Ese día, como casi todos los anteriores, a las 10:00 horas ya estaba entrando a su lugar feliz…
En cuestión de segundos el ambiente se perfumaba de manera delicada y el café no se hacía esperar.
La plática entretenida de ella y la seriedad característica de él, eran la combinación perfecta de diez a doce. La rutina se convertía en ritual, en un ritual que culminaba con un apasionado beso, tras cerrarse la puerta del elevador al momento de la despedida.