Muchas son las teorías que se han sumergido en el Yo para darle sentido. No vamos a hablar con extensión de él, ya que requiere no solo de unos párrafos. Aquí nos remitiremos a la percepción y en ese sentido, el Yo se comporta de infinidad de maneras y en todas ellas de manera dual. El Yo conoce por comparación; al tener en cuenta su experiencia interpreta el entorno para dar una respuesta. Interpretar y dar una respuesta son las funciones del Yo. Un Yo enfermo, dividido o fragmentado tiene multitud de facetas. Lo idóneo sería que en el interior de la persona solamente hubiese una identidad.
Ante el planteamiento de una cuestión hay múltiples formas de verla y de actuar. Esa es la dificultad para sujetar ese Yo con múltiples facetas no integradas. Todas las personas que acuden a terapia tienen un denominador común, “hacerlo mejor”. Esta es una apremiante necesidad del Yo. Lo primero que debemos hacer es integrar ese Yo y tener cierta entereza en sus ejecuciones y decisiones. Un Yo frágil o débil puede traernos desagradables consecuencias, por no decir la perdida de tiempo que conlleva la incertidumbre de estar dividido en varios pensamientos.
El Yo/Ego tiene dificultades para estar en el presente y para adaptarse a una acción espontánea.
Otra de las dificultades del Yo es la de vivir en el presente. Cuando realizamos una acción, el tiempo en que la misma está siendo realizada es tiempo presente. Sí nuestro pensamiento interfiere estaremos interrumpiendo el flujo de la acción. El problema se origina porque al haber varios Yo-es, estos tienen facilidad de emerger en el contenido del pensamiento apoderándose de la acción y frenando nuestro flujo en el presente. Por eso es importante educar el Yo y su funcionalidad. ¿Cómo educar esta función? Éste es mayoritariamente el planteamiento de todas las corrientes psicológicas que han surgido en el siglo XX.
El Yo tiene varias dificultades para vivir en el momento presente y ofrecer soluciones adecuadas:
1. Ante cualquier cambio el Yo siente incertidumbre, por lo que condiciona la respuesta y no deja que esta sea natural.
2. El Yo interactúa como un perceptor ajeno al medio que le rodea; hay una realidad que él no puede abarcar en su amplitud porque su forma de observar el mundo es dual. Su historia personal está llena de altibajos que hacen que se cuestione el bienestar constantemente.
3. La función del Yo no es la de buscar la verdad, porque al hacerlo tendría que cuestionar sus creencias.
Resumiendo, el Yo siente incertidumbre en los cambios, es dual en su interpretación del mundo y no le interesa cuestionar su seguridad. Entonces, si queremos ofrecer una respuesta espontánea y natural a lo que percibimos debemos relegar a un segundo plano nuestro Yo.