En la ciudad Mercazul hay mil millones de habitantes. Desde mi ventana, solo puedo ver unos cuantos cientos de miles, en las caras de unos diez o veinte (porque hay clones de cuerpo y clones de alma, desde que se legalizaron las abducciones de espíritu).
Ahí está el Vendedordepiedras. Era bueno conversar con él, antes de que montara su tienda de piedras. Hablaba de los sedimientos como si fuera la cosa más apasionante del mundo, así que una se interesaba, y acababa viendo con interés a las piedritas, cuidadosamente dispuestas en su caja coleccionadora. Pero puso la tienda, empezaron a tratarlo como experto, y ahora se dedica a descalificar las piedras preciosas de los joyeros: que si qué tontería pagar tanto por algo, que si el gusto por el brillo solo nos recuerda que somos primates... unos cuantos miles de amigos le aplauden sus frases medio agudas; como son clones clase B, no les alcanza la memoria para notar que aplauden la misma frase del mes anterior. Porque el Vendedordepiedras es el mayor repetidor de la ciudad; todos son repetidores, pero el Vendedordepiedras, el que más.
Silvia Parque