En bilbao
Publicado el 30 mayo 2012 por Fdhmiércoles 30 de mayo de 2012
La iglesia es una sombra dura mojada por la lluvia. De allí vienen buscando refugio, cansados, últimos, olvidados por el día. Bajo las nubes cárdenas, sin embargo, sólo quedan —cerradas ya las rejas y recogidos los toldos— las aceras solitarias y los faros de los coches que fugaces iluminan los cartones de mi cama. Podría, quizá, convertirnos en iguales el desamparo, pero nos distingue el gozo con que comentan el paisaje de una ciudad que soporto, un domicilio lejano de tibia luz, la apacible compañía de un cuerpo cuando llega el alba. Dueños de otra época, gris y luminosa como polvo de hierro, conservan aún la calidez que los años de indignidad fueron quitándome, y aquel descaro y la frescura que tuvimos una tarde cuando nos fotografiaron junto a la ría frente a aquellas barcas sucias de millas y tormentas. Desvaídos bajo el paraguas, asisten como cada tarde a cumplir con la cita a la que mis alucinados ojos les obligan. Fantasmas míos, enrojecidos por las luces de esta ambulancia que me busca, saben que en la oscuridad de estos viejos soportales nada dejo. Soy ya el tibio y decrépito olor de unas mantas.