Revista Literatura

En busca del manuscrito perdido

Publicado el 12 marzo 2021 por David Rubio Sánchez
EN BUSCA DEL MANUSCRITO PERDIDO
    El camino hasta la publicación es una carrera de obstáculos. El más común es el rechazo editorial, pero la vida está llena de infortunios que pueden mandar una obra literaria al peor lugar imaginable: el olvido. Algunas nunca salieron de él; pero otras, milagrosamente, sí.
    Y os aseguro que el adverbio «milagrosamente» no es para nada gratuito.

EN BUSCA DEL MANUSCRITO PERDIDO

    Para quienes hayáis escrito alguna novela, o estéis en ello, seguro que una de vuestras peores pesadillas es que cualquier virus o capricho informático borre todo lo escrito. Horas y horas de trabajo mandadas al limbo, por el simple error de no guardar una copia de seguridad mientras estás enfrascado en la escritura. Bueno, si esto nos llega a pasar al menos podemos consolarnos con el hecho de que la historia de la literatura tiene varios ejemplos de novelas que se perdieron antes de que alguien pudiera leerlas. Incendios, guerras, muertes, el propio autor o incluso desafortunados despistes.

¡PERDIDOS POR UN DESCUIDO!

    Como es el caso del primer caso, el del escritor argentino Juan Damonte. De él se dijo que, además de ser un tipo desgarbado, mantenía una relación muy fiel con el alcohol. Escribió solo dos novelas en sus sesenta años de vida. La primera, una novela corta de 198 páginas, titulada Chau papá, con ella ganó el prestigioso Premio Hammett de novela negra en la Semana Negra de Gijón de 1996. ¿Y la segunda? Pues parece ser que terminó en el asiento trasero de un taxi mexicano. Era su única copia, y allí se quedó olvidada por culpa de, seguramente, una noche demasiado alegre. Del taxista nunca más se supo, ni tampoco de la novela que al parecer se perdió para siempre.
    Como imagino que muchos os habéis levantado despavoridos en busca de uno o diez pendrives para guardar los archivos de vuestra novela os espero.
    ¿Ya?
    Igual suerte corrieron los manuscritos, notas y apuntes de un escritor que, siendo aún meritorio, le pidió a su esposa que le llevara todos sus manuscritos originales a Lausanne. Y así hizo la mujer en aquel 1922, empaquetó la producción literaria de su esposo en una maleta y tomó el tren. Ella llegó a su destino; pero la maleta, no. Su pérdida tuvo dos consecuencias: la primera, naturalmente, el divorcio; la segunda, a juicio de los críticos, fue que esa pérdida le permitió al escritor dar un salto de calidad en su obra, olvidarse de esos escritos que le hubieran robado horas de revisión para centrarse en nuevos proyectos. El nombre de este escritor era Ernest Hemingway así que quizá, y por una vez, los críticos tuvieron razón.
EN BUSCA DEL MANUSCRITO PERDIDO
     Que un despiste o la pérdida de una maleta haga que nuestro original se pierda para siempre es desde luego una faena. El escritor se queda huérfano de su obra por una tontada, pero ¿qué sucede si pasa lo contrario? Si quien se queda huérfana de autor es la obra...

LA FEA COSTUMBRE DE MORIRSE ANTES DE PUBLICAR

    Lo más común son aquellas situaciones en las que el escritor falleció antes de terminar o revisar su novela. En estos casos, los originales suelen aparecer años más tarde, cuando los herederos escrutan antiguos arcones o archivos y, al encontrar algo inédito, van corriendo a una editorial con una calculadora bajo el brazo. En un artículo de la revista Que Leer, Rafael Ruiz Pleguezuelos calificó esta práctica como literatura zombie, que no de zombies. En dicho artículo se cuestiona hasta qué punto es ético que obras que el autor, en vida, dejó inacabadas o no consideró presentarlas a publicación sean rescatadas del olvido. Es evidente que esta práctica tiene un componente económico de apuesta segura por un inédito de autor consagrado, pero ¿es el autor el único dueño de su obra?
    Se suele recurrir a ejemplos como Kafka para defender que la literatura, más allá de los deseos del autor, no puede permitirse que según qué obras permanezcan olvidadas. Y es que el genial autor de La metamorfosis dejó escrito que a su muerte toda su obra fuera destruida. De hecho, está documentado que quemó uno de sus relatos, La muralla china. Si su amigo, Max Brod, le hubiera hecho caso jamás se hubieran publicado El desaparecido, El proceso, El castillo o La madriguera, obras maestras a pesar de estar inconclusas. Recientemente, mediante esta búsqueda en viejos arcones, se han conseguido recuperar poemas de Rosalía de Castro o Juan Ramón Jiménez. O un capítulo descartado de la novela corta Charlie y la casa de chocolate de Roald Dahl titulado La sala de los caramelos calentadores.
    En el caso de Kafka se publicaron sus obras tal cual las dejó el autor. Pero en otros, fueron terminadas por otro escritor como ocurrió con Poodle Springs de Raymond Chandler. El maestro del género negro solo pudo terminar los primeros cuatro capítulos antes de morir. Sus herederos, con motivo del centenario de su nacimiento, pidieron al escritor Robert B. Parker que la continuara. ¿Homenaje póstumo o intromisión impertinente en la obra de un autor? Imagino que habrá opiniones para todos los gustos.
    También nos encontramos situaciones en las que el autor no pudo convencer a ninguna editorial para que publicara su obra antes de morir. Y sin el empeño del escritor ¿qué posibilidades existen de que un manuscrito sea aceptado por una editorial? Y no hablemos de si esa novela es escrita por un autor desconocido para el público. Desde luego, solo el tesón de alguien cercano podría lograr eso.
    En marzo de 1969, un joven escritor de 31 años aparcó su coche en las afueras de Biloxi, Mississipi. Tras dejar una nota en la guantera y el motor al ralentí, enganchó una manguera en el tubo de escape para después volver con ella al interior del vehículo y esperar a que el monóxido de carbono lo matara. Su madre, obsesiva y sobreprotectora, hacía dos meses que no tenía noticias de su paradero. Al enterarse del suicidio entró en una lógica depresión. Se había quedado sola con su marido, una escasa compañía por culpa de su carácter y sordera. Husmeando en la habitación de su hijo encontró un manuscrito y las correspondientes cartas de rechazo. Quizá había presionado demasiado a su John. Se sintió culpable de su frustración. Pero ella, a sus 67 años, no permitiría que ese trabajo se perdiera. Insistió nuevamente con los editores, si bien en principio no correría mejor suerte que su John. No fue hasta 1976 cuando consiguió que un escritor, Walker Perey, aceptara leer la novela. Al terminarla, Walker no podía creer que fuera tan buena y consiguió que en 1980 fuera publicada por la Universidad Estatal de Louisiana. Al año siguiente, la novela ganaría el Pulitzer. Por supuesto hablamos de John Kennedy Toole y su obra maestra La conjura de los necios. Años después, se encontró otra novela que escribió con solo 16 años, La Biblia de neón, que fue publicada en 1989.
    En el caso de Toole, la gloria le llegó tras su muerte. Pero también existen casos de autores consagrados cuya novela, rechazada y olvidada en vida, fue descubierta y publicada años después. 
    Como le sucedió a un escritor francés del siglo XIX. Tras su primera novela de una serie titulada Viajes extraordinarios, remitió a su editor otra que escribió en 1859. El editor, Pierre-Jules Hetzel, la rechazó, la consideró muy alejada de la calidad de la primera y le dijo que la reescribiera cuando fuera un escritor más maduro. Nuestro autor se sintió derrotado y guardó el manuscrito en un armario de una de sus residencias. Y allí permaneció durante más de cien años. En 1989, un bisnieto suyo lo encontró haciendo limpieza. Tras leerlo le pareció algo único. Al contrario del resto de su producción, en esta presentaba los avances científicos con un pesimismo demoledor. Describía un mundo gobernado por entidades financieras, un tiempo en el que ya nadie leía libros ni escuchaba música clásica. Una sociedad dependiente de la electricidad, con ciudades atestadas de coches contaminantes… Da escalofríos, ¿verdad? Por supuesto, semejante capacidad de anticipación a lo que estaba por venir solo la ha poseído el gran Julio Verne, y esta obra recuperada del olvido es París en el siglo XX.

Rescatados de las llamas de la intolerancia

    Desde luego que, el totalitarismo y la ignorancia conocen bien dónde está su peor enemigo y no han faltado en la historia infames episodios de quema de libros. Fue Carl Sagan quien dijo en cierta ocasión que de no haberse destruido la Biblioteca de Alejandría tal vez el ser humano habría pisado la Luna en el s. XV. Aquello fue una de las mayores infamias de nuestra historia y buena parte del conocimiento antiguo se perdió para siempre. Afortunadamente, otras obras si lograron escapar de las llamas.
    Ese fue el caso de El Lazarillo de Tormes que la Inquisición consideró una lectura de herejes. Solo se conservaron cuatro ediciones originales y una fue encontrada en el hueco de una pared. Quien la ocultó allí desde luego fue alguien que merece un homenaje.
    Más reciente es el caso de Irène Nemirovsky, una escritora ucraniana a la que los nazis enviaron a Auschwitz. En ese campo de concentración moriría junto a su esposo en 1942. Ya había publicado antes de la locura nazi. De hecho, era tan tímida e insegura que envió su primera novela a un editor sin reseñar su identidad y este tuvo que pegar anuncios en toda la ciudad para encontrarla. Cuando Irene fue enviada a Auschwitz contaba con un buen número de obras inéditas. También con un par de hijas pequeñas que las custodiaron en valijas con ayuda de familiares y amigos. Afortunadamente, lograron salvar el legado literario de su madre. Entre esas obras, Suite francesa, publicada en 2004.
    En 1921 fueron quemados en Estados Unidos cientos de ejemplares de The Little Review una revista en la que se comenzó a publicar por entregas una novela corrupta, casi obscena, a ojos de la Sociedad para la Prevención del Vicio de Estados Unidos. Esa novela era el Ulises de James Joyce. Afortunadamente, algunos ejemplares llegaron a la propietaria de una prestigiosa librería de París, Sylvia Beach. Esta editora fue la responsable de la primera edición. Llegó a recurrir a técnicas de contrabando como forrar las tapas con cubiertas de poemas de Shakespeare. Aun y así casi todos los ejemplares de estas ediciones fueron localizados y quemados. Tuvieron que pasar más de diez años para que se pudiera publicar en Estados Unidos y más de 25 años hasta que se tradujera al castellano por primera vez. Por cierto, Virginia Wolf consideró el Ulises como el libro más aburrido e impublicable que había leído. Cosas de escritores…
    Y desde luego que los escritores tienen sus cosas, de hecho, bien podríamos decir que hasta son los mayores novelicidas de la historia.

¡Solo he escrito basura!

    Siendo la censura un horror, el propio autor puede ser aún más duro con su obra. Las dudas permanecen agazapadas en su cogote mientras escribe. Hasta que en un momento dado deciden manifestarse con tanta virulencia que consiguen ofuscarlo, llegando este a destruir todo lo escrito.
    Imaginad a ese escritor que ha decorado la pared de su habitación con las cartas de rehúse de sus relatos. Está escribiendo una novela y al revisarla entiende que es una basura, que como todo lo demás, jamás verá la luz. Harto de su vida, coge el original y lo manda a la papelera. Después, vacía el cenicero sobre las hojas. Al día siguiente, tras regresar de su trabajo como profesor, observa que la papelera está vacía. Al buscar a su esposa, la encuentra leyendo su manuscrito. Había limpiado la ceniza de las páginas, las había alisado y las había leído. Le dijo que la historia tenía posibilidades y que ella le ayudaría a comprender cómo eran las niñas de instituto, algo fundamental para la trama. Tiempo después esa novela se publicaría, siendo el primer éxito del autor de género de terror más vendido del mundo. Hablamos de Carrie y de Stephen King.
    Otro escritor que llegó a quemar su obra fue Robert L. Stevenson. Parece ser que en un arrebato creativo escribió el borrador de El extraño caso del doctor Jeckyll y Mister Hyde en solo tres días. ¡30.000 palabras! Sin embargo, cuando le mostró el borrador a su mujer esta le dijo que no le gustaba, que le parecía demasiado amoral. Entonces, el mismo ímpetu arrebatador con el que escribió el borrador lo llevo a quemarlo. Afortunadamente, tiempo después y con los ánimos más calmados, Stevenson reescribiría lo que se convertiría en un clásico del terror.
EN BUSCA DEL MANUSCRITO PERDIDO
    Brian O’Nolan, en 1940, tuvo un acceso de ira parecido con su novela El tercer policía. Mientras esperaba al editor adecuado que publicara su novela, la difundió de manera casera entre sus amigos, bajo el seudónimo de Flann O’Brien. Ese editor, sin embargo, jamás llamó a su puerta, así que Brian pensó que en realidad se trataba de una mala novela y de nuevo fue casa por casa de sus amigos para recuperar uno por uno todos los manuscritos para quemarlos. Afortunadamente uno se salvó y llegó al publicarse en 1967, aunque Brian no pudo verlo dado que murió un año antes. ¿Broma perversa del destino?
    Y es que el destino también tiene algo que decir.

Los imponderables del azar y la vida

    En otros supuestos, no es la muerte del autor o sus dudas acerca de la calidad de la novela la causa de la pérdida. Los imponderables de la vida nos pueden alcanzar cuando menos lo esperamos. Como fue el caso del escritor inglés, Malcom Lowry (1909-1957). Su vida transcurría plácidamente en su cabaña de la playa Dollarton (Canadá) donde se dedicaba a escribir junto a su segunda esposa. Pero como no existen los paraísos, la mañana del 7 de junio de 1944 un olor a quemado lo despertó. El techo en llamas amenazaba con caer sobre ellos. Él, muy espabilado, salió corriendo a buscar la ayuda de sus vecinos, pero su esposa se quedó intentando recopilar todos los trabajos de su marido. A pesar de recuperar la mayoría, no pudieron rescatar de las llamas una novela en la que llevaba más de 12 años trabajando. Siempre se idealiza lo que se pierde y este autor se lamentó hasta su muerte de que las llamas se llevaron su obra maestra. Tal vez, si la relación con su primera esposa hubiera sido más cordial habría recordado (o quién sabe si lo hizo, pero ella lo negó en venganza) que le dio una copia mecanografiada y varios capítulos manuscritos en papel carbón. El caso es que Jan Gabrial, la primera esposa, falleció en 2001 y dos años después esas copias fueron entregadas a la Biblioteca pública de Nueva York. Siendo finalmente publicada en 2004 con el título de Rumbo al Mar Blanco.
    No sería el fuego, sino el agua, lo que casi arruina una de las obras maestras indiscutibles del s. XX, Cien años de soledad. Las dificultades por las que tuvieron que pasar García Márquez y su mujer, Mercedes Barcha, hasta que su novela fuera publicada darían para varias entradas. Pero ahora cabe señalar que cierto día, una vez terminado el primer borrador, se lo entregaron a su mecanógrafa. Esta, de camino a casa, fue sorprendida por un aguacero. Con las prisas resbaló y se le cayó el manuscrito y bueno, imaginaos el resto. La lluvia borrando las letras de García Márquez... afortunadamente, solo se destruyó una parte y seguro que lo que se reescribió fue mejor que lo perdido.
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    Y para finalizar, los casos más paranormales

El extraño caso de los libros fantasma

    Son aquellos libros que no han sido publicados por la simple razón de que ¡jamás fueron escritos! Sin duda, el más llamativo es el Necronomicon. Ese libro con cubiertas de piel humana con conjuros para invocar a los primordiales cuya primera noticia de su existencia nos la dio Lovecraft en su relato El sabueso (1922). Pero también habría que destacar a Borges cuyo espíritu juguetón le llevo a nombrar y reseñar novelas que nadie escribió como Examen de la obra de Herbert Quain, y Pierre Menard, autor del Quijote. La verdad es que Borges no se conformó con inventarse libros inexistentes. ¿Por qué no un escritor que no existe? En 1942, don Honorio Bustos Domecq publicó Seis problemas para don Isidro Parodi. Nadie supo dar con él, hasta que preguntaron a Borges y Bioy Casares.
    Espero que hayáis disfrutado de estas curiosidades y, por supuesto, si conocéis otros casos de manuscritos que estuvieron perdidos en el tiempo no dudéis en aportarlos en los comentarios.

    ¡Saludos tinteros!


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