Mi vida como atlético está llena de sensaciones, unas veces buenas y otras malas, pero hay una que nunca cambia, siempre es la misma, y es la emoción que me invade cuando veo el Vicente Calderón.
Da igual los años que lleve bajando a nuestro santuario, da igual nuestro puesto en la tabla o el rival, dan igual mis problemas cotidianos, da igual todo. Cuando entro por el Paseo de los Melancólicos y lo veo, más de cien años de historia me rodean y mi corazón empieza a bombear sangre rojiblanca a borbotones.
Por eso me gusta ir un buen rato antes, tomarme algo con mis amigos en "El Chiscón", uno de los bares que están en la zona del Fondo Sur, y hablar de fútbol, pero siempre en los aledaños del Calderón.
Ayer no pude evitar pensar que en unos años ya no estará ahí y sentí una punzada en el corazón. Ayer disfruté del Calderón más que otras veces, lo miré muchas veces desde fuera y desde dentro intentando retener en mi retina cada metro cuadrado.
Se que cuando estemos en nuestro nuevo estadio tendré otras sensaciones, pero ninguna como la que me trasmite nuestro querido Vicente Calderón.
FORZA ATLETI