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El Viaje de Brenda o Los Pies de la Novia (7)

Publicado el 19 julio 2010 por Descalzo

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El Viaje de Brenda o Los Pies de la Novia (7)
A Pilar y "Otros Mundos"
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1
Hasta el final del imperio de Erick el Rojo, la Ciudad de las Descalzas fue considerada como inexpugnable, indestructible e invencible. Se contaban historias sobre tornados, terremotos e inundaciones que destruían las aldeas de la zona, pero no afectaban el refugio de los bandidos. El pueblo estaba convencido que Erick mantenía un vínculo secreto con la naturaleza y sus elementos. De allí que la invasión del ejército y la muerte de miles de bandidos fue una catástrofe para muchos y las biografías del jefe de los ladrones dedican muchas páginas a la destrucción de la ciudad refugio.
Según Steiner, el vuelco místico del líder agrietó la moral de los hombres, no sólo de los más cercanos, sino de aquellos, diseminados por varios países de Europa que administraban el colosal sistema de seguridad.
Las versiones sobre lo ocurrido aquella noche fueron confusas; al ser entrevistados por los biógrafos, los pocos sobrevivientes narraron hechos fantásticos que no podían ser encuadrados en la ciencia histórica
Muchas de las jóvenes pertenecientes a la Cofradía de Mujeres Descalzas lograron escapar y fueron aceptadas nuevamente por sus familias, en muchos casos de la nobleza o de la alta burguesía., con la condición que debían guardar silencio y no mencionar su permanencia en la famosa ciudad de los ladrones. Este fue el caso de Brenda; su vida junto a Erick el Rojo sólo sería conocida por su confesor y pasados los años por su amiga Terencia, aquella tarde de principios del siglo XX.
Bulliciosos, a veces pendencieros, los hombres de Erick el Rojo admiraban a las mujeres. Imitando los gustos de la alta burguesía, a muchos les fascinaba el pie femenino, de allí que Magdalena y las damas que formaban parte de la Cofradía de Mujeres Descalzas fueran apreciadas por exhibir sus plantas desnudas; muchos bandidos precisaban detalles sutiles en las formas de los tobillos, la inclinación de los empeines o la suavidad de las plantas.
Brenda siempre los trató con cordialidad, pero manteniendo una distancia prudente. No sólo porque era la amante preferida de Erick el Rojo, sino porque en el fondo los consideraba vulgares. Aceptaba la igualdad universal preconizada por el líder de la Ciudad de las Descalzas, pero no podía negar su procedencia de la alta burguesía y la sangre noble de algunas ramas de su familia.
Tan sólo se fijaba en un grupo de bandidos formado por unos treinta hombres que se diferenciaban de los demás; rubios, corpulentos, silenciosos; nunca bebían, mantenían hábitos fijos y se comunicaban entre sí en un idioma extraño. Los demás solían burlarse a sus espaldas, pero los admiraban y respetaban por el valor mostrado en las campañas y por la capacidad de manejar las armas y luchar cuerpo a cuerpo. Se alojaban en una cabaña separada del conjunto y no participaban de las fiestas; todos los meses, en la primera noche de luna llena, entonaban cantos y encendían fuegos de artificio en la pequeña colina ubicada al norte. Por seguridad, se exigía que los mismos ardieran en la tierra, ya que su presencia en el cielo podría alertar al ejército, y Erick siempre destinaba algunos barriles de pólvora con los que elaboraban ruedas giratorias y vistosos buscapiés que sobre la hierba trazaban figuras monumentales de pájaros, bestias u hombres brillantes.
En cualquier estación del año se veía sus torsos desnudos, adornados con aros, collares y pulseras de oro y plata; con brillantes y piedras preciosas. Brenda no se cansaba de observarlos, fascinada por sus figuras y por sus costumbres. Cierta vez interrogó sobre ellos a Magdalena
— ¿Sabes quiénes fueron los celtas? — preguntó a su vez la posadera.
La muchacha recordó lo que le había contado su institutriz.
— Eran los antiguos habitantes de Europa…
— Así es. Se supone que Julio César terminó con ellos. Pero sobrevivieron los celtas insulares, que habitaban el reino de Bretaña. Erick les prometió que cuando su imperio se apodere de Europa, la sagrada tierra del Eire volverá a ellos, de allí que este grupo lo apoye en todo. Dicen que son los descendientes de los druidas, sacerdotes y guerreros de las antiguas Galias.
Magdalena agregó que entre sus votos habían jurado no cortar sus cabellos hasta recuperar el antiguo Imperio Celta; también practicaban una estricta castidad; Brenda intentó trató de entablar conversación con algunos y sólo recibió como respuesta monosílabos corteses. Cuando el maestro oriental de Erick el Rojo llegó al campamento, los celtas desaparecieron. No se los vio desfilar al río en las mañanas para realizar sus abluciones rituales y tampoco cortar leña al mediodía. Una tarde Brenda llegó a la cabaña que ocupaban; la puerta estaba abierta y entró: los jergones estaban tendidos y sobre la mesa de troncos había tazas, platos y cubiertos cuidadosamente alineados como si acabaran de dejarla un momento antes y estuvieran por volver.
El cambio que se produjo en Erick el Rojo con la llegada del maestro, atrajo el interés de todos y dejaron de preocuparse por el paradero de aquella secta que nunca llegó a integrarse a las costumbres de la Ciudad de las Descalzas. En una de las últimas campañas, los hombres decidieron utilizar la pólvora de los celtas, pero al ir a buscarla descubrieron que los toneles donde la guardaban estaban vacíos.
— ¿Dónde pueden haberse metido, Magdalena? Hay hombres que controlan las salidas del refugio y yo llegué hasta los límites sin encontrarlos.
Frente a la pregunta de Brenda, la posadera contestó con una sonrisa.
— Entiendo que los extrañes. Son una raza hermosa y pura; si yo tuviera tu edad buscaría tener descendencia con ellos, pero tienen reglas propias. Alguien me ha dicho alguna vez que los celtas saben cuándo llegar y cuándo retirarse. Que se hayan ido de pronto sólo significa que se acercan tiempos difíciles para todos.
Steiner explica que en la Ciudad de las Descalzas, como custodiando el liderazgo de Erick el Rojo, había tres organizaciones secretas: una de ellas formada por guerreros que practicaban rituales de la Masonería operativa, dedicada a aumentar el espíritu de cuerpo y la moral entre los hombres. La otra era la Cofradía de Mujeres Descalzas, exclusivamente femenina, con sus ceremonias de iniciación y danzas con los pies desnudos bajo la luna llena y finalmente la organización Eire formada por descendientes de los druidas de los que se llegó a saber muy poco. El investigador afirma disponer un antiguo papiro con una antigua profecía celta donde se describe a los druidas de la Ciudad de las Descalzas como los encargados de llevar a cabo una de las más importantes conquistas destinadas a restaurar el antiguo poderío de la raza.
Rudolf por su parte, niega que pertenecieran a los celtas y relaciona a estos hombres con las ideas de Bakunin; partidarios de la violencia, creían en el Anarquismo Socialista y tenían un gran conocimiento sobre los explosivos de la época.
En el futuro, cuando el siglo veinte se abra glorioso a una utopía de progreso, las dos amigas no dejarán de conversar en aquel rincón de Europa.
— Dice Mésmer…
— Terencia, creo que Mesmer quedó atrás. Recién nos hemos referido largamente a las hermanas Fox.
— ¿Quiénes son las hermanas Fox?
— En Estados Unidos ellas hablan con los espíritus y se relacionan con un mundo paralelo al nuestro donde acudimos al morir. Yo te sugerí que quizá nosotros seamos espíritus… veo que tus mejillas se sonrojan.
— Estás equivocada, Brenda. Mis mejillas no se sonrojan. No creo ni dejo de creer en toda esta cuestión del espiritismo, de ese movimiento que es casi una religión, pero sigo fiel a Mésmer y su teoría de la sugestión. No hace falta estar muerto para pasar a otros mundos. No creo que hayas matado a tu novio ni al ladrón ese al que tanto admiras. No creo que eso haya ocurrido en el mundo real, pero al ser producto de tu sugestión, la mente elabora un universo donde eso ocurre de alguna forma, como en el caso de los sueños… ¡Ay…!
La criada llegará descalza y silenciosa a retirar la vajilla ubicada en una mesa pequeña con motivos de Art Nouveau y Terencia tendrá un sobresalto cuando el brazo de la joven la roce accidentalmente. Brenda reirá divertida.
— Lo más importante al narrar algo, querida Terencia es el clima que se crea. La presencia de mi criada Antígona cerca de ti te ha sobresaltado. Eso significa que la historia está penetrando en tu vientre, esos mundos de los que habla Mesmer y que me atribuyes, crecen en tu interior como plantas extrañas, buscando la luz del sol… sólo que está cayendo el crepúsculo y ya es hora de que algunas plantas se cierren y los fantasmas recorran el aire de la noche.
— Brenda, nos conocemos poco a pesar de ser amigas durante tantos años. Sabrás que un discípulo de Mesmner quien fue mi maestro, me enseñó a construir la muralla
— Es decir que aprendiste los princpios de la albañilería…
— Es cierto. En principio me enseñó a trabajar con la argamasa y los útiles de los obreros y luego me explicó que ese muro que estaba levantando debía crecer en mi interior para evitar que lo externo me perturbara y sobre todo impedir que cualquier influencia sugestiva pueda afectarme. La muralla de la que hablaba el maestro debe tener una apertura en lo superior para permitir que los ángeles o las presencias puras lleguen a mí; pero los cimientos y las bases deben estar construidas con la argamasa más espesa, mezclada en lo posible con metales para evitar que los demonios puedan penetrarlas.
— ¿Y por qué se ubica a los demonios en lo profundo de la tierra mientras que los ángeles revolotean por los cielos? ¿Es que no hay nada bueno en la tierra, Terencia…?
Brenda adelantará su pie calzado con una bota de cabritilla traída de las estepas rusas.
— Nuestros pies nos unen con la tierra; nos dan estabilidad, nos permiten recibir la fuerza de los espíritus que hacen crecer las plantas y todo lo que es útil a los humanos.
Terencia se interrumpirá con otro sobresalto al escuchar un estrépito desde la cocina: una de las criadas dejará caer un vaso de cristal.
— Brenda, si las criadas andan descalzas por orden tuya, podrían pisar los vidrios y dañarse los pies.
— Entre lo que te cuento querida Terencia hay cosas que no son sugestión y una de ellas es la Cofradía de Mujeres descalzas. Existe en Europa. Hay muchas que formamos parte de ella…
— Háblame sobre eso Brenda
— ¿No quieres saber cómo sigue la historia? Sea en mi mundo de sugestión o no, yo he quedado en una cárcel del ejército la noche en que irrumpieron en el refugio de Erick el Rojo. Quizá en otro momento te hable de la Cofradía… y te diga si puedes pertenecer a ella.
2
En el campamento militar la ansiedad de los soldados se advertía desde el crepitar violento de las llamas hasta las órdenes de los oficiales, precisando dónde asestar los golpes al imperio de Erick el Rojo que se desmoronaba con demasiada facilidad.
— No quiero desaparecer — repitió Hortensia por tercera vez cuando Magdalena volvió a ofrecerle que Brenda colocara los flancos de los pies a la altura de sus caderas . La posadera repitió que era para salvar su vida, Quizá la maniobra pudiera llevarla a Berlín o a Londres, donde se encontraría con otros marxistas. Lo importante era evitar su ejecución.
— Querida Hortensia, no importa tu traición a Erick el Rojo. Te quiero como una hija y lo único que deseo es protegerte. Si vives no me importa lo que hagas; correré el riesgo que alguna vez también me traiciones. Sálvate. Es lo único que te pido.
Brenda pensó que no podrían explicar a los soldados la desaparición de Hortensia sin confesar su complicidad y ponerse en peligro ellas mismas, pero no dijo nada. La criada seguía mirando hacia adelante con los labios apretados. Por un momento, Brenda interpretó ese silencio como una aceptación y se acostó en el suelo de tierra acercando sus pies hasta colocarlos uno a cada lado de las caderas de la muchacha. Con un gesto de rabia, Hortensia volvió a separarlos
— No quiero salvarme — repitió mordiendo las palabras — deseo que me maten…
Magdalena iba a decir algo, pero se limitó a mirarla y a llorar. El fuego en el bosque arreció y las llamas iluminaron los rostros pálidos. Hortensia temblaba de rabia e indignación.
— Entiendo que quieras salvar el mundo — siguió Magdalena — pero antes deberías salvar tu propia vida. ¿Hay algo más valioso que tu existencia? Es la única que te permitirá actuar sobre los obreros. Estoy segura, que no crees en el más allá y no piensas que desde allí puedas influenciar a los hombres.
Hortensia no respondió. Brenda ya se había cansado de la posición y se sentó en el piso. De pronto pensó en Erick el rojo: siempre había aplicado sus pies a vivos que desaparecían movidos por el impulso que acompañaban a sus cuerpos; pero ésta era la primera vez que desaparecía un cadáver Recordó que su institutriz le había hablado del Budismo, cuyas ideas difundían algunos ingleses desde la India Británica. Había un concepto: dukkha que se traducía como sufrimiento, como la sed que animaba a todo ser a avanzar. Los vivos podían dirigirla, lograr objetivos a través de ella y en los muertos no desaparecía, la única diferencia era la inmovilidad de los cuerpos, pero la fuerza se mantenía intacta y eso permitía que la vida se manifestara una y otra vez.
Por encima de los disparos, las órdenes y el crepitar de las llamas, Magdalena seguía hablando a Hortensia por lo bajo. La muchacha se dejó abrazar; la posadera acarició su cabello y cantó canciones de cuna con voz melodiosa y susurrante,. De pronto, la criada se apartó y se arrodilló en el suelo, ya que no podía incorporarse debido a los grillos; habló como si recitara de memoria.
— Si me fusilan seré la primera víctima de la guerra entre la burguesía y el proletariado. ¡Los obreros de Europa conocerán mi muerte y tomarán las armas para librarse de sus cadenas!. Yo seré la madre de su libertad. No me van a robar ese derecho, ese honor…
La joven había hablado en voz demasiado alta y el soldado que custodiaba el lugar entró en el refugio y se dirigió a Magdalena
— Señora: mi orden es que la rea de ejecución permanezca separada. Les permití estar juntas porque el comandante nos aconsejó que fuéramos gentiles, pero si esta mujer sigue hablando en voz alta y diciendo cosas prohibidas, la sacaré de aquí.
La posadera se excusó y se comprometió a controlar a Hortensia. El soldado asintió y volvió a ubicarse cerca de la puerta, atento a la charla de las mujeres.
Brenda miró el rostro de la criada bajo la luz de las llamas; tenía una expresión de belleza y alegría; la muchacha pensó que quizá la condición humana consistía entregarse a algo superior, fuera ilusorio o no. Dios, el amor, o como en ese caso, la rebelión del proletariado según leyera Hortensia en los libros de Marx. El fuego había aumentado; Brenda recordó otro par de montes hacia el sudeste que quizá se estuvieran quemando como contagio del bosque central. El incendio cortaría la huida hacia el sur de los ladrones que quisieran escapar Algunas bolsas de arena faltaban de la pared de la celda que daba al río. Por allí se veían enormes barcazas que llevaban soldados. El ejército controlaba esa vía para entrar, salir y aprovisionarse.
De pronto, Hortensia se apartó de Magdalena y sentándose frente a ella habló con un susurro apretado.
— Tú no eres mi madre. Soy tu criada en una relación de servilismo feudal. ¿Qué ocurrirá si me salvo, Magdalena? ¿Me seguirás cantando nanas cuando deba limpiar los pisos de tu posada? ¿Cuándo me regañes por no haber ordeñado la vaca? Luego de trabajar veinte horas a tu servicio me dejarás dormir un poco en mi jergón. Como ocurre con las criadas, si llego a quedar embarazada, me expulsarás. ¿Eso se le hace a una hija? tu postura de madre amorosa no es más que una forma de dominación. Prefiero una muerte gloriosa y no una vida desgraciada a tu lado. ,
Hortensia siguió hablando y Magdalena ya no pudo interrumpirla. De pronto, con una rapidez inusitada, la posadera la tomó con fuerza de las muñecas sosteniéndola con una mano mientras que con la otra le tapaba la boca. Brenda miró por un momento hacia afuera y comprobó que los soldados se habían alejado. Magdalena le hizo una nueva señal y la muchacha volvió a recostarse apoyando los pies en las caderas de la criada que se debatía entre gruñidos. Esperaba que de un momento a otro surgiera el calor de sus plantas, y debió invocar la energía hasta traspirar por el esfuerzo; Desde afuera llegaban explosiones y gritos y la luz y el calor de las llamas provenían no sólo del bosque, sino del río. Se escucharon gritos y el ruido de los soldados corriendo hacia allí.
Era la primera vez que Brenda intentaba hacer desaparecer a alguien en contra de su voluntad y quizá no funcionara; estaba a punto de renunciar, cuando desde sus pantorrillas surgió un vértigo doloroso y súbito. Los rayos chasquearon dolorosamente al atravesar los flancos de sus pies y penetrar las caderas de Hortensia. La criada arqueó su cuerpo, mientras la luz verde llenaba su vientre. Magdalena se apartó y Hortensia desapareció en el momento de abrir la boca para lanzar un grito inaudible; los grillos vacíos golpearon entre sí con ruido metálico.
Las mujeres miraron aterradas la puerta, suponiendo que el soldado o alguno de los custodios podían haber escuchado algo, pero no veían sus siluetas.
En los inicios del siglo XX las dos mujeres harán un impasse. Brenda deberá estar presente en el momento de acostar a sus hijos hasta que se duerman.
Mientras la servidumbre tienda los lechos, ajuste las bujías y apronte los mosquiteros, Terencia observará las cortinas de brocato, las escaleras de mármol y el lujo del ambiente. Mesas de carrara, vajilla de cristal y el ejército de criados descalzos y silenciosos con la consigna de realizar sus tareas sin molestar a la invitada.
— Y supongo que los harás rezar — comentará Terencia refiriéndose a los hijos de Brenda
— Como corresponde. Siempre encomiendan sus almas a Jesús y al Ángel de la Guardia
— Eso es una incoherencia. Por un lado hablas de espiritismo, dices que tú misma puedes ser un espíritu desencarnado y por el otro admites el dogma católico.
— Piensa en Mesmer, querida Terencia y obtendrás la respuesta. Calculo que las sales digestivas ya deben haber hecho efecto, de modo que ordenaré a las criadas aprontar la cena. Ven conmigo. Escuchar una oración en labios de unos niños no te hará hacer daño.
Terencia obedecerá. Los hijos de Brenda serán un niño y una niña, ambos muy rubios y con una elegancia y una gracia propia de los nobles. Obedecerán a su madre y arrodillados junto al lecho murmurarán con devoción un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria Patris, en perfecto latín. Luego se acostarán y Brenda retrocederá unos pasos.
— Querida Terencia: en este momento tengo la costumbre de contarles un cuento, pero esta noche te cedo la prerrogativa.
— ¿A mí? ¿Por qué?
— Por ser nuestra invitada…
Terencia se sentará junto a la cama; los niños la mirarán con ansiedad, esperando algo novedoso y la mujer repetiría un relato escuchado en su propia infancia. Hablará de unos niños perdido en un bosque oscuro donde un fuego encendido por magos nunca se apagaría. Debían encontrar al hada salvadora; el tono de la mujer será uniforme y describirá con detalle el clima del bosque: el frío de la brisa, la preocupación porque los niños no estuvieran lo suficientemente abrigados; enumerará una por una las especies de árboles. Al llegar a los alerces y explicar sus propiedades, los hijos de Brenda se dormirán de pronto.
— Algo extraño está ocurriendo — Magdalena se acercó a la entrada del refugio para comprobar que los guardias se habían alejado; en ese momento una fuerte explosión que llegó desde el río la hizo retroceder.
— Brenda, debemos huir
— Pero… ¿dónde, Magdalena?
Las posibles salidas estaban bloqueadas por el fuego o los piquetes de soldados. Además las mujeres no tenían calzado y aunque estuvieran acostumbradas, era un riesgo atravesar la noche con los pies desnudos.
— Debemos huir Brenda — repitió Magdalena —No podemos quedarnos aquí
Caminaron unos pasos fuera del campamento y en ese momento una de las barcazas repleta de soldados que navegaba por el río, ardió espontáneamente. Un fuego súbito cubrió la embarcación. Se escucharon gritos de dolor, gemidos y a través de las llamas vieron los cuerpos de los soldados arder y retorcerse hasta que la nave se hundió. Los centinelas del refugio corrían por la orilla del río sin saber qué hacer. Brenda temblaba, a punto de perder el control.
— Debemos volver a la Ciudad de las Descalzas. — afirmó Magdalena — Por allí podremos encontrar la salida trasera del lago y llegar a la frontera con Alemania.
Aquello era difícil, ya que ese lugar daba a las estribaciones de las montañas que rodeaban a la ciudad refugio con extensos desiertos y animales feroces. Además, en la noche era posible que se perdieran y no llegaran a la frontera.
Un par de explosiones indicaron que ardían otras tantas barcazas.
— Vamos, Brenda. No podemos quedarnos aquí.
Corrieron hacia lo que había sido la Ciudad de las Descalzas. Allí los soldados también parecían haberse retirado; la oscuridad era total y tan sólo los pies de ambas, acostumbrados a los senderos podían orientarlas entre las sombras.

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