A veces recibe uno las felices noticias de los premios otorgados a algunos escritores como si se tratase de un familiar cercano. Conocer al escritor que admiras por su escritura casi nunca te hace mejor lector; pero en la mayoría de ocasiones —por suerte— hace que te sientas un afortunado. Celebro muchísimo el Premio Cervantes para Elena Poniatowska. Me trae muy buenos recuerdos de sus «abrazos mexicanos» aquí en Cáceres, hace la friolera de veintitrés años. Justos. La vi por primera vez el 19 de noviembre de 1990, cuando llegó invitada por mi compañero y amigo Ignacio Úzquiza, que organizó un simposio sobre «Lo real maravilloso en Iberoamérica. Relaciones entre Literatura y Sociedad», por el que pasaron escritores como Isaac Felipe Azofeifa, Néstor Taboada Terán, Arturo Azuela o Daniel Moyano; y en el que Elena Poniatowska habló de Jesusa Palancares, la heroína de su maravillosa novela Hasta no verte Jesús mío (1969), que su editorial —Ediciones Era— ha reimpreso en casi medio centenar de ocasiones, si no estoy equivocado. Desde aquel tiempo, Elena Poniatowska ha venido con frecuencia a España, por otros reconocimientos como el Premio Alfaguara de novela en 2001 por La piel del cielo o el más reciente Premio Biblioteca Breve de 2011 por Leonora (Seix Barral). Enhorabuena.