Foto: El Dia
No sabía que Álvaro el Gris, virrey del Imperio Plurinacional, tuviese dotes para el baile. Considerando que se ha pasado la vida leyendo y desempolvando los veinte mil libros de su humilde biblioteca personal, es probable que no haya tenido ni un minuto libre para aprender algún paso o coreografía. En su tupida cabellera gris abuelita está la mejor prueba de su encanecimiento prematuro por falta de sol, dándole esa estampa de paliducho profesor universitario que hace de las delicias de jovencitas atolondradas.Pero amnésico y aturullado, yo había olvidado que no hace falta aprender a bailar, así que no debería sorprenderme por las ganas del Vice de sacudir el esqueleto en pleno palacio de Gobierno. Todos los bolivianos llevamos en el código genético la memoria del cuerpo desatado. El folclore lo llevamos en la sangre, en la piel, en la cara y en todo lo que se conoce como alma, bien pertrechada con cascabeles y matracas. “Este es el único país del mundo donde se detendría una revolución para ejercitar pasos de moreno, rugidos de diablo, o azote de calzones multicolores de las otrora chinas supay, hoy barbies, que dan el toque sensual y carnal a este matrimonio del cielo y el infierno” afirma, con pluma de estilete el escritor Claudio Ferrufino.
Añadiendo mi toque al bombo, juro por mis reales que he visto a chiquilines que, apenas aprenden a caminar ya se mueven con buen oído al son de un ritmo nacional y, andando el tiempo, dirán que su mayor sueño en la vida es bailar tres veces en honor de la Virgen de cualquier denominación que hasta el calendario ya no da abasto. En otros países como Uruguay o Argentina, los niños ya nacen con la pata desarrollada para pegarle al balón. Nada que objetar, el fútbol, por lo menos ayuda a formar el carácter (como alguna vez reconoció Albert Camus) y ofrece la gran posibilidad de salir de la miseria a muchos niños y, si aprovechan el talento, hasta pueden llegar a ser millonarios. Curiosamente, no conozco a ningún bailarín millonario, ni al más eximio intérprete de ballet.
Este traje le queda mejor, dicen
Ay, cosa seria es la Revolución Democrática Cultural. Coqueto apelativo que sonaría a cháchara si no recordase a épocas siniestras de algunos regímenes totalitarios. Pero no perdamos la cabeza por ignorar la historia, una vez más. Volquemos la página y todos contentos. Aquí es sinónimo de jolgorio con solemnidad oficial. Una de cuyas manifestaciones más notorias es observar a los gobernantes bailando del brazo de reinas locales en cuanta obra pulgosa haya que inaugurar. Otra, es la contratación de músicos criollos para amenizar las cenas multitudinarias de los jerarcas (sería ilógico pensar que cenasen a la luz de unas velas y escuchando a Richard Clayderman, a que sí). Pero en este ambiente de Jauja permanente, se lleva la flor, la declaración con aire cándido del Vice, confesando que es otro amante de la fiesta grande. Ya está, ahora el folclore pasa a ser asunto de Estado, como si no bastara que cada fin de semana en alguna parte del país, una tropa de bailarines interrumpiera el libre tránsito de los que no comulgan con estas costumbres.Al tiempo que recibía a una delegación de la “Asociación de Conjuntos Folklóricos del Gran Poder”, el Vice se despachó una bailada de campeonato junto a simpáticas damas de las fraternidades. Fue tanta su emoción que comprometió la construcción de una sede para la citada asociación. Son así de pobres las fraternidades de Jesús del Gran Poder, que no tienen dificultad para desembolsar entre cinco y diez mil dólares por un solo traje femenino con joyas y accesorios. Es más, en un medio de comunicación televisivo he oído que toda la fiesta significa un gasto global de 56 millones de dólares, de los cuales, más del 40% se invierte en la compra de bebidas alcohólicas. Con razón, no era gratuito el eslogan de “Fiesta Mayor de los Andes” que se oye hasta la saciedad. Cifras mareantes para un país que no tiene el dinero suficiente para equipar dignamente a sus instituciones más básicas. Y de pronto, nuestro Vice compromete alegremente dinero público para las actividades lúdicas de privados. ¿Desde cuándo, bailar y farrear colectivamente es un servicio a la comunidad, como para que se lo financie?, ¿sabrá el Excmo. Virrey que el Hospital del Niño de Cochabamba está abandonado en fase de obra gruesa desde hace seis años y que además es responsabilidad de las autoridades que responden a su misma tienda política?
"Antes de morir, uno de mis sueños es estar en una banda tocando de platillero, algún día tengo que cumplir ese sueño, por hoy no voy a poder hacerlo tengo un problema de desgarramiento en el codo, pero yo creo que en unos seis (meses) recuperándome me anoto para estar en estas poderosas bandas”, dijo el vicepresidente el viernes pasado, cuando recibía jubiloso a la delegación que lo invitó a participar de la “fastuosa entrada” del populoso barrio paceño. Ni corto ni perezoso, al día siguiente se le curó el codo malherido porque fue visto golpeando los platillos con la sonrisa de oreja a oreja junto a una banda. Un misterio insondable, que diría Paulo Coelho, o un milagro del santo de la festividad, que en un tris se le cumpliera el sueño. Al contrario, hay quienes perseguimos sueños toda la vida. Y nada de nada.