Aún se escuchan los últimos estertores de la Semana Negra de Gijón. Mientras la mayoría seguimos apostando por el festival, como modelo cultural que inyecta al individuo una dosis de oxígeno, imprescindible para sobrevivir en esta dura crisis económica, otro colectivo –retrógrado y miope- se dedican a callar y a quedarse en casa.
Pero en medio de este fango considero que hay dos datos importantes, que resulta el termómetro cotidiano del evento. La opinión de los libreros y de los hosteleros que, junto a los autores, son la columna vertebral del propio evento. Según los primeros, el volumen de ventas aumentó considerablemente en comparación con ediciones anteriores. No en vano, este año había más librerías que en otros años. Ese detalle tiene un valor en el tiempo y en el espacio destacadísimo. La Semana Negra es un espacio cultural en el que, además, el individuo se puede divertir en un mercadillo inigualable. La cultura es perfectamente compatible con la fiesta popular. Nunca pueden ser excluyentes. Esta circunstancia, el incremento de ventas de las librerías ya es un argumento más que probado para no volverse a cuestionar desde ningún punto de vista la continuidad y lógicamente la ubicación de la Semana Negra.
Otro dato no menos importante que el anterior y que conviene no obviar desde un punto de vista socio económico es el hecho de que los hosteleros no hayan salido tan bien paraos como los libreros; es decir, que mientras los libreros han salido satisfechos por el nivel de ventas, los hosteleros salieron escocidos. Eso indica que la gente prefiere invertir en cultura que en ocio. Aunque todo sea necesario, lo cierto es que la 24ª edición de la Semana Negra ha demostrado que los gijoneses y gijonesas siguen apostando por la cultura y la literatura como expresión de fervor popular. Y todo ello, sin olvidar que el precio de los libros es, realmente, abusivo en muchas ocasiones, porque para que nos gastemos alrededor de cien euros en la compra de 3 ó 4 títulos se necesita muy poco. Pero el debate de los libros lo dejo para un futuro próximo.
En este momento el debate es otro. Si los pilares económicos fundamentales del festival demuestran que merece la pena este evento, ¿por qué tantos remilgos acerca de su continuidad? ¿Por qué tanto silencio y tanta ausencia tan injustificables? El 20 N se aproxima. Allí nos veremos las caras. Y el pueblo soberano hablará alto, claro y rotundo. Y el 21 N que cada vela aguante su palo. Como nos pasó a los demócratas en el pasado mayo.