Revista Literatura

El Viaje

Publicado el 22 agosto 2018 por El Perro Patricia Lohin @elperro1970
39593998_1804240606328340_8000300612359028736_n© Alessio Trerotoli

Tiempo fuera. Eso fue hace ya unos treinta días, o tal vez más. Hoy la tierra empieza a girar de nuevo. Estoy asquerosamente mareada, incluso ya no puedo vomitar más nada, mi estómago está desolado.

Me golpean la puerta del baño. Ni siquiera allí puedo estar en paz. Salgo.

Todo lo que estaba frenado empieza a circular y a agolparse furiosamente.

Una salida se abre y todos se apretujan, todos quieren salir. ¿Salir a dónde? No puedo respirar. ¿A dónde van tan apurados?

Se termina el viaje y el próximo paisaje inmediato es la cinta donde circulan las valijas.

No encuentro la mía. ¿Por qué habría de encontrarla, si tuve toda la intención de perderla?

Caput. Llega la valija, y viene acompañada por otra que también tiene mi nombre. Quiero ignorarla pero no me queda otra que acarrearla. Siento que la valija se me tira encima. Después de todo, lo más importante está allí adentro. O no. De pronto ya no sé lo que importa.

Transporte terrestre por medio, llego a mi departamento y abro la puerta. Ésta se atasca con facturas, publicidades, boletas y resúmenes de tarjeta. Todo huele a encierro entremezclado con el atomizador automático de vainilla y canela. La luz entra furiosa en el mismo instante en que levanto una persiana.

Espero unos minutos parada en el medio del lugar. ¿Era éste el lugar dónde yo vivía antes del antes? Todo parece distinto. Una mini película de polvo blanco se posa sobre el mueble del living.

Hay una parte mía que no encuentro. Busco en las dos valijas, no está allí.

Somos dos desconocidos: mi casa y yo. Nos miramos a los ojos tratando de reconocernos.

Enciendo la radio. Tal vez con ésto lleguemos al mutuo convencimiento de que nos pertenecemos.

Inspecciono el resto del lugar. Dos tazas sin lavar con restos de café instantáneo reposan sobre la mesada. La heladera chilla ante el primer contacto, el motor tose y arranca. El interior de ésta parece un cielo digno de habitar, frío y aséptico.

La cama yace tirada en el medio de la habitación con una mitad alborotada y la otra destendida pero un poco más ordenada. Veo una bata de baño tirada en el piso.

Vuelvo a revisar los bolsillos exteriores e interiores de las valijas, del bolso de mano, de la mochila. Falta algo. Falta alguien. Ese alguien no vino con mi equipaje y hay señales de que antes estuvo en este lugar.

Vuelvo a tener náuseas.

Trato de recordar su rostro, o sus palabras. ¿Cómo lucían sus manos? Apago la radio para ver si puedo recordar al menos su voz.

Lo busco sentado en la cocina, o encerrado en el baño. Nada de eso.

Saco la ropa y pongo una tanda en el lavarropas. El lavarropas que dejó de ser automático cuando al romperse la puerta, tuve que empezar a abrirla con un destornillador. Al menos centrifuga.

En los bolsillos de los jeans tampoco encuentro nada. No hay una nota, ni una servilleta escrita, ni un ticket de compra. Encuentro una camisa que huele a perfume, se me da por abrazarla. Quiero quedarme a vivir en esa camisa. Me desnudo y me la pongo sobre la piel.

¿Qué hacía yo antes del antes? ¿Quién era? ¿Qué me hacía reír?

¿En qué momento me convenciste de que volver sola era lo mejor?

¿En qué país te quedaste?

¿Y por qué toda tu ropa está en la valija y vos no?

Patricia Lohin


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