El último viaje

Publicado el 23 diciembre 2019 por Sassenach13
Me he enterado tarde de la propuesta de David para el inicio de esta tercera temporada de su reto mensual, y creí que no llegaría a tiempo, pero en cuanto supe ayer los requisitos me puse a escribir el relato y no pude parar hasta terminarlo.
Os dejo a continuación con las condiciones de esta XVII edición. Denominada Extraños en un tren.

REQUISITOS (se pueden usar uno, dos o los tres):
  • Un relato policíaco o de género negro.
  • Un relato en el que se mencione con sentido la novela Extraños en un tren o la autora, Patricia Highsmith.
  • Un relato en el que la acción transcurra en un tren.

Todo en un máximo de 900 palabras. Y aunque el género policíaco no es mi fuerte, no he podido resistirme y creo haber logrado incluir los tres requisitos que se nos proponían. Por cierto, para poder disfrutar de todos los relatos participantes pinchad sobre la imagen creada por David expresamente para esta edición (la que aparece líneas arriba).
Y ahora sí que sí. Os dejo con mi interpretación para este reto literario. Me encantaría conocer vuestra opinión en los comentarios.

Adela, asustadiza como pocas, rara vez gustaba de viajar sola, y menos en tren. Quizá por eso no dejaba de mirar con suspicacia al resto de viajeros. Cualquier movimiento brusco disparaba sus pulsaciones y sobre todo sus miedos. Junto a ella un hombre de mediana edad leía sin descanso una novela de Highsmith. Parecía embebido en la lectura. De no haber sido el único asiento disponible Adela no estaría sentada junto a un desconocido, con tanta naturalidad como parecían tener el resto de pasajeros en sus respectivos asientos.
Para no dar pábulo a sus prejuicios, pasó a imaginar a las personas con quienes compartía vagón como peones de un gran  juego de mesa. Para hacer más interesante el juego los ubicó a todos a finales del s. XIX. Cada uno interpretaba su papel. Por ejemplo, la mujer elegante del fondo, Marquesa de La Porta, viajaba de incógnito con dos de sus hijos y la niñera de estos; la anciana sonriente, separada de Adela por tres grupos de bancos, viajaba al balneario de Corconte para sus problemas de reuma (Adela se había percatado enseguida de los dedos deformes de la mujer); la pareja de jóvenes que se dedicaba carantoñas a cada instante, huía del matrimonio concertado de ella para vivir la libertad de su amor, ese que las familias de ambos no aprobarían jamás.
Y en eso ocupó sus pensamientos durante buena parte del viaje con cada uno de los que subían y ocupaban los puestos libres. Hasta que su propia curiosidad le tendió una trampa, cuando su compañero de banco se retiró por un instante las gafas de lectura y la mujer entrevió en el lateral izquierdo del rostro del hombre (el más próximo a la ventanilla) una fea cicatriz que dividía aquella parte de su cara en dos mitades de asimetría grotesca. Apenas fueron unos segundos los que tuvo para advertirlo, pero resultaron suficientes para que se pusiera nerviosa. El juego había dejado de ser divertido. ¿Es que nadie, salvo ella, se daba cuenta de que viajaban con un asesino?
La voz del hombre, excesivamente ronca a su juicio, la pilló por sorpresa. 
—¿Viaja usted sola? ¿No se le hace aburrido un viaje tan largo sin nadie con quien conversar o sin una buena lectura?
Adela, incapaz de sostenerle la mirada, detuvo sus ojos sobre el extraño bulto que se adivinaba en el bolsillo izquierdo de la chaqueta del hombre. ¡En mala hora! 
El hombre insistió con su voz aguardentosa:

—¿Me oye, señora? ¿Viaja sola? Me he dado cuenta, cuando le mostraba su billete al pica, de que ambos haremos el trayecto completo. No me malinterprete, pero es que se hace raro que no tenga maleta, una revista… Y una mujer sola… tantas horas… 

Con un hilo de voz, Adela logró responderle:

—Viajo sola sí, y no me gusta leer.

Se arrepintió al instante de su respuesta. Había sonado demasiado seca. Eso enfadaría al hombre. Por un lado, porque claramente era un apasionado lector y por otro porque había sido inusualmente brusca. Acababa de darle un doble motivo para asesinarla. Buscó desesperada el apoyo del pica que se alejaba por el pasillo de espaldas a ella, o el de algún otro hombre suficientemente corpulento que pudiera hacer frente al criminal que le había tocado como  compañero.
Sorprendentemente envalentonada se incorporó, pero el hombre la detuvo cogiéndola del brazo.

—Yo que usted no lo haría, señora, a no ser que sea de verdadera urgencia. 

Se desplomó aterrada en el asiento. Todos sus temores se confirmaban. Su angustia aceleró su ritmo cardíaco. El hombre la miraba sin pudor con una sonrisa nada halagüeña. El dolor en el brazo izquierdo y el ardor en el pecho le sobrevinieron de repente, impidiéndole respirar. Nadie pudo hacer nada por ella. Murió a los pocos minutos de una parada cardíaca.
Obligados por las circunstancias detuvieron el tren. Ya en las cercanías del apeadero de Guardo las autoridades interrogaron al hombre de la cicatriz y al resto de testigos o pasajeros. A modo de presentación el que había sido el compañero de viaje de la fallecida rebuscó en el bolsillo interior de su chaqueta y tendió al teniente de la Guardia Civil su tarjeta, pero esta cayó al suelo.
Al agacharse para recuperarla, de su bolsillo izquierdo cayeron también una pequeña funda de polipiel con unas gafas de lectura en el interior y una caja negra rígida con una estilográfica dentro que se abrió tras el impacto. La inscripción de la tarjeta no dejaba dudas.FRANCISCO CABAÑAS BRACESCRITOR—¿Conocía usted a la fallecida, señor Cabañas?—No, teniente. Me limité a darle un poco de conversación y a ser amable con ella. Incluso le advertí para que no fuese al baño si no le era del todo imprescindible. Ya sabe usted lo insalubres que son los baños públicos...


Dejo como siempre, la imagen ⇧⇧⇧⇧ de "lector cero" que os da vía libre para que a través de vuestros comentarios me deis indicaciones sobre cómo mejorar mis escritos. Siempre que seáis respetuosos serán bienvenidos.
Y bueno, eso es todo por hoy. Yo me marcho de inmediato al blog de David para poder ir leyendo los relatos de mis otros compañeros y enlazar allí mi relato para que se sepa que participo. Volveré con vosotros el próximo lunes al mediodía (hora peninsular). Nos leemos.
Un abrazo, cazadores, y...

Te lo contó Rebeca.