Alaska, 22 de octubre de 2013,
El viernes pasado estuve en la Universidad de Barcelona, en la presentación del Postgrado en Centros de Protección a la Infancia y Adolescencia en el que participo. Habló Ana Avellaneda, que dirige el posgrado. Ana es una mujer que pone en los proyectos cabeza y corazón. La primera vez que hablé con ella transmitía tanto entusiasmo que le dije que sí sin estar muy seguro de a qué. Solo más tarde entendí que me estaba apuntado a un enorme y brillante proyecto.
Habló después Begoña Román, doctora en filosofía. Begoña es puro nervio y pura inteligencia. Yo sería capaz de sentarme en una silla y estar oyéndola horas y días sin parar. Su voz ligeramente aguda, su ironía, su capacidad para crear ideas. Begoña da que pensar y eso no tiene precio.
La doctora Begoña iba hablando y yo iba apuntando notas en mi Samsung, como un loco. Comentó una cosa con la que estoy de acuerdo: a veces los equipos con más experiencia, más profesionalizados y tecnificados, se olvidan de lo importante. Y una de las cosas importantes es crear vínculos positivos con las personas que atiendes. En un momento u otro de mi vida profesional lo he vivido: la excelencia profesional se confundía con el papeleo, se ponía el acento en el protocolo y la gestión y se olvidaba lo esencial. Conozco algunos equipos burocratizados y protocolarizados hasta la risa.
No creo que el apunte de Begoña sea una invitación a la improvisación o al amateurismo. Los protocolos son necesarios y las personas tienen derecho a que sus papeles estén en orden. Se trataría más, creo yo, de parar un momento, dejar de actuar, desandar algo de lo andado e impulsarse de nuevo recuperando lo más valioso de la profesión. Eso no se hace cuando eres un pipiolo, eso solo puede hacerse cuando uno sabe casi todo lo que tiene que saber sobre su oficio, de la misma forma que un artista solo puede deconstruir, romper y reinventar su arte cuando, por fin, lo domina.
¿Y qué es lo más valioso de la profesión? Por supuesto que todo lo que tiene que ver con la eficiencia y la calidad lo es: una buena atención al ciudadano, una buena evaluación, un buen mapa de procesos, etc. Una buena gestión. Pero también lo es crear vínculos con las personas, que es lo que en estos tiempos se nos está quedando por el camino de las prisas.
En estos últimos cinco años he gestionado ayudas económicas, he informado de abusos de bancos y he tramitado más informes que en toda mi vida. Pero también han habido muchos momentos en que las personas han venido a verme solo para que las escuche, para que las entienda, o para compartir un dolor que querían ahorrar a su familia: el drama de haber caído en un pozo en el que no esperaban caer. Muchas veces solo he podido hacer eso: oír, compartir, acompañar. Otras he podido lanzar una idea, una pregunta, una sugerencia que les devolviera algo del poder y la autoestima perdida. Estoy seguro, me lo han dicho, que eso les ha ayudado. Muchas de esas cosas - oír, entender, empatizar, motivar- son difíciles de (des)escribir en una memoria o en un expediente, pero dan sentido a lo que hago cada día, cuando les abro la puerta y les invito a sentarse.
Foto: Begoña Román
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