Revista Literatura

El Viaje de Brenda o Los Pies de la Novia (3)

Publicado el 30 abril 2010 por Descalzo
El Viaje de Brenda o Los Pies de la Novia (3)
A
Pilar y Otros mundos

La puerta de la casa estaba cerrada. Al llamar, Brenda fue recibida por Hipólita, quien la saludó con afecto y calentó para ella un caldo en la cocina de leña mientras las otras muchachas seguían murmurando y riendo. Hipólita las reprendió.
— Dejen de chismorrear sobre la señorita. Es mi amiga
Llevó a Brenda a un pequeño cuarto del fondo y la acompañó mientras comía. Explicó que acababa de llegar y esperaba a Magdalena quien había dejado la posada a cargo de su hermano para pasar varios días en la casa.
— Hipólita, ¿tú también formas parte de la Cofradía de las Mujeres Descalzas de la que me hablara la señora Magdalena?
La muchacha asintió con la cabeza. Ya no era la joven tímida que Brenda conociera en la posada. La miraba fijamente, con la frente en alto. Estaba descalza y adelantó sus pies, pequeños, con dedos demasiado largos.
— Pronto perderé la virginidad de mis pies.
— Eso es imposible.
— Ya te explicará Magdalena.
— Hipólita, hay un solo órgano por el cual la mujer pierde su virginidad…
— No, Brenda, son dos órganos, la vagina y los pies. Quienes han dejado de ser vírgenes tienen una manchita aquí
La muchacha adelantó su propio pie y exhibió el arco blanco y suave.
— ¿Qué ganas con dejar de ser virgen?
— Podré participar en bodas, velatorios y otros ritos de la Cofradía.
— ¿Y qué me dices de la otra virginidad? ¿No anhelas perderla también?
— Con Erick el Rojo. Todas las mujeres soñamos entregársela a él.
Brenda no se sentía cómoda ante el cambio de trato de Hipólita; alguna vez había leído que los miembros de las organizaciones secretas gozaban de una igualdad absoluta entre ellos. Ahora, la joven que debía ser su criada, la tuteaba y llamaba por el nombre. Estar descalzas, las convertía en mujeres sin rango ni condición. Cierta vez la señorita Cora, su maestra, le había dicho que de todas las prendas, el calzado era el que más definía el carácter noble o plebeyo de quien lo usara. Con los pies desnudos, esa diferencia se abolía.
Brenda contó a la muchacha su experiencia con el cochero y la joroba, cómo lo había devorado frente a ella para luego reclamar la virginidad de sus pies
— Eso pasa todos los años — comentó Hipólita — la joroba traga a Cristino, se convierte en un hombre y pasados seis meses escupe al cochero volviendo a su espalda como una giba. Dicen que con ella se puede perder la virginidad de los pies, pero yo prefiero entregar los míos a un hombre común y corriente.
Hipólita siguió hablando con animación; el trato igualitario con Brenda la entusiasmaba.
— He preguntado a la señora Magdalena sobre Sissi, la reina. Ella también pertenece a nuestra Cofradía y en la corte ha impuesto la moda de que tanto las sirvientas como las mujeres nobles luzcan descalzas.
Brenda la miró asombrada; de ser cierto, lo sabría ya que estaba informada de todo lo que ocurría en la corte austríaca.
Conversaron hasta el crepúsculo. Asegurándose que estaban solas, Hipólita sacó un cigarro y ofreció fumarlo a medias con Brenda, quien se negó. La muchacha sabía encenderlo, pero en el momento de aspirar el humo tuvo un acceso de tos.
— Tu cuarto está disponible — dijo finalmente la criada — Quizá esta noche o mañana llegue Eufrasio a tocar canciones en su mandolina
— ¿Quién es Eufrasio?
— Así llamamos a la joroba de Cristino.
— Es difícil que pueda tocar un instrumento, ya que sólo tiene muñones.
— Las manos le crecerán rápidamente.
— Me dijo Magdalena que no dejan entrar hombres
— Es cierto, pero Eufrasio no es un hombre normal.
— ¿Qué quieres decir con eso?
— Él disfruta con nuestros pies, los consiente, los mima, los besa. Es su forma de gozar. No se le conoce mujer propia.
Caía la noche. Brenda fue al cuarto que le habían asignado. Por la ventana vio los últimos rayos del día a través de las copas de los árboles; los pájaros se preparaban para dormir y las ramas se agitaban con las últimas brisas.

14
— Antes de acostarme y conciliar el sueño, volví a perder la conciencia — explicará la Brenda del futuro a su amiga mesmerista.
— Querida Brenda, no me extraña que te hayan sugestionado de ese modo. Te comportaste con excesiva timidez frente a todo; fíjate que las cosas pasan a través de ti; que no actúas ni logras resultados con tu vida, al menos en lo que me cuentas.
— Recuerda que maté a Pablo
— Me estás hablando de un sueño.
— ¿Y piensas que lo demás es la vigilia?
— Hasta en los momentos de lucidez vives con la pasividad de un sueño. No sé si eso se prolonga en la actualidad.
— Dime entonces quién ha tenido a mis hijos, quién prepara la ropa de mi esposo cuando se ocupa de los negocios. Según tú, lo único que hago es dormir
— No dije eso; me refería a lo que ocurrió en esos días…
Dejarán de discutir y Brenda continuará con el relato.
Despertó muchas horas después, en el amanecer. En las nieblas del sueño había sentido un vago malestar, como una sombra en los senos y el vientre. Un llanto apagado llegaba de la sala donde alguien había encendido una lámpara. Se levantó y apenas abrió la puerta vio a Magdalena; sentada a la mesa, había cubierto su rostro con las manos y Brenda la reconoció por el vestido verde. A su lado estaban Hipólita y las otras muchachas con expresiones de miedo y consternación. Vestida con su camisón, la joven entró en la sala. Al verla, la posadera se levantó de la silla y la abrazó.
— Brenda querida… ¡Ha muerto, él ha muerto!
Se abrazó a ella desconsolada.
— ¿Quién murió?
— Erick el rojo
Brenda se sintió derrumbar. De pronto comprendió que su cuerpo sabía de la muerte del ladrón. Su vientre, cada uno de los senos sentían la pérdida
La posadera se apartó y la miró fijamente
— ¿Tú también lo amaste?
— Anoche me entregué a él —
— Entonces eres su viuda junto a nosotras.
Afuera alguien había encendido lámparas y varios hombres entraron en la casa.
— ¡Ya lo traen, ya viene!.
Las muchachas lloraron más ruidosamente.
— ¡Ya lo traen, ya viene! — repetían a coro como en un sonsonete.
La posadera sirvió a los hombres vino en grandes vasos al que acompañó con trozos de queso y pan. Los ladrones eran robustos, con gruesos bigotes y miraban con rostros de niños asustados.
— Lo traen a pulso sus mujeres — explicaron — Es para que los guardias no descubran el campamento.
— ¡Ya lo traen, ya viene…!
Escoltadas por dos caballos, alumbradas por velas y plañendo, cinco mujeres descalzas traían el cajón donde descansaba Erick el rojo quien se mostraba sereno, con las manos cruzadas sobre el pecho. Lo habían peinado y vestido con chaqueta y camisa de seda. Sus zapatos brillaban como queriendo iluminar la noche
Brenda siempre había sido celosa, pero la presencia de tantas amantes no la turbaba. Cada gemido tenía un eco y su dolor se aliviaba al prolongarse. Ayudó a las mujeres a ubicar el cadáver en la sala. Al terminar algunas de ellas se desmayaron. Magdalena la llamó aparte
— Él se enfrentó muchas veces con guardias y policías. En las noches que pasamos juntos, solía decirme: Magdalena, deseo enemigos dignos; que me fusilen, que me tiendan una emboscada, pero odiaría tener que morir en mi cama o por un accidente. Esta tarde cayó del caballo y se desnucó contra una roca.
La mujer se interrumpió y volvió a llorar.
— Háblame de ti — preguntó a Brenda — ¿Cómo llegaste a él?
La muchacha contó lo ocurrido, sin distinguir entre sueño y vigilia ya que no podía precisar la diferencia. Mientras la escuchaba, Magdalena miraba sus plantas.
— Veo que eres virgen de los pies .
— Algo me dijo Hipólita, pero sigo sin entender qué significa eso.
— Sabes que los hombres tienen nuestros pies en gran consideración. La virginidad de ellos no depende del himen, sino de una actitud, de un deseo. Cuando se pierde, en los arcos internos se forma una pequeña marca del tamaño de una uña. Es necesario que la tengas para que formes parte de nuestra comunidad.
La posadera tomó uno de los pies de Brenda y lo miró con atención.
— Son perfectos; el arco tiene la curvatura justa; los dedos son proporcionados y la piel muy suave.
La mujer adelantó su propio pie
— Mira los míos, reconozco que son hermosos, pero mi arco interno está vencido. Todas las muchachas de la Cofradía tienen algún problema: durezas en los talones, callos en los dedos o juanetes. En los tuyos la piel de la planta es tierna y rosada. Nunca vi pies tan perfectos.
Brenda se ruborizó por los elogios y contó a la posadera su experiencia con la joroba.
— Hiciste mal en escapar, querida. La giba de Cristino lo devora una vez al año y entonces todas las mujeres la buscamos para entregarles nuestros pies. No es algo doloroso ni humillante. Nuestras plantas deben abrirse para que entre por ellas la fuerza del cielo Perder la virginidad significa que los entregas a la tierra a través de un hombre. Haremos un ritual especial con Erick, pero tú no podrás participar por ahora.
Sin dejar de llorar, las mujeres se habían alineado formando un óvalo alrededor del cadáver. Magdalena se ubicó junto a ellas. Se acostaron en el piso junto a la caja y todas levantaron las piernas de modo que los dedos y parte de las plantas tocaran el cuerpo. La posadera dirigía el ritual y sus pies se apoyaron cerca del sexo del hombre.
A la habitación entraron más ladrones escoltando a un anciano que sacó de entre sus ropas un violín y arrancó de él una música suave y extraña Las voces de las mujeres se elevaron en un coro armonioso.
— ¡Ananda tapa maya!
Morzilla Anubis atradasa marjun…
Brenda supo luego que la canción era un himno que las brujas de la región entonaban desde la Edad Media. Ahora se ubicó en un rincón de la habitación ocultando los pies, avergonzada de su virginidad.
Al terminar, las mujeres retiraron las plantas del cadáver, enjugaron las lágrimas. Y recogieron la caja ubicándola en un par de soportes que la separaban del suelo. Magdalena regresó junto a Brenda.
— Con este rito, Erick seguirá su ruta en el más allá.
15
— Un discípulo de Mesmer afirma que en una parte de la mente se guardan los rituales utilizados por la humanidad. Afloran cuando la sugestión infiltra y contamina la profundidad de tu cerebro. Entonces se borra lo individual y surge la parte de ti que se vincula con las ceremonias más oscuras. Fíjate, Brenda, que cuando describes el viaje, hablas al principio de tu rostro y luego de tus pies. De una parte del cuerpo que es el centro de la individualidad, pasas a otra que es común a todos y lentamente te hundes en un abismo indiferenciado.
— ¿Eso es malo, Terencia?
— Te deja vulnerable a las influencias oscuras que desean manipularte.
Brenda sonreirá en silencio y beberá un trago de su té.
En medio del llanto y el dolor, el ritual funerario en la Cofradía era preciso. Se alternaban coros, letanías y lamentos con danzas acompañadas por el violín del anciano. Las mujeres desfilaban ahora junto a Erick el Rojo manifestando su amor y brindándole los últimos besos.
Permitieron a Brenda participar en esa parte de la ceremonia. Al llegar junto a él, la muchacha besó en la frente al ladrón y al acercar su rostro sintió que no estaba frío y yerto sino que vibraba suavemente y la piel estaba ligeramente tibia.
Al caer la tarde, las mujeres volvieron a danzar en la enorme sala ejecutando una complicada coreografía de cuatro filas. La música del violín sonó como una filigrana barroca.
De pronto llegó Eufrasio, la joroba de Cristino. Brenda seguía acurrucada en una silla junto a la puerta de su cuarto y al principio le pareció un hombre más. De pronto reconoció los rasgos que parecían trazados por un mal pintor. Los brazos y las piernas habían crecido y lo único que lo recordaba como joroba, era su aspecto alargado, casi sin cuello ni cintura.
Las jóvenes lo rodearon y algunas levantaron sus pies para mostrárselos.
— Mira Eufrasio, la marca que me hiciste tiene forma de estrella…
— ¡Dinos qué haremos ahora sin nuestro protector…!
Con voz acompasada, la joroba aconsejaba a unas y consolaba a otras. De pronto se volvió a Magdalena y le habló por lo bajo, señalando a Brenda. Enseguida se despidió de todos y salió de la casa.
La posadera se acercó a la muchacha.
— Eufrasio nos esperará en un bosque cercano al río; te ofrece perder la virginidad de tus pies esta noche. Habrá luna llena y es un momento ideal para que ofrendes tus plantas a la tierra. Deberás sobreponerte al dolor por la muerte de Erick; esta ceremonia es muy importante. ¿Estás de acuerdo?
Brenda asintió y la posadera la condujo hasta su propio cuarto en el fondo de la casa. Allí buscó unas medias blancas con encajes y volados y un par de sandalias. La muchacha se calzó con ellas.
— Estas medias son como el tocado de una novia. Deberás llevarlas hasta el momento en que entregues tus pies a Eufrasio — explicó Magdalena— Él se encargará de quitarlas como lo haría con tu ropa en la noche de bodas.
El Viaje de Brenda o Los Pies de la Novia (3)
A continuación, la posadera tomó una lámpara de aceite y ordenó que la siga al fondo de la casa Allí una escalera daba a largas y oscuras galerías. La descendieron escuchando el rumor de un río subterráneo.
— Estos túneles servirían a los ladrones para escapar en caso de un ataque de los guardias. Podríamos salir por la puerta y encontrarnos con Eufrasio, pero la ceremonia requiere que desciendas al fondo de ti misma para regresar a la luz.
Las paredes de las galerías estaban cubiertas de humedad; de tanto en tanto asomaban cadenas sostenidas por gruesas argollas. Brenda no temía a cementerios ni a apariciones de fantasmas y aquello no la inmutaba; lo único que agradecía eran sus zapatos; aunque un poco estrechos, le daban seguridad al apoyar los pies en el piso húmedo. Frente a ella, Magdalena movía sus plantas desnudas y con mucha habilidad, sorteaba los tramos resbaladizos y difíciles. De pronto se detuvieron frente a un hueco enorme al que no llegaba la luz de la lámpara.
— Este lugar ha sido una cárcel — explicó la posadera — Dicen que aún se escuchan los gritos de los torturados.
Luego de andar un trecho sintieron la brisa fresca de la noche y vieron una luz. Era Hipólita que las esperaba con otra lámpara encendida.
— Perder la virginidad de tus pies es un hecho público — aclaró Magdalena — Hipólita y yo seremos las testigos.
— No sé lo que debo hacer
— Entregarás los pies a Eufrasio y te olvidarás de lo demás.
Salieron a la noche. Entraron a un bosque cubierto de hojas secas; la luna entre los árboles se descomponía en gotas de luz tornasol. Siguieron un sendero iluminado y en mitad de un claro, las esperaba Eufrasio.
.
16
— Había una serenidad como no volví a encontrar en ninguna otra noche — dirá Brenda a su amiga Terencia — Todo era perfecto. Mi corazón se agitaba y saltaba mientras me iba acercando a él.
— La linterna…
— ¿Cómo dices, Terencia?
— Me dijiste que la posadera llevaba una lámpara de aceite. Magnetizaron la cubierta. Mesmer habla de un caso parecido: un hombre que deseaba casarse con una mujer mucho más joven, magnetizó una lámpara para convencerla. Ahora cuéntame cómo fue ese rito de iniciación que me prendo de curiosidad
— No lo recuerdo Terencia
— ¿Que no lo recuerdas? ¿Quiere decir qué…?
— Otra vez me dormí. Con la pérdida de mi virginidad vaginal y la de mis pies perdí la consciencia o como lo explicas tú, la sugestión llegó al fondo de mi ser
Brenda sonreirá frente al gesto de desconsuelo de Terencia y apurará los últimos sorbos del té.
Era falso que Brenda no recordara, aunque de haberlo deseado no hubiera encontrado forma de trasmitir a su amiga lo ocurrido.
Hipólita y Magdalena le indicaron que se tendiera de espaldas y levantara sus pies hasta colocarlos en las piernas de la joroba. Luego echó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos. Eufrasio tenía manos enormes e inesperadamente suaves. Le quitó con lentitud los zapatos y las medias y acarició sus plantas y empeines.
Afloraron recuerdos que daba por olvidados y se llenó de imágenes desconocidas. Sus pies formaron un mundo que se separaba del cuerpo y flotaba en el espacio. Los dedos como muelles; los tobillos como colinas; las plantas inesperadamente enormes, se habían convertido en sitios que podía recorrer. De pronto se encontró con Eufrasio en un sendero cálido ubicado en los talones. Él hablaba sin cesar, pero Brenda sólo recordó una frase.
— …estaremos juntos donde sea que la vida nos lleve.
Sabía que no era aquello lo que deseaba, pero en ese momento asintió con entusiasmo.
— Brenda, todo ha terminado — dijo junto a su oído la voz de Magdalena. Abrió los ojos y vio a Eufrasio observándola fijamente. Aún sujetaba sus pies y los empeines estaban húmedos como si los hubiera sorprendido una lluvia tibia. Una gota de saliva caía por la comisura de la boca de la giba y del ápice de su cabeza surgía a chorros una gelatina espesa y rojiza que la posadera y la doncella recogían en una taza. Brenda se incorporó. Las mujeres le alcanzaron el recipiente humeante.
— Debes beberla
— No podré. Es asqueroso.
— Pruébala. Tiene el mismo alimento que el jugo de una naranja.
Brenda obedeció. El fluido corporal de la giba tenía un gusto dulzón y lo bebió hasta el final. Mientras lo hacía tuvo otras visiones; estaba con Eufrasio en un enorme salón. La joroba vestía un elegante chaqué y alcanzaba a Brenda una vara de radiestesia.
— Aquí está lo que me pediste. Debo decirte que el cordero está a punto. La criada no tardará en servirlo.
Todo desapareció. Magdalena e Hipólita la tomaron del brazo y la llevaron al sendero que conducía a la casa. Esta vez no atravesarían los túneles. Eufrasio se había quedado en el río; Brenda lo vio con las piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas y los ojos cerrados; por su cabeza surgía un humo espeso y blanco.
— Cada vez que se apropia de un par de pies, necesita de la soledad, de la luna, del rumor del agua — explicó Magdalena.
El velatorio de Erick el rojo continuaba. Para no interrumpir los ritos funerarios, las tres entraron por la parte trasera de la casa. Una vez dentro, Brenda examinó los flancos de sus pies. Cerca de los tobillos se habían formado sendas manchas del tamaño de una uña; parecían huellas de ceniza, pero al tratar de quitarlas, no se borraban.

16
En un futuro, Brenda encargará la decoración de su casa a un maestro italiano. El artista alternará esculturas y pinturas contemporáneas con piezas de otras épocas y algunos conocidos de la familia definirán el resultado como un colage de mal gusto; una unión arbitraria entre el pasado con el presente.
Esa tarde pacífica, ambas amigas seguirán compartiendo el té junto a un Miguel Ángel enmarcado en líneas de Art Deco.
— …ya sé, los árboles
— ¿Qué dices Terencia?
— El bosque, los árboles. Cuando Franz Mesmer se instaló en París, magnetizó un árbol procurando que los pobres tuvieran la oportunidad de acceder gratuitamente a su terapia. Con sólo abrazar el tronco, quedaban curados de sus males.
— Sigo sin entenderte
— En tu historia me hablas de bosques que rodean la casa. Esos árboles fueron tratados por alguien que conocía el magnetismo. De otro modo no entendería la pasividad que muestras frente a todo lo que ocurre.
En el velorio de Erick, Magdalena, golpeó con el cuchillo una botella para llamar la atención.
— ¡Atención todos!, esta muchacha acaba de perder la virginidad de sus pies…
La interrumpió un murmullo de aprobación.
— Ahora puedes participar, Brenda. Erick el Rojo se marchará al otro mundo con la caricia de tus pies. Colócalos sobre el cuerpo…
Brenda se acostó de espaldas en el suelo junto a la caja, levantó sus piernas y cuando apoyó sus pies en el cadáver todos callaron. La muchacha cerró los ojos; la pana del pantalón de Erick acariciaba sus plantas. Pasaron los minutos, y de pronto sintió que tiraban de ella. Abrió los ojos ; todos estaban en silencio y la miraban con espanto. Al sentir un segundo sacudón, advirtió que llegaba del muerto y retiró sus pies con un grito. Erick el rojo se había incorporado. En la sala hubo un tumulto; muchos escaparon y las mujeres se arrodillaron levantando los brazos al cielo. Brenda volvió a perder la conciencia.
17
Despertó en su cama en la tarde del día siguiente. En la sala la esperaba Magdalena.
— Querida, gracias a ti ha resucitado Erick el Rojo. Tus pies son algo precioso. Ninguna de nosotras tiene tanta fuerza en sus plantas como para levantar un cadáver..
Brenda no había llegado a despertarse y le costó entender las palabras de la posadera Tuvo que hacer un esfuerzo para recordar lo ocurrido. Magdalena seguía hablando del despertar de sus pies (así llamaba al haber perdido la virginidad) y de cómo su intervención en el ritual había traído de la muerte a Erick el Rojo.
— Te desmayaste hasta ahora Quizá por el esfuerzo .
— Magdalena, yo creo que Erick el rojo no estaba muerto — dijo Brenda y contó que al acercarse al cadáver, había constatado que no estaba frío y despedía una suave vibración.
— Querida Brenda, yo lo vi caer y te aseguro que se desnucó, pero estuviera muerto o no, fue gracias tus pies que Erick despertó. Las demás apoyamos nuestras plantas sobre él sin ningún resultado.
— ¿Dónde está Erick ahora?
— Te envía saludos y su agradecimiento que lo hayas sacado de la muerte. Ha salido muy temprano con sus hombres. Te ha dejado dormir y volverá mañana para agradecerte personalmente. Ahora debes salir con Hipólita a caminar descalza por la hierba. Es lo que se aconseja luego de haber perdido la virginidad; no los dañes. Recuerda que son verdaderas joyas
La mañana estaba clara; en la noche había llovido y la tierra, el cielo y el bosque parecían recién lavados. Brenda e Hipólita caminaron tomadas del brazo hasta un prado lleno de hierba. La sensación de frescura que subía por las plantas de la muchacha era muy intensa.
— Debes decirme cómo hiciste para que resucitara
— Sé que no vas a creerme, pero no hice nada. Tan sólo apoyé mis pies.
— ¿Y qué sentiste cuando el muerto se movía?
— Sentí espanto. Habrás escuchado mi grito.
Hasta un poco antes, Brenda había sentido prevención hacia Hipólita. Le costaba abandonar el papel de señorita de condición social elevada y recibía con disgusto el trato igualitario de la muchacha. Quizá fuera la experiencia con Eufrasio, pero sentía placer en dejar el lastre del protocolo. Aquello le ocurriría a Sissi en la corte de Austria cuando se oponía al privilegio y los rituales vacíos de los soberanos.
Las jóvenes se quitaron las ropas y se bañaron desnudas en un embalse del río al sudeste de la casa. Jugaron toda la tarde persiguiéndose, echándose agua una a la otra y abrazándose con placer.
Al terminar se vistieron y se acostaron sobre la hierba; Hipólita habló sobre muchas cosas. Se comentaba que los gendarmes, por orden del gobierno, preparaban una redada para acabar con todos los bandidos.
— En la Cofradía sabemos que hay dos hombres muy fieles cerca de Erick el Rojo, pero uno de ellos lo traiciona. — explicó Hipólita — Los árboles del bosque, el rocío en la hierba y el viejo libro de las brujas lo anuncian, pero Erick no lo quiere creer.
Al regresar a la casa, las mujeres ofrecieron a Brenda medias y un calzado cerrado.
— Debemos proteger tus pies. Con ellos resucitaste a nuestro benefactor y amante. Son muy valiosos para que puedas lastimarlos.
Luego invitaron a Brenda a una reunión de la Cofradía y le ofrecieron sentarse en un lugar destacado. Tuvo que descalzarse para que las demás vieran los pies que habían devuelto a la vida a Erick el Rojo. Durante un rato los examinaron y alabaron hasta que Magdalena volvió a hacer sonar un vaso para llamar la atención de las mujeres.
— Brenda es una gran admiradora de la emperatriz Isabel de Wittelsbach, a quien conocemos como Sissi. Además de los austríacos, los húngaros la consideran su reina y gracias a ella se ha logrado que cesen los enfrentamientos con la corona de Austria. En la corte, la emperatriz hace descalzar a todas las mujeres, pero ella permanece con sus zapatos y tan sólo una criada muy anciana puede ver sus pies. Cuentan que un duque entró clandestinamente en la habitación para espiarla mientras se cambiaba el calzado y el emperador, al saberlo, lo mandó matar. Como les decía, Brenda conoce muchos detalles sobre la vida de la reina. ¿Quieres contarnos algo?
El sol entraba por la ventana iluminando los rostros atentos y un gato ronroneaba entre los pies desnudos de las mujeres. Brenda hizo un resumen de la vida de Sissi. Habló de la muerte de sus seres queridos, del enfrentamiento con Sofía, la Reina madre y de sus preferencias por el pueblo de Hungría.
— En sus paseos congrega multitudes, pero cuando la ovacionan se mantiene callada, encerrada en su propio mundo. Cada vez que puede, visita los manicomios y los cementerios de su reino para conversar con los locos o los muertos. De ella es la frase que afirma “La Locura es más verdadera que la vida” Hay quienes dicen que es amante de Constantin Christomanos, su profesor de griego, pero la soberana está más allá del amor físico. Anhela la muerte y suele afirmar " Abrirán una pequeña abertura en mi corazón y por allí mi vida escapará como el humo."
El Viaje de Brenda o Los Pies de la Novia (3)
(Continuará)
Registro Nacional de Derecho de Autor Nº 10-217-170

Publicado por Ricardo Iribarren en 09:36 El Viaje de Brenda o Los Pies de la Novia (3) El Viaje de Brenda o Los Pies de la Novia (3)

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas