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En busca de trabajo y de futuro

Publicado el 18 octubre 2012 por María Pilar @pilarmore
En busca de trabajo y de futuro En este país de vaivenes pendulares rápidamente cambiamos el chip, preparamos la maleta y nos vestimos el traje de emigrante. Tal vez el péndulo esté insertado en el corazón de la naturaleza de este pueblo como  algo que se lleva grabado a sangre y fuego en la cadena genética. Cuando vienen mal dadas, para regresar al punto de partida, se abre en nuestra mente social la puerta de la emigración como única salida en la vida. Quizá sólo así se logre encontrar el camino de vuelta a casa. 

Nació en primavera al comienzo de la posguerra española, era un momento de ilusión y de esperanza en el porvenir. Todavía desconocían lo larga y brutal que les sería  esa etapa. A los 12 años empezó a ir al campo con su padre, así aprendió la dureza de este trabajo cuando, bajo las inclemencias del tiempo, no se contaba con más recursos que  la fuerza física y un par de mulas. La escuela pasó a un segundo plano y acudía cuando las faenas del campo se lo permitían. En su memoria no hay recuerdos de haber sido hijo solo alguna vez, por muy atrás que vuele buscando sus recuerdos, siempre se ve rodeado de hermanos más pequeños a los que había que atender. Vivían en una casa de pueblo que unida a las demás estaban apretadas en hilera marcando la línea de la carretera. Comparada con los pisos de hoy en día era enorme, pero nunca fue lo suficientemente grande para dar cobijo a toda la familia y los espacios se tenían que compartir. Lo único que conservó fue su pequeña alcoba sin ventana a la calle por la que nunca tuvo que pelear, derechos adquiridos de hermano mayor. De joven, más bien de adolescente prematuro, aprendió a cortar leña en el monte y a formar la barda para el invierno, a elaborar y a beber el vino de la bodega, a esquivar a la guardia civil tras el robo de alguna gallina para merendar con los amigos, a bailar con las chicas del pueblo y a disputar por alguna ante el forastero de turno. Era uno más, integrado, fuerte, querido y por momentos temido cuando de pelear se trataba. Más tarde,  solo en su alcoba, sentía un grito interior que le desgarraba el alma “¡qué estás haciendo con tu vida!” Otras tierras y si acaso el mar lo reclamaban más allá del horizonte que él conocía. Cuando se levantaba la realidad se le imponía, tenía miedo a plantar cara a los suyos. Sólo una orden le obligó a reaccionar, debía incorporarse al servicio militar; o ahora o nunca se dijo y con el corazón saliéndosele del pecho pronunció las palabras tanto tiempo pensadas.

El día antes no quiso festejar su marcha con sus amigos, necesitaba rumiar su soledad empezando a sentir la distancia. Se dedicó a vagar por los alrededores del pueblo, espacios que conocía al dedillo, hasta que sus pasos lo llevaron al alto de El Cerrillo. Subiendo la ladera aturdido por el olor de las plantas aromáticas se encontró en la cima con "el árbol solitario", apoyado en su tronco contempló el último y sobrecogedor atardecer de su pueblo. Era lo que tantas veces había visto, pero al apreciarlo con nuevos ojos, la instantánea se le quedó grabada como un pálpito congelado, el espacio que hasta ese día había sido su casa empezaba a dejar de serlo. El sueño no quiso sobrevenirle aquella noche para espantar el miedo a lo desconocido. Las esquilas de las ovejas traspasaban el silencio del pueblo y el ladrido de algún perro se oyó en la lejanía. La presión en el estómago se hacía cada vez más fuerte y los recuerdos se le agolpaban. Cuando presintió las primeras luces del alba, ojeroso y con su abundante cabello peinado hacia atrás que le prestaba un aire de adulto, en compañía de una pobre maleta de cartón llena de ilusiones y esperanzas, abandonó su casa sin mirar atrás para no tener que encontrarse con las lágrimas que intuía.

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