«La guerra civil, en la que nuestros literatos y cineastas recaen a gusto una y otra vez, inagotable fuente de epopeyas individuales, de contextos trágicos para historias personales, de venganzas ancestrales y heroísmos sin igual, poco importan el rigor, la verdad histórica, la memoria leal o mellada, la falsificación mediante tópicos generados por los vencedores, estamos construyendo una ficción, señoras y señores, relájense y disfruten».
«… o podemos amplificar el horror, enfrentar al joven Julio Denis a las descomunales cotas de espanto que se alcanzaron en aquella guerra y que deberíamos narrar con detalle, no es suficiente con una información general, no sirven disparos escuchados tras una tapia, noticias de prensa, párrafos de manual de historia; tampoco podemos admitir un relato ambidiestro, un discurso que evoque falsos argumentos conciliadores, las dos españas que hielan el corazón del españolito, el horror fue mutuo, en las guerras siempre hay excesos, grupos de incontrolados, odios ancestrales, cuentas pendientes que se saldan en la confusión, no hubo vencedores, todos perdimos, nunca más, Caín era español: ya está bien de palabrería que parece inocente y está cargada de intención, ya está bien de repetir la versión de los vencedores. El horror no es equiparable por su muy distinta magnitud y por su carácter —espontáneo y reprobado por las autoridades, en el bando republicano; planificado y celebrado por los generales, en el bando nacional—, yo no estoy hablando de los paseos, de las checas, de Paracuellos, de la cárcel modelo, de los santos padres de la iglesia achicharrados en sus parroquias; yo estoy hablando de Sevilla, de Málaga, de la plaza de toros de Badajoz, del campo de los almendros en Alicante, de los pozos mineros rellenos con cuerdas de presos, de Castuera, del barranco de Víznar, de las tapias de cementerio en las que son todavía visibles las muescas, de las fosas que permanecen hoy sin desenterrar a la salida de tantos pueblos y cuyos vecinos todavía saben situar con precisión, incorporadas al racimo de leyendas locales que circulan en voz baja, de los asesinos en serie que conservan una calle, una plaza, un monumento, una herencia y un prestigio intocables hasta hoy y así seguirán porque no merece la pena remover todo aquello, ha pasado tanto tiempo, las generaciones transcurren, sólo los rencorosos insisten en recuperar hechos que a nadie interesan, y si interesan es sólo mediante otros, digamos, tratamientos literarios, convirtiendo el período en territorio de la novela de época, la novela histórica, referirse a la guerra civil o a la larga posguerra con el mismo apasionamiento con que se escribe del Egipto faraónico, olvidemos tanto pedrusco ideológico y seamos hábiles para encontrar las verdaderas lentejas, cuanto de novelable hay en esos años, fuente inagotable de argumentos más al gusto de nuestros contemporáneos, mero escenario para ambientar pasiones, luchas y muertes que en realidad son intemporales, utilizamos la guerra civil o el franquismo como podríamos utilizar los monasterios medievales o las intrigas de la Roma imperial, la gente no necesita que le recordemos qué horrible era aquello, todo eso ya lo saben, ya se lo enseñaron en el colegio, lo han visto en las películas, en las series de televisión que tan bien retratan el período, para qué vamos a insistir en repeticiones, redundancias que entorpecen la novela, qué fijación tienen algunos, parece que añorasen tiempos peores».