Revista Diario

Embarcadero a la vista

Publicado el 08 enero 2012 por Blopas

Esta es una anécdota en partes: la 40ava en la saga del Dr. Kovayashi.

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Con el sol a sus espaldas, bajo un cielo interminable y despejado, Kovayashi avanzó entre las últimas palmeras antes de que la vegetación se transformara en un colchón verde sobre los ricos sedimentos que tapizaban la rocamadre de basalto. Al igual que α y β, los gorilas que los acompañaran hasta el confín de la selva, cualquier pensamiento oscuro asociado a la muerte había quedado atrás. Ahora, la naturaleza rodeaba al grupo con belleza y febril actividad. David y Nikola perseguían sendas nubes de mariposas que con destellos azules volvían una y otra vez a los varios manchones de flores que por doquier saltaban a la vista. Los escarabajos amasaban estiércol en el pasto, y también se podían ver pequeñas ranas de patas rojas y aves que parecían cortar el aire con sus vuelos en picada. En una especie de pileta que el agua había tallado en la roca, el doctor se detuvo unos instantes a calmar la sed y a lavar el barro que lo cubría. Su rostro en el agua dejaba ver una barba no menos despareja que entrecana, además de una piel que por textura y color parecía un cuero desgastado por el tiempo. Sin embargo, se alegró al reconocer que su postura y predisposición habían vuelto a ser las de antaño, y se sentía tan lleno de vida que por un rato se divirtió con la idea -exagerada, por cierto- de regresar a Buenos Aires caminando.

No habrían marchado más de tres cuartos de hora por ese paraíso cuando llegaron al borde de un acantilado muy alto. Aquellos arroyitos que bajaran de la selva con ellos se precipitaban al vacío desmembrándose otra vez en millones de gotas, en arcoiris, en vapor. Y abajo, bien abajo, como una línea dibujada en lápiz negro sobre el negrísimo negro del basalto, el interminable río y el embarcadero. La emoción se hizo carne en los tres amigos, que no cesaban de mirar, incrédulos, hipnotizados, el tajo de que de norte a sur proponía el río al paisaje. Sólo restaba descender hasta el el embarcadero, que estaba ubicado varios cientos de metros justo por debajo de ellos.

Contrariamente a lo que creía el doctor, no fue por fortuna que descubrieran una escalera tallada en la roca aproximadamente un kilómetro al norte. Esa era la vía natural para descender al embarcadero. En el primer descanso, Kovayashi encontró varios pertrechos del ejército del Sr. X, seguramente abandonados en la huida. Nada de lo que allí había le resultó de utilidad o valor como para ser cargado, pero el hallazgo en sí le permitió comprender cómo habían llegado hasta ese punto y aventurar hipótesis sobre aquellos mercenarios. Media hora más tarde arribaron a la margen izquierda de ese río desconocido, bastante más ancho y caudaloso de lo que habían estimado a vuelo de pájaro. La costa era breve y accidentada, por lo que para recuperar mil metros hacia el sur debieron saltar rocas, esquivar troncos y vadear remansos pestilentes. Finalmente, enclavado entre dos muros que parecían cortados a cincel, el humilde embarcadero apareció ante sus ojos.

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