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Elegía en prosa

Publicado el 14 mayo 2010 por Filosaletra
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Elegía en prosa
Mi querido Gabo, has cruzado la línea donde acaba el horizonte y te has marchado lejos, hacia ese espacio del que nada sabemos quienes aún permanecemos en la burbuja del mundo. Fue tan de repente, tan de una sola vez y es tan definitiva tu partida, que apenas consigo entender que no te veré más.
Tu prematura ausencia me llueve por dentro con un relampagueo de absurdidades. La muerte viaja en una escoba loca que barre inopinadamente sueños y esperanzas.
Nos quedó pendiente ese café para hablar de "El viaje del elefante". Y tantas otras cosas que ahora están en la repisa de lo irrealizable.
Te imagino columpiándote sobre el arcoiris, en alguna parte desde donde puedes contemplar la infinitud del universo.
Tu memoria es una hincada huella que resistirá por mucho tiempo las mareas.
Gabriel Planas, un hombre bueno y útil
Hay seres humanos que vienen al mundo con una misión especial. No tengo la menor duda de que Gabriel Planas era uno de ellos. Se me antoja extraño referirme a él conjugando el verbo ser en pasado, cuando hace apenas unas horas avanzaba todavía hacia el futuro.
Si la sensibilidad humana es una virtud, entonces era ésta la más resaltante de cuantas tenía. Su comprensión del dolor ajeno no se agotaba en sus pacientes, ni en un determinado caso clínico, sino que alcanzaba al sufrimiento cotidiano de la gente y a las más diversas situaciones de la vida. Combinaba sus conocimientos de Medicina con la extraordinaria habilidad de sus manos y una admirable vocación de servicio. Su aptitud y dedicación burlaron en muchas ocasiones los límites que suelen imponer la adversidad y los relojes. Era un médico enamorado de su oficio, profundamente comprometido con la responsabilidad de su labor social. Estas cualidades le ganaron el respeto de sus colegas, la confianza de sus pacientes y el aprecio de la comunidad.
Pero Gabriel fue, sobre todo, un hombre bueno en el más amplio sentido de la expresión. Creía en la amistad, en la solidaridad y en la autorrealización. Tenía un agridulce sentido del humor que revelaba su aguda inteligencia y una singular capacidad de análisis. Era un lector voraz, amante de la Literatura vanguardista, admirador de José Saramago y de los poetas de la generación del 27.
Desde que nos conocimos, a finales de 1996, recién llegado a El Tigre, muchas fueron las partidas de pool que jugamos, los cafés que compartimos y las lecturas que comentamos. A partir de su unión con Josefina Pestana y el nacimiento de sus hijos Gabriel y Francisco, que desveló su faceta de padre diligente y querendón, nuestra amistad se enriqueció con el disfrute de agradables momentos familiares. Estas y muchas otras imágenes me vienen a la mente mientras escribo, y sólo quisiera poder hacerlo sin caer en el clásico cliché del réquiem mozartiano.
Es muy duro despedirse de un amigo cuando se piensa que se ha ido antes de tiempo. Pero el tiempo no nos pertenece. La breve residencia de Gabriel en la Tierra fue, sin embargo, fructífera e intensa: dedicó su talento a ayudar al prójimo y con su bonhomía conquistó el afecto de la gente de la Mesa de Guanipa. No se me ocurre una mejor manera de preservar su memoria que reservarle un lugar en la historia de esta ciudad que él hizo suya.

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