Durante el siglo XX Cap Ferrat vivió el esplendor de la Belle Époque y a la fecha el lujo circunspecto se respira en sus senderos y bosques de pinos: el metro cuadrado de construcción cuesta aproximadamente 60.000 dólares y los dueños de las fortunas más encumbradas del mundo eligen este pequeño paraíso para veranear o descansar. Las playas son estrechas y se encuentran bordeadas por hoteles suntuosos y discretos, habida cuenta de la necesidad de preservar la intimidad de huéspedes famosos.
Hoy resulta posible visitar algunas de las mansiones que el dinero supo construir en tiempos pasados, como la Villa Ephrussi de Rothschild o el Grand Hôtel du Cap Ferrat, donde el escritor Murray Burnett se inspiró en el pianista negro que tocaba cada noche para escribir un libreto que llamó Everybody comes to Rick´s, adquirido en los años ´40 por Warner Bross y llevado al cine como Casablanca.
El Grand Hotel fue una de las mansiones que el rey Leopoldo II de Bélgica construyó en esta villa exclusiva, cuando con la excusa de proteger al Congo de los traficantes árabes obtuvo el beneplácito de la comunidad internacional para combatir la esclavitud en África. El falso altruísmo del monarca fue recompensado con la entrega del territorio a la Asociación Africana Internacional de la que fue ungido presidente; así Leopoldo obtuvo tierras veinte veces más amplias que Bélgica en extensión, que guardaban además un tesoro codiciado para desgracia de los nativos: ingentes reservas de caucho.
El Congo incrementó de manera descomunal la fortuna personal de Leopoldo, quien en 1904 adquirió Villa Les Cèdres, cuyas 14 hectáreas de jardines impolutos que miran al Mediterráneo determinaron el valor más alto conocido de una propiedad cuando fue puesta a la venta en 2016: 350 millones de euros. Allí residió durante años Blanche Delacroix, una joven bailarina por la que el monarca sentía especial predilección y que obtuvo con los años un título de nobleza merced a la relación amorosa y a los dos hijos que nacieron en consecuencia.
Tanto lujo y derroche tenían una siniestra contrapartida, porque el genocidio llevado a cabo por los secuaces del rey en el Congo a fin de obtener las cantidades siderales de caucho requeridas por los explotadores necesitaba de esclavos que dejaban su vida bajo el látigo para cumplir con el mínimo diario exigido. La amputación de manos era un castigo común y tuvieron que pasar varios años para que la comunidad internacional tomara conocimiento de lo sucedido: para el momento en que Bélgica debió pagar una millonaria indemnización por los crímenes cometidos, Leopoldo había muerto y parte de su vida había transcurrido alegremente, entre mansiones y amantes, en Cap Ferrat.
La construcción de la villa de estilo italiano, llamada por su propietaria Île-de-France por asemejarse el jardín principal a un puente de barco, demandó cinco años y el diseño reproduce las líneas de las escuelas de Venecia y Florencia, empleando mármol blanco de Carrara y rosado de Verona: los artesanos realizaron un trabajo admirable, adaptando la estructura al ambiente y geografía de la Costa Azul. Las notables piezas de arte de la baronesa se despliegan en todos los ambientes con muebles de estilo Luis XVI, tapices de estilo gobelino del siglo XVII, objetos provenientes de China como un biombo de Coromandel y una extensa colección de porcelana francesa y alemana.
La residencia se encuentra rodeada por nueve jardines, a cual más bello: el principal, de diseño francés, decorado con estanques, cascadas y árboles centenarios como olivos, pinos de Aleppo y cipreses rodean las fuentes musicales que emergen del estanque central. Aquí se celebraban las fiestas con las que la baronesa agasajaba a sus amistades; aquí, desde su muerte en 1934, la división Académie des Beaux Arts del Institut de France organiza eventos donde resulta posible imaginar el esplendor del palazzo en vida de la baronesa, quien donó a Cap Ferrat tanto la mansión como la espléndida colección de arte que supo atesorar en su interior.
Lejos estábamos de imaginar la belleza que iba a desplegarse ante nuestros ojos, porque efectivamente en los jardines magníficos de la villa se llevaba a cabo la Fiesta de la Rosa, donde los diversos expositores expusieron sus plantas y flores ante los visitantes que también pudimos contemplar arreglos florales, escuchar los conciertos llevados a cabo en el jardín principal, almorzar a la sombra de los toldos rosados y culminar la comida con un helado de rosa, como no podía ser de otra manera.
El día soleado invitaba a recorrer los jardines temáticos de la baronesa: el patio cubierto del jardín español, las gárgolas y bajorrelieves del jardín de piedra, el sonido zen del agua del jardín japonés, la escalera custodiada por el ángel del jardín florentino, el jardín exótico donde se entrelazan cactus y suculentas, los caminos serpenteantes del jardín provenzal y la atmósfera embriagante del jardín de rosas. Antes de partir adquirí pequeños jabones fragantes para mis amigas como recuerdo, también con aroma a rosas, a fin de compartir una ínfima porción de la belleza que enmarca la villa de la baronesa Béatrice.