Estaba leyendo un artículo sobre las grandes fortunas escondidas en paraísos fiscales y me he dado cuenta al volver a la portada del periódico y hojear por encima las otras noticias que últimamente todo ronda sobre el mismo tema: el dinero.
Cuando fue creado su gran utilidad era favorecer el intercambio de mercancías, bienes y servicios, ya que el trueque no era lo suficiente eficiente en la mayoría de los casos. Hasta ahí y supongo que durante muchos siglos, mientras el dinero tenía un valor equilibrado de acuerdo con lo que se quería comprar o vender, todo bien. Lo malo vino después, cuando se convirtió en la principal religión en todo el mundo.
Ahora desconozco los factores que hacen que un producto o servicio valga más o menos. Hace años dependía de la oferta y la demanda, la escasez de la materia prima, y otros muchos determinantes del mercado que a mi me parecían tangibles e incluso comprensibles. Pero ahora ese mismo mercado parece que solo le interesa especular, da igual que hablemos de petróleo, o del precio del trigo de los próximos diez años, o de las intangibles primas de riesgo que disparan los intereses y hacen que unos pocos ganen porradas de millones en unos días (e incluso horas si son ágiles).
En este punto los ciudadanos de a pie, los que tenemos una nómina de ir por casa, siempre salimos perdiendo. Nuestro dinero no crece ni se multiplica sino que merma cada día un poco más al mismo tiempo que nos piden más contención y responsabilidad, mientras vemos como el patrimonio de los que nos dirigen económica y políticamente se multiplica proporcionalmente a los años en que están en el poder. Yo al principio creía que todos venían de familias con dinero, que poseían riqueza con solera, pero no, parece ser que no nacieron ricos la mayoría, por eso no me salen las cuentas.
Las cifras que se nos muestran además son tan escandalosas que la mayoría contemplamos estupefactos como una minoría maneja tanto dinero sin ningún tipo de remordimiento. Porque suponiendo que yo viviera 40 años más y sumando lo que ganara de mi trabajo y la pensión que recibiría en mis últimos años (si es que me puedo jubilar y cobrar pensión) y por supuesto sin descontar gastos no creo que llegara al millón de euros, que si descuento hipoteca, gasolina, comida, ropa, etc, mi capacidad de ahorro se reduciría a lo que alguno se gasta en un viajecito a esquiar.
Y no es envidia, no necesito millones de euros para ser feliz, si que me gustaría no deber nada al banco, para que nos vamos a engañar, pero creo que esas personas que solo les importa el dinero, por muchos lujos y caprichos que puedan pagarse con él dejan de valorar lo que de verdad es importante y se obsesionan con acumular muchos ceros en sus cuentas bancarias en paraísos fiscales. Me los imagino como una especie de Tío Gilito que en vez de estar contando sus montañas de monedas se pasan el tiempo delante de sus pantallas maquinando y especulando para que sus cifras sigan aumentando, a costa de lo que sea.
En los últimos años han surgido iniciativas interesantes que han vuelto a reactivar el trueque, los bancos de tiempo, monedas sociales en barrios o pueblos, pero es inevitable tener que seguir conviviendo con el dinero, ya sea real, como el que manejamos todos los días, o ficticio, ese que crean los bancos gracias al dinero que nos prestan y que devolvemos con sobrados intereses.
Para que luego digan que el amor es lo que mueve el mundo…