Y empiezo a pensar.
En recorrer tu piel impaciente, arrastrando los labios por tu contorno, explorándote con mi aliento.
Y empiezo a recordar.
Como tus dedos se fundían con los mios, como nuestras sombras se proyectaban en el techo, como sabían nuestros susurros.
Y no puedo dejar de mirar.
De observar todo lo que acontece, lo que dentro de ti se desata, las llamaradas de tus ojos, la tierna desesperación enfermiza contenida.
Y empiezo a querer.
Que todo se acabe o que dure para siempre.
Y empiezo a buscar.
Algo que se nos pueda igualar.
Y nuestro brillo cegador alumbrará esta eterna oscuridad. Y mi sonrisa volverá a dejarte sin palabras una vez más.