Me he levantado tarde. Hoy, que empieza mi año "productivo", me desperté cual noble heredera sin oficio, a las 8:44 de la mañana. Ya la cría retozaba por ahí cuando abrí los ojos. Y nada: hice lo que me propuse hacer al despertar, seguí adelante y las tareas que ya no cupieron en la mañana, las haré en la tarde. No hay problema porque no tengo que presentarme en la universidad hasta el día 15, así que basta con que termine y entregue lo que hay que hacer durante el día.
Nada más. Pero para mí es una importante diferencia respecto a otras etapas de mi vida. Si hace cinco años, quería despertar temprano y despertaba tarde, daba por perdido el día, lo cual me traía una sensación de incumplimiento, de incapacidad. Esperaba condiciones perfectas para empezar con prácticas que deseaba y me convenían. Como podrán adivinar, tales condiciones tardaban en darse y como no se mantenían, con su ausencia se desmoronaban mis prácticas deseables y convenientes.
Me felicito porque ahora empiezo como sea y hago como puedo con lo que hay. Lo de hoy ha sido volver a mover el cuerpo. ¡A mi cuerpo le urge movimiento! Pero tampoco he iniciado una rutina de ejercicio que voy a abandonar. Ya me conozco, así que daré pasititos de bebé: hipopresivos que sí disfruto, poquitita calistenia para desentumir y baile que me pone contenta. Además, mato dos pájaros de un tiro porque las canciones que bailo son los mensajes de visualización para mi inconsciente.
Pasé aaaaaños buscando cómo "hacer las cosas", cómo "funcionar", como parte de una manera de vivir que me tenía en una especie de continua "rehabilitación". El último año clarifiqué mis límites, comprendí mis complicaciones con las funciones ejecutivas, con los afectos, bla, bla, y renuncié por completo a pretender "funcionar" como socialmente se espera; de hecho, me despedí del asunto de "funcionar", solo que no tengo otra palabra a la mano para comunicar esto y no voy a detenerme para buscarla.
¡Felices comienzos posibles para todos!
Silvia Parque