Golpea la marea en la senda de tus lunares, y a mis pies, tu sombra se desliza como nube de lluvia enroscándose por mi nuca mientras voy "embrujulándote" la espalda.
Es en esas noches que perfuma la soledad, cuando desde el vientre del silencio, llegas con la savia de tu cuerpo para anegar mi entraña.
Y al despertar del aletargado sueño, los recuerdos del ayer son sólo harapos recosidos que han ido extinguiéndose bajo la tenue y superflua luz de las farolas camino hacia el olvido ante las caricias de tus manos.
Otrora perdido el sentido en el antes y después, o en el nunca y siempre, todo sigue y se detiene ante la música desgastada de la poesía de un verso hechizado en la vehemencia de los matices de la hiedra de nuestra piel.
Y te muerdo entonces los deseos recorriéndote con la lengua cualquier efímero rincón y alimentando el paso del tiempo que se deshilacha en un segundero, entre susurros y gemidos, detenido.