Revista Literatura

El veneno de las letras

Publicado el 13 noviembre 2012 por Calvodemora
Me ha pedido el médico que deje de escribir. Que me limite, en todo caso, si no obedezco, a postales o alguna carta de condolencia. Leer tampoco conviene a su salud. Hay novelas que te aturden, historias que incomodan el sentido común de las cosas y te impiden razonar qué está bien y qué mal. En opinión de mi sabio y responsable galeno, Kafka da migraña, Pessoa pesa como una plancha de acero en el pecho y Baudelaire fomenta el recelo hacia el género humano. Le pedí que me permitiera veinte minutos al día de Cortázar, pero desaconsejó esa inclinación libresca y me refirió cómo otro paciente suyo enfermó más gravemente que yo al perderse entre cronopios, famas y paseos con La Maga por el viejo París
Llevo un mes sin manuscribir una letra. Hasta hoy, claro. He estado toda la mañana con un soneto petrarquista. Escribir sonetos es una actividad de riesgo. Quien no los ha escrito nunca, no lo sabe. El que lo ha hecho, estará ahora asintiendo con la cabeza,. A cada verso me he palpado el vientre por si se estaba abombado. En cada zumbido fonético en mi cabeza, he apreciado un quebranto metafísico en el alma. Creí que un adjetivo muy lúbrico me encendería pomposamente la hombría y, muy a pesar de la severa sentencia del médico y de las ganas de fornicio de mi siempre solícita novia, nada de eso pasó. Nada que yo pudiera escribir, nada en absoluto, podría afectarme. No vi que releer a Nietzsche me confirmara más en mi recelo teológico ni que hurgar en la poesía de Pavese me indujera a quitarme la vida frente al espejo, pero tanto empeño puso mi médico y tan aprehensivo soy que he decidido hacerle caso. 
Escribo este panfleto de mis dudas y no vuelvo a escribir una palabra hasta que él me de el alta de mi mal. Lo que más me ha costado ha sido renunciar la poesía inglesa renacentista, que tanto bien me hacía en tardes de lluvia como ésta, bien arrebujadito en mi sillón de orejas favorito, con un buen whisky a la vera y algún disco de Stan Getz de fondo. El doctor insiste en que las letras alojan en el cerebro bombas alucinatorias, virus que desconfiguran el modo en que vemos la realidad
Leer, me dijo, nunca hizo bien a nadie, salvo a quienes lo hacen y creen, absurdamente, no padecer enfermedad alguna. Te juro que la padecen, Cristobal. Yo mismo he metido en cajas todos las revistas del Reader’s Digest y hasta los suplementos dominicales de prensa que tanto me gustaba hojear están en el trastero de la casa. Ahí he puesto los libros de Farmacología y los vademécums del oficio. Nada que pueda distraerme se ha quedado en casa. Y si no lo he quemado todo es porque a algunos de esos libros les guardo sincero cariño y me cuesta deshacerme de ellos. Leerlos, por supuesto, no entra en mis planes. Tampoco debería entrar en los tuyos
El problema es que no hay suficiente cantidad de cajas para embalar la biblioteca. Tampoco trastero lo bastante grande como para guardarla. Así que he mandado venir al cerrajero y ha puesto una cerradura buenísima en la biblioteca. El juego de llaves lo he guardado en un cajón y he pedido al azar, que suele ser generoso en ocasiones, que no me haga abrirlo desprevenidamente, como sin propósito, y toparme con ellas. Prefiero vivir sin libros unos años, a ver si el mal remite. En todo caso, en el futuro, cuando hayan prescrito mis dolencias y el médico haya confirmado mi mejoría, buscaré con ahinco las puñeteras llaves, abriré la esplendorosa biblioteca y me tiraré el resto de mi vida entre los libros, sin importarme el mundo ancho y ajeno de afuera, hocicando mi aburrimiento en Pavese, sin suicidarme, babeando con Borges, sintiendo la belleza inmarcesible de la poesía de Milton y, de postre, perdiéndome en un puñado de folios en blanco en los que pueda verter la angustia amasada en el destierro. Si nada de eso me complace y los años de exilio me han borrado todo amor por la literatura no dudo que buscaré en la guía el domicilio del médico y yo mismo me encargaré de reventarle el corazón con mis manos. Por inculto. Por facha. Porque me dará la gana. Fuengirola, Julio de 2002 / Lucena,  Noviembre de 2012

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