando un casamiento, contrastada con todas las otras cosas que se podían hacer durante un año en el que no se planificaba ningún casamiento. Con las cosas que, por ejemplo, había hecho yo.
Johy calló y sonrió con amabilidad. Giré, y vi a la moza alejarse.
- ¿Qué dijo? –le pregunté.
- Que están cerrando, nos tenemos que ir.
Se paró con tranquilidad, colgó su cartera de un hombro y yo atravesé mi morral por la espalda. Me dijo eso de que un placer y que gracias por el cigarrillo y yo bueno, igualmente. Y cuando las luces del bar se encendieron, vi su cara iluminada, más allá de su contorno, por primera vez. Corrí la silla con la parte trasera de mis rodillas con tal fuerza que el respaldo golpeó contra la mesa que estaba detras. Era una nena con la piel como arena caribeña, glacial.
- Otro día podemos hablar de la luna. Para mí también es la lágrima vital de la inspiración. Aunque un día decidí mirar el sol.
Volví a mi casa caminando, saqué el último cigarrillo del atado, lo fumé hasta la mitad. Y lo tiré.

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