Revista Diario

Ellos,Huitzilopochtli, y yo.

Publicado el 30 diciembre 2016 por Evamric2012

Ellos,Huitzilopochtli, y yo.

Haber vivido con algunos cuantos hombres a lo largo de tu vida es un regalo. Con los años aprendes a preguntarle a la margarita, no el maltrato del me quiere o no me quiere, sino el del me conviene o no me conviene, y seguir viéndola crecer fuerte en nuestro jardín.
Aprendes también la diferencia entre una mujer maltratada y una malquerida.
Hueles los pecados que ya no cometerás, y los que te encantaría seguir cometiendo.

Lo masculino siempre me ha hecho volar por haber sabido montar sobre mis alas y desplegar cada uno de mis sueños en un simple vuelo.
Y quizá porque si algo he hecho desde niña, haya sido volar y trepar por cualquier árbol hasta estrellarme de bruces al suelo, sigo prefiriendo a Adán antes que a Dios, a Tlaloc antes que a Tezcatlipoca, y a Salomón antes que a Moisés.

Me gustaron más mis maestros que mis profesoras, y nada de raro hay en que deseara engendrar a un varón.

La piel de mi padre me dejó muchos más cuentos y recuerdos que la de mi madre, y aún hoy, su influencia sigue siendo superior pese a su muerte.

Nunca he sido pretenciosa, pero tampoco soy de las que prefieren jugar a las humildes o a las empalagosas sin serlo.

He sabido desde que nací que en este planeta algo cuasi perfecto estaba esperando para mí, y que al igual que yo, me seguirá esperando.
He pasado una parte de mi tiempo intentando reconocerlo y le tendí la mano a aquel que fue capaz de volar conmigo por los tejaditos de cualquier ciudad, o poniendo rumbo hacia esa estrella que el firmamento en un suspiro dibujó para nosotros en el aliento de un beso.
Estabamos rotos. Nos recompusimos. Y seguimos armando el puzle...

Creí haberlo encontrado en dos ocasiones, y por ello le vendí mi alma al destino sobrevolando fronteras y prejuicios morales, pero no tardé en darme cuenta de lo errada que estuve.

Tras el primer chantaje emocional, siguió el segundo, y aprendí con ellos que la voluntad no debía forzarse.
Si la mía no tenía precio, la de los demás también era sagrada.

Mi principio femenino es el que me dice hoy y ahora que es mi parte masculina la que acaba siempre en algún momento fragmentando la armonía.

Que cerré puertas y no dejé llaves.
Que salí sin despedirme.
Que no dije te quiero cuando lo sentía, y que me quedaba grande el amor cuando lo anduve buscando y aún más cuando creí encontrarlo.
Por eso ahora suelo despedirme y dejar una carta, alguna llave y la puerta siempre abierta aunque no siempre deje la buena dirección, sino una equivocada tras mudarme.

Hay estrellas que nacen estrelladas, dice Javier, pero también hay otras, que acabarán brillando hasta el final de sus días, añade. Y tú, eres una de ellas. Javier es como la abuela que perdí en mi infancia.

Y es que tal vez el todo consista, en sacarle brillo a la nuestra -estrella- seguir desplegando las alas, y encaminarse, con paso sereno a un firmamento llamado vida, hasta que alguien llegue sin más, camine a nuestro lado y aúne nuestros pasos, y siempre que entienda, que sólo sé caminar a la izquierda, y por ser zurda.
P.S. Los dejo con el penúltimo trago... pero como dicen, que vivan los penúltimos, que así siempre nos quedará el último. Y soy de las del penúltimo...
Aynnnssss!!!
:)))


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