Los juegos en la piscina del hotel, con manguitos y sin ellos, en la piscina pequeña y en la grande, han servido para estar muy en contacto, muy cerca, muy juntos...
Aunque también hemos escuchado y presenciado intentos de chantaje emocional a algunos niños para que se comportaran de una determinada manera, lloros por el miedo al agua que fueron respondidos con obligaciones a meterse en la piscina, y otras experiencias que realmente entristecen al ver la cara de los pequeños protagonistas.
La playa ha sido otro de los escenarios que ha permitido mucho juego a través de los paseos, del tirar piedras en la orilla, del adentrarnos los primeros metros (hasta donde quisieron) esperando la siguiente ola, al ver los "barquitos veleros" que intentábamos divisar desde la cercanía y desde la lejanía.
Los bailes en la terraza del hotel, con música latina, infantil, haciendo el trenecito y dando vueltas, han sido divertidísimos, y la antesala de un descansar profundo después de jornadas intensas de disfrute familiar.
Uno de los recuerdos más entrañables es el de la preparación de las maletas para el viaje y cómo Alejandro se hizo totalmente responsable de "su maleta, la pequeña". Estaba emocionado, repasando conmigo si llevábamos todo, metiendo una y otra vez el bañador y la camiseta para la piscina (que cabezota de mí, yo intentaba meter en la bolsa de la piscina). Al bajar del hotel la quiso llevar todo el camino él arrastrando, y ya en la habitación, la dejaba siempre colocada al lado de "la grande".
Bonita experiencia la vivida buscando el descanso en familia.
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