- By gogol
- In Mujeres exquisitas
- Posted On 21 julio, 2015
- Tags Cuentos,Escritos propios
El sol radiante cae a plomo sobre el suelo arenoso y seco, y lo calienta como si fuera el comal de barro en el que en algún tiempo ella preparaba sus tortillas, es medio día, un medio día plagado de recuerdos sobre mejores momentos, un medio día de despedidas y por supuesto de partidas. Sus intensos rayos parecen hacer crecer mi desconcierto y mi incredulidad. Ella se fue, pero aunque yo sabía desde hace tiempo que el momento de su partida se acercaba, lento e inminente pero inexorable, el dolor que me produce su ausencia que parece desgarrar de forma incomprensible y desconocida algo en mi interior es igual que si me hubiese tomado por sorpresa. Miles de recuerdos sobre ella se entremezclan y se confunden con la realidad actual, haciéndola incomprensible, dolorosa e inaceptable, toda una vida de recuerdos se vienen de súbito a mi mente, y de pronto la veo desvanecerse por completo en un segundo.
No, no lo creo, busco en vano una sombra, camino, cierro los ojos aprieto la mandíbula y los puños, pero esa desazón permanece ahí, en mi interior. Abro los ojos de nuevo y ciertamente ella ya no está, ciertamente ella se ha ido para siempre, ya no camina más a mi lado, ni me cuenta sus historias ni sus penas ni sus bromas y ciertamente no lo hará nunca más porque ella finalmente se ha ido, !se ha ido para siempre¡.