... hecho con el humo de los cigarrillos. Estaba condenada a ser feliz, eternamente. ¡Menuda condena, dirán algunos! Pero ella aprendió, con el tiempo, que sin la tristeza la felicidad no se apreciaba. Se puso el vestido de tul, ese que decía que quedaba bien para cualquier suicidio, y aquella noche se asomó a la azotea del hotel donde se hospedaba. Puedes imaginarte lo que pasó. Tanta felicidad le había ahogado el corazón.