Revista Literatura

Ellos las prefieren morenas

Publicado el 03 enero 2012 por Salvador Gonzalez Lopez

Hacía días que la estaba acechando horas y horas. La había descubierto mientras iba paseando por el bosque y le gustó mucho desde el primer instante en que la vio. Era realmente hermosa en su exuberancia y con sus redondeces que la hacían destacar del entorno. Estaba claro que tenía que ser suya mas pronto o mas tarde.

Encontró un buen escondite desde donde podía observarla las veinticuatro horas. Contemplaba como ella pasaba el día, como dormía, como se aseaba, como comía. Verla en cada uno de estos actos cotidianos hacían que aumentase el deseo por ella, hasta un punto en que no podía pensar en nada que no fuese en ellos dos amándose apasionadamente.

Por fin, después de dos días en los que había mezclado deseo con miedo, decidió a actuar. En ese tiempo se había transformado, él nunca había sido un ser agresivo, artero, y jamás se le hubiese pasado por la imaginación una acción tan vil como la que estaba deseando, por encima de su propia vida, realizar.

Esperó a que fuese de noche, para en la oscuridad protectora acercarse a ella. Tenía que hacerlo con el mayor de los sigilos, sin un solo ruido que lo delatase y que pudiese ponerla en alerta, de forma que tuviese ocasión de defenderse o de huir. Siguió el plan detalladamente. El camino de la izquierda era el mas seguro en cuanto a evitar ser visto. Solo quedaba moverse como se mueve la niebla sobre la ladera de las montañas, acariciando la copa de los árboles sin ni un solo sonido, ni siquiera el del roce de las diminutas gotas de agua con las ramas mas altas.

Avanzó de esa manera en un tiempo que se le hizo infinito, pues infinito era el deseo que surgía de su interior e infinito era el temor a ser oído, a ser descubierto, frustrándose así su objetivo. Lo hacía en pequeños tramos, ahora yendo con toda la precaución posible, ahora parándose para observar sus reacciones y confirmar que seguía ajena a lo que él estaba haciendo, a lo que él iba a hacer. Cada vez que paraba su corazón latía mas rápido ante el temor que pudiese haber sido visto u oído. El comprobar que no era así le daba ánimos para avanzar otro pequeño tramo. Cada vez ella estaba mas cerca, cada vez podía disfrutar de su belleza con mas detalle.

Una pequeña distancia les separaba ya. Podía oler la esencia que su cuerpo emanaba y oír perfectamente el sonido que hacía hasta el mas pequeño movimiento de su cuerpo. El deseo era el único sentimiento que tenía, cualquier otro había desaparecido, como si nunca hubiesen existido.

De un salto cayó sobre ella, a sus espaldas, y tras un forcejeo  alcanzó su objetivo. ¡que dulce era estar en ella! En aquellos momentos tuvo la percepción que había sido esperado desde el mismo instante en que la había visto por primera vez. Una vez hubo terminado quedó exhausto a su lado, sin fuerzas para hacer nada. Ella tampoco se movía ni emitía ningún sonido, estaba tan inmóvil como él mismo, cuerpo contra cuerpo, enredadas sus dieciséis piernas. Se relajó y mientras estaba en ese estado, ajeno a todo lo que le rodeaba, incluida ella misma, notó un terrible pinchazo seguido de un fugaz e intenso orgasmo que hizo que se adormeciese aún mas, mucho mas. Lo último que pudo ver fue como estaba siendo envuelto vertiginosamente por un hilo de seda. 

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