¿Qué harías si de repente, tras mucho tiempo sin sufrir su mordedura, te ataca la nostalgia? ¿Cómo vacunarse contra el deseo de volver a la tierra propia, al calor de los amigos, a los colores conocidos, los olores, los sonidos familiares, la temperatura de la placenta en la que has crecido? ¿Existe cura contra eso? No estoy seguro...
Quizá una solución podría ser recordar los motivos por los que me marché hace más de un lustro: ganas de aventura, superación, demostración de que podía hacer algo más en la vida, dinero, y tiempo para escribir, entre otros. Sí, podría valer, pero resulta que la aventura ya se ha agotado, la superación va por otros derroteros, la auto demostración de valía está más que cumplida, del dinero prefiero no comentar, y tiempo para escribir es lo que más echo de menos…, así pues, ¿qué?
También podría recordar por qué no me quedé, monotonía de la vista, agotamiento de tiempos, corsé de normas infinitas,… Ves, nada de esto ha cambiado.
Esta semana previa a la Navidad la hemos pasado en casa, en la nuestra, en la de la familia y en la de los amigos. Hemos tenido la fortuna de poder compartir dos días magníficos con Nati y Guillermo, una de las mejores cosas que nos han pasado en estos seis años en el Caribe, entre otras muchas. Una pareja que son ejemplo de vida, felices, tranquilos, cultos, hábiles, buena gente, escarmentados de la vida pero no lo suficiente como para no seguir soñando, con un pasado exquisito, pero con un futuro y unas posibilidades envidiables, y que tuvieron la osadía de acogernos en su casa con todo lo que una invitación así conlleva. Muy agradecidos por su hospitalidad, y lo mejor de todo es que la próxima será en nuestra casa, je je je.
En esta semana también viví una jornada que no olvidaré jamás, la primera vez que firmaba libros en una librería de verdad. Estaba tan asustado que no me atrevía a entrar e incluso llegué un par de minutos tarde. Pero fue una jornada inolvidable. Emocionante, eufórica, humilde, atemorizante, de reencuentro con amigos a los que no veía desde hacía seis o siete años, pero también una jornada en la que comprendí, por unos minutos, como se siente un escritor y de qué se alimenta su ego. Firmar libros para gente que te considera escritor es algo grande.
En la vida siempre he sido muy afortunado, algo que no me canso de reconocer y agradecer, y en ese saco de fortuna se cuentan los amigos. Acudieron esa tarde mi maestro de yoga, Josep, la persona que me enseñó cómo acallar una mente hiperactiva que no me deja vivir a veces, con su pareja y su hijo, vino Marc, el amigo que inspiró la figura de Cècil Abidal, protagonista de El péndulo de Dios, vinieron mis antiguos compañeros, y amigos, del equipo de fútbol con los que compartimos muchas alegrías y más de una decepción, incluso fuera de la pista, mi ahijado, al que tampoco veía desde que era un mocoso y que ya es tan alto como yo, por no reconocer que lo es un poco más, vino también mi querido TT con su familia, qué gran tipo, y Julia, que me trajo tres CD’s del músico Diego Ojeda, y que os recomiendo encarecidamente, Antonio, armado con su nuevo look motero, y Dani, un hombre bueno del que he aprendido casi todo lo que sé de diseño y trucos fotográficos, ¡gracias Dani! Vinieron Mise y César, una pareja a la que admiro y quiero, ella, Mise, seguramente la persona más inteligente que he conocido en toda mi vida y a la que le tengo un cariño infinito, y César, el catalán impasible, parafraseando al señor Greene; se acercó una parte de la familia Abellán, Oriol, Guillem, Vanesa, el pequeño Leo, y Pere, y también de la rama de los Ventura, tres generaciones reunidas esa tarde, Toni, Mireria y su pequeña. Mi agente Sandra, de la agencia Sandra Bruna, con su esposo Jaume, a quien les agradezco muchísimo que se tomaran la molestia de acudir a un acto tan humilde cuando ellos juegan habitualmente en las Ligas Mayores, a nuestra otra amada familia, la de Sant Feliu, que vino en pleno con los niños recién sacados del entreno, y como no, a Xesca, mi gran maestra, y a Àngels, de La Llar del Llibre, que hicieron posible esa jornada. Seguro que me dejo a alguien, pero es fruto de la edad, no de la ilusión de nuestro encuentro. Mil disculpas desde aquí por mi torpeza.
No puedo cerrar el recuerdo de esa magnífica tarde sin agradecer a los lectores anónimos que se acercaron hasta la librería para comprar un libro a un tipo desconocido que les decía que la novela les iba a gustar. Espero no haber mentido demasiado.
Han sido unos días en los que el arraigo me mordió con tanta fuerza que todavía me duele. Mis amigos, mi familia, la poquita que me queda, nuestra casa, nuestro espacio. Conducir sin esquivar, comer en más de un plato, hablar catalán, abrigarnos, comer aceitunas y pescadito frito, pasear entre gente vestida, poder escoger en qué cafetería íbamos a tomar un café, o entrar en librerías cargadas de volúmenes de los que jamás he oído hablar. Caminar por una calle con aceras, luces y comercios. Ha sido una semana extraordinaria.
Estar con Cecilio y María José..., y planificar las próximas aventuras.
Pero una semana coja, porque la otra mitad de nuestra vida necesita visado malditos para poder seguirnos y esta vez la burocracia nos pasó por encima, como casi siempre en la vida.
¿Existe cura contra esto? Estoy seguro que no.
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