Después de tantos años, su mejor aliado era el silencio. Era el amigo fiel que nunca mentía, que no ofendía a nadie, que no miraba directamente a los ojos de la gente y les recomendaba irse a dar un largo paseo por el infierno, si es que existía y no estaban ya en él, viviendo. La rectitud de su boca se hizo tatuaje permanente en sus labios, gastados y cansados de tanto sonreír a desgana, de tanto dar besos sin sabor, de gritar en silencio cuando nadie la escuchaba. Se sentía presa de sí misma, de sus propios tormentos. Ya no recordaba el sabor que dejaba una buena risa, una carcajada a destiempo, en el sitio menos apropiado, en el momento más inoportuno, de esas que te dejan a gusto el resto del día. Callar, también es una mentira cuando se tiene mucho que contar y ella sabe con certeza, que a pocos gustará lo que ella dirá. Lo sabe, y calla, una vez más. Cuando habla, finalmente, después de mucho cavilar, siempre entra a matar, cual torero en la plaza, pena que a ella el público no se lo pida igual.
Dicen los que la conocen que tiene una sonrisa escasa, pero bella, incluso, maravillosa. Dicen los que la conocieron cuando era joven, que aún conserva parte de aquella belleza. Aquella que la convertía en un sol y a los que se acercaban con curiosidad, los convertía en sus planetas. Esa belleza que aún puede ver, cuando no se juzga tan severamente delante del espejo, cuando es capaz de mirarse a sí misma por dentro, ya que su carcasa ha dejado de brillar, hace muchos inviernos.
Dicen aquellos que aún la quieren conocer, que sus silencios hablan a veces más que mil palabras, porque el cansancio en su mirada, les recuerda que le han hecho mucho daño y que eso ya no se cura con palabras vacías, ni lemas gastados, ni con el mismo cuento de siempre, ese de que todo va a salir bien y que ponga buena cara al mal tiempo. Se cansó ya de las mentiras piadosas, de los proyectos a medias que se quedaron en el cajón, de las promesas sin cumplir, de las noches a solas, de los abrazos que no llegaron a tiempo, de las canciones que no bailó, de los besos que no recibió, de los perdones que no quiso dar a los asesinos de su alegría. Perdonar le hace bien, la libera. Olvidar, no lo consigue, porque cree que entonces no se aprende nada de lo que se vivió.
Se cansó también y mucho, de los perdonavidas, de esos que la miran y la perdonan por existir, por esto o aquello que son ellos y ella no quiere ser. Por esto o aquello que ella no tiene, ni tendrá. Se cansó de los que ofrecen su amistad como un favor.
Se cansó de todo, menos del amor…
(continuará)