Nadie se da cuenta de que la vida pasa hasta que una día, sin avisar, te fijas que has perdido el último tren que te llevaría a la Felicidad o, en el mejor de los casos, el tren donde la Felicidad viajaba contigo.
De repente, de manera esporádica y cruel, te encuentras que tu compañero de viaje te ha dejado tirado, se apeó una parada antes, con sigilo, dejándote en un vagón vacío de seres y cosas inertes.
Cruzas tus manos y compruebas como, en cuestión de días, esas manos se han llenado de manchas y han perdido su tersa condición. Ya no eres el jóven de ayer ni siquiera el adulto que subió a ese tren. Te has convertido en lo que todo el mundo se convierte pero de manera brusca, sin aviso, traicionado.
Piel manchada, canas en el pelo y arrugas en los ojos que expresan sabiduría en la vida. No soy un viejo pero ya pasé de maduro.
Ese tren de los deseos sigue adelante, dirección donde las vías le lleve. Pero ya no estoy seguro de dónde voy y menos si merece la pena llegar. Llevo un equipaje demasiado pesado para ir arrastrándolo y no puedo prescindir de nada de lo que llevo en esa maleta llamada Vida.
Esperaste bajar hacia el final, en esa estación próxima a la mía, que sabrías que me haría tanto daño viajar solo. No tuviste la gentileza ni la honradez de hacerlo en las primeras paradas en donde no estaba tan interesado en llegar. Incluso hubiera bajado del tren y hubiera vuelto en otro a mi origen.
Ahora me siento solo en un tren sin frenos que me lleva de cara a la noche a un lugar en donde nunca lo concibí sin ti. Y no lo puedo parar ni puedo apearme hasta la estación término.
Madurando me hice viejo. Aprovechaste esta premisa para ser excesivamente cruel cuando ya te había confesado que me asustaba estar solo y era algo tarde para aprender a estarlo. Cuando me prometiste, mirándome a los ojos, que yo era ese "todo" en tu vida.
Me pregunto si, en la estación que paraste, te hiciste la pregunta de si yo llegaría bien a mi destino y, lo peor, si te hiciste esa pregunta por qué te la hiciste si ya nada te importaba.