Revista Literatura

EL VIRUS QUE ACECHA ENTRE LOS ÁRBOLES, un relato de Baldomero Dugo

Publicado el 05 abril 2020 por David Rubio Sánchez
EL VIRUS QUE ACECHA ENTRE LOS ÁRBOLES, un relato de Baldomero Dugo
  Dicen que quien se va nunca vuelve. Quien marchó de nuestra vida durante un tiempo, cuando regrese, lo hará cargado de nuevas experiencias que lo habrán transformado. De alguna manera, estos días nos hemos ido todos; cuando nos reencontremos, tal vez cada uno de nosotros seamos un poco distintos. 
  En cualquier caso, quienes escribimos tenemos la misión de dejar impresas las sensaciones de lo vivido para que nunca olvidemos lo extraordinario. Nuestro compañero de letras Baldomero Dugo nos regala este relato escrito con la tinta de la emoción. 
  ¡No os lo perdáis!

EL VIRUS QUE ACECHA ENTRE LOS ÁRBOLES de Beri Dugo

1. Llegadas

   Cuando más desprevenidos estamos, suele ocurrir algo que trastoca por completo nuestros planes vitales. Es cierto que por la televisión y por Internet habíamos recibido en los últimos tiempos noticias alarmantes sobre un nuevo virus que estaba haciendo enfermar a cientos de personas en la provincia china de Hubei. Pero como nos explicaban en el colegio, lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia apenas nos afecta si lo analizamos a la luz de nuestras pequeñas tragedias locales. Qué duda cabe que mil muertos en China o India siempre nos impacta menos que un solo fallecido en nuestra propia barriada. Así es la naturaleza humana.
   Así, a pesar de nuestras certezas, una mañana nos desayunamos con la noticia de que ese nuevo agente patógeno, bautizado con el extraño nombre de SARS-CoV-2, había decidido cruzar nuestras fronteras e integrarse en nuestro paisaje autóctono. No se trataba de una nueva especie de flor silvestre, de suaves pétalos y embriagador aroma, sino de un virus muy contagioso que podía derivar en neumonía, de efectos devastadores en la población anciana o con enfermedades crónicas.  EL VIRUS QUE ACECHA ENTRE LOS ÁRBOLES, un relato de Baldomero Dugo
    Y, ante el aluvión de casos que se detectaron en los primeros días del mes de marzo, el Gobierno de la Nación tuvo que declarar el estado de alarma, haciendo frente al avance imparable del también conocido como virus del COVID-19 o coronavirus. 
   —¡Mami, me aburro como un mochuelo!—exclamó el niño resoplando de manera ostensible. Ya hacía una semana que duraba el confinamiento de la población en sus hogares y los críos comenzaban a echar de menos el trajín escolar. 
   —Nicolai, ¿ya has acabado los deberes de las construcciones romanas? —respondió la madre asomando la cabeza por la puerta entreabierta de su cuarto—. Si ya has terminado, ¿por qué no haces un bonito dibujo sobre ese bicho tan malo? 
   Al igual que todos en casa, el pequeño de diez años había escuchado en las noticias de la tele que seguramente la llegada del buen tiempo ralentizaría el desarrollo del virus; puesto que los rayos ultravioletas y el incremento de las temperaturas no le hacían tan grata su existencia entre nosotros. Así pues, cada mañana, en cuanto se levantaba de la cama, el jovial crío salía corriendo al balcón y se aprestaba a contar las nuevas flores que habían nacido en las ramas de los árboles que se alzaban en la acera de enfrente. 
   —Una, dos, tres, cuatro…¡diez flores nuevas! —gritó Nicolai al frío viento de la mañana saltando de puro contento—. ¡El bicho tiene los días contados! ¡Zas, zas, he matado a un millón de los vuestros! —profirió el rubio azote del coronavirus mientras agitaba sus brazos en todas direcciones. 
   Mientras tanto, sus padres le observaban divertidos desde el interior de su propio dormitorio, despertados por aquel batir de alas y aquellos chillidos pueriles.

2. Encuentros

  EL VIRUS QUE ACECHA ENTRE LOS ÁRBOLES, un relato de Baldomero Dugo   Tardó varios días en acabar su obra maestra; ya que debía intercalar su elaboración con la realización del considerable número de actividades que Eva, su maestra de cuarto de primaria, les había propuesto a él y a sus compañeros a través del site de la escuela. En aquel mural de un metro de ancho mostraba en primer término un gigantesco virus circular con multitud de pinchos alrededor. Su mera contemplación daba pavor. Papá le ayudó a pintarlo de variopintos colores usando para ello los rotuladores del cole. En la sección central, un sonriente muñequito ataviado de médico, con su bata y demás complementos de color verde, gritaba un contundente ¡fuera coronavirus! En la parte derecha, un grupo diverso integrado por figuras de diferentes tamaños y proporciones representaban a los valerosos ciudadanos de cualquiera de nuestras ciudades, quienes portaban pancartas donde se podían leer consignas del tipo:«¡Vete coronavirus, no eres bienvenido!» 
  Con la mayor de las ilusiones, Nicolai cogió con cuidado su mural y lo sacó a la galería, colgándolo con pedacitos de celo en la pared, lo más alto que pudo. Quería que los vecinos pudiesen compartir con su familia aquel mensaje claro contra aquel maligno bicho que en pocos días había puesto en jaque a todo el país, situación que se podía hacer extensible a todo el planeta. Pero no se podía ignorar que, en paralelo, aquel mismo virus había sido el detonante a nivel global de un colosal tsunami de solidaridad y de fraternidad entre las gentes, con el que más pronto que tarde se le pondría punto final a aquella pesadilla. 
   De pronto, una voz a su espalda le hizo darse la vuelta a la par que sonreía a la señora que vivía en el piso de enfrente. No sabía su nombre, pero sus padres le habían contado alguna vez que aquella anciana vivía sola. 
   —¡Hola, guapo! ¡Pero qué dibujo tan lindo que has hecho! 
   —¡Gracias! ¿Le gusta? —acertó a responder el crío a la par que se sonrojaban sus mejillas. 
   —¡Muchísimo, hijo! Ojalá que podamos acabar pronto con el virus. Las personas mayores como yo estamos en peligro… 
   Y dicho esto, la vecina entró en casa, enjugándose las lágrimas que ya asomaban por sus ojos.
   Aquel mismo día, las vecinas del piso de abajo habían anunciado a través del grupo de WhatsApp de la comunidad de vecinos que a las doce del mediodía saldrían al balcón para cantar una canción dedicada a todo el mundo, en especial a todos quienes estuvieran sufriendo los efectos de la pandemia. Así, a la hora convenida, María José y Mónica, su simpática hija de once años, asomaron sus morenas cabezas por sobre de la barandilla de la balconada y entonaron a dos voces una bella composición titulada Mirall de Pau. Desde que empezaron a sonar los primeros acordes, docenas de moradores y los escasos peatones que transitaban por la calle dejaron de hacer lo que estuvieran haciendo, permitiendo que aquellas hermosas notas los transportaran a otro lugar muy lejos de aquella jaula sin barrotes.

EL VIRUS QUE ACECHA ENTRE LOS ÁRBOLES, un relato de Baldomero Dugo

Fragmento de Espejo de paz, de David Melgar y Gibert d´Artze


  Como cada día coincidiendo con el ocaso, gran parte de los residentes salían a las balconadas a las ocho en punto de la tarde para aplaudir al personal sanitario que en todo el país arriesgaban sus vidas para salvar las nuestras. Era como la hora del patio, no en vano se aprovechaba para cantar, bailar y compartir algunas risas que permitiesen olvidar por un momento la pandemia que se extendía sobre la faz de la Tierra como si fuera un vertido de petróleo sobre las aguas del mar de todos. 
   Un representante de la asociación de vecinos hacía las veces de maestro de ceremonias. Como de costumbre, plantaba su amplificador en mitad de la calle y animaba a sus paisanos a compartir con él unos minutos de asueto liberador. Participando del espectáculo callejero, docenas de ojos anhelantes de una solución que les permitiera salir del pozo sin fondo, deseosos de recuperar sus vidas arrebatadas tan inesperadamente.
   Por su parte, Nicolai, papá y mamá se unían al recital de palmas y risas, haciendo una improvisada conga de un extremo al otro de la galería. A modo de decorado, el mural del coronavirus se asemejaba a un escaparate navideño, rodeado por unas parpadeantes luces de colores de las de los chinos.

3. Partidas


   Aquel nuevo virus, de origen animal, había saltado a los seres humanos echando raíces entre nosotros, amenazando seriamente nuestra existencia. No tardaron en sucumbir las personas más débiles. Pero no solamente fallecían personas mayores o ancianas; sino que también nos dejaban conciudadanos que padecían alguna enfermedad crónica como diabetes o asma. Aunque no había nadie en este mundo que pudiese jactarse de ser inmune al COVID-19. De hecho, en todos los estratos de la sociedad los contagiados se contaban por miles, cientos de miles en el conjunto del planeta. 
   A oídos de los padres de Nicolai habían llegado noticias desalentadoras en cuanto a su entorno más inmediato. Una vecina de la cajera del supermercado había fallecido víctima del virus a la prematura edad de cincuenta y cinco años. En otra barriada del pueblo, la tragedia había golpeado a la familia de una clienta habitual de las paradas del mercado de Serraparera. Lucía, la panadera, le había contado a mami el triste caso de aquella señora. Apenas sesenta años y enferma de asma. Su viudo había confesado que habían postergado su visita al hospital público que les correspondía por zona de residencia, temiendo la enorme saturación allí reinante. Y cuando por fin se acercaron ya era demasiado tarde. 
   —Papi, tengo miedo por la yaya. No quiero que se muera… —dijo Nicolai tapándose la carita con las manos. 
   —No, hijo, no tengas miedo. La yaya está bien —intentó tranquilizarle su padre acariciándole suavemente la cabeza—. Verás pronto cómo los médicos encontrarán una vacuna para el coronavirus ese, y entonces iremos a visitar a mami Conchita y volverás a jugar con la perrita Chispita. 
EL VIRUS QUE ACECHA ENTRE LOS ÁRBOLES, un relato de Baldomero Dugo
   Aquella noche el niño se sumió en el sueño con una plácida sonrisa, enmarcada por un rostro ilusionado. Soñó con que él y sus amigos salían de sus casas a escondidas para reunirse en el parque infantil próximo, donde jugaron y charlaron hasta altas horas de la madrugada sobre lo que harían cuando ya pudiesen salir a la calle sin miedo, una vez superada la crisis del virus. La escena acontecía a la luz argentada de una luna llena redonda como una tarta de nata, como testigo silencioso de sus miedos y esperanzas.
Fin
   © Baldomero Dugo. Relato y fotografía mural.

EL VIRUS QUE ACECHA ENTRE LOS ÁRBOLES, un relato de Baldomero Dugo

Clica sobre la imagen para acceder al blog de Beri Dugo


    
   Si quieres participar en la sección ¿Qué te cuentas? basta con que lo solicites por mail a [email protected]. Más información en:

EL VIRUS QUE ACECHA ENTRE LOS ÁRBOLES, un relato de Baldomero Dugo

Clica sobre la imagen para Más Info



    ¡Saludos tinteros!

Volver a la Portada de Logo Paperblog

Revistas