Revista Diario

En casa

Publicado el 17 octubre 2012 por Jenn @JennCalvillo

En casa

Amanecer desde el avión

 Hace unas semanas os contaba que me iba -por fin, después de tres años-, de vacaciones. Pues bien, no es que haya vuelto ahora, ya me gustaría, pero es ahora cuando he robado un poco de tiempo a todo lo demás para decíroslo. 
A pesar de que tengo costumbre de extenderme ampliamente en los post, os haré un resumen breve -o lo intentaré-, pues tampoco es plan de relataros todo, ¿algo me tendré que quedar para mí, no? Pues allá vamos...

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Teide desde la carretera

Salimos de viaje de noche, en coche hasta Madrid, para coger el avión pronto por la mañana -aquí he de hacer un pequeño inciso, pues a mitad de camino paramos cinco minutos a estirar las piernas en un silencioso pueblo de carretera. Al mirar al cielo en busca de estrellas, vi todas aquellas que en mi día a día no puedo ni imaginar. Noche despejada y estrellada. Y de pronto, entre todas las estrellas del cielo, apareció una pequeña estrella fugaz. Como era de esperar, pedí el consiguiente deseo, ese que se piensa en derecho cuando pillas a una de esas pequeñas brillantes surcar el firmamento, ¿el deseo? Que tuvieras unas buenas vacaciones, lo pasáramos bien, y volviéramos sanos y a salvo. ¿Por qué os lo cuento ahora? Porque se cumplió-.
Tras horas de viaje en coche, un microbús, horas de avión y un breve trayecto en coche de alquiler, llegamos al apartamento. Modesto, cutrecillo, pero habitable. Lo justo para su uso, nunca nos planteamos una recepción real en él -y menos mal...-. Corrimos a la playa, a exfoliarnos la piel en la orilla del mar con las dichosas piedras, pero daba igual, estábamos en el mar, por fin de vacaciones.

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Punta del Teno - Vista de los Gigantes-.

Empezamos las vacaciones con playa, piscina, siesta y paseo el viernes, seguimos con una visita a Garachico y a la Punta del Teno -constantes avisos de la peligrosidad de la carretera por el camino, vértigo, claustrofobia y miedo en general, pero cada uno de los metros que recorrimos para llegar mereció la pena-, compras para la fiesta de la noche -a partir de ahora viajaré siempre con un conjunto blanco, por si las moscas-, la Fiesta en Blanco del Sábado noche en el Lago Martiánez, su copa y sus tres mojitos por cabeza, sus risas, sus bobadas, sus amistades, y su merecido descanso. 

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Desde la cima

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¡Lo logré!

Seguimos el domingo con un poco de relax en el Lago Martiánez, al ladito del apartamento esta vez, y cena canaria en el Puerto de la Cruz para acabar el día. Lunes al Teide, y cuando digo Teide, me refiero al mismísimo pico más alto de éste, a 3.718 metros de altitud, siguiendo la ruta Telesforo Bravo - aquí vuelvo a hacer un inciso, pues creía, por lo más sagrado de Nutrexpa (el Cola Cao), que me quedaba por el camino, y no me refiero a quedarme en plan "aquí se está bien", sino más bien a "decidle a mi madre que la quiero, y que recoja la ropa del tinte". ¡Qué subida! El corazón a mil por hora, y más cerca de la boca que de su cavidad, un mareo importante (por mi querida amígdala, el esfuerzo, la altitud, y sin olvidarnos del olor a azufre), con dificultad para respirar, y teniendo que parar brevemente varias veces, a tomar aire, beber agua, y reprimir las ganas de bajar de allí haciendo la croqueta. Pero a pesar del intento de infarto, logré subir, subir hasta lo más alto de la parte más alta de España, y merece la pena sin duda. Me hubiera fastidiado mucho perdérmelo la verdad. Era una meta personal, y la alcancé, estoy orgullosa de mí misma. Al margen de esto, sabed que para subir al pico, pico hay que pedir un permiso gratuito con anterioridad-.

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Probando la ictioterapia

Tras la bajada del pico, que fue un paseo por las nubes comparado con la subida, marchamos de nuevo a Garachico, a aprovechar algo de sol,  yendo, horas después a Icod de los Vinos, a ver el Drago milenario, y comprar mermelada de plátano. Continuamos el martes al sur de la isla, playa de Las Américas y Los Cristianos, aguita, playas de arena, con pececillos, paseo por la zona, y peregrinaje por las tiendas de electrónica y perfumería en busca de gangas -no tanto como esperaba en el sur-. Parada en Costa Adeje a comprar tabaco, licor de plátano, ver la puesta de sol, y probar la ictioterapia -que no está mal, pero pone algo nerviosa el continuo cosquilleo, como que se te hubieran dormido los pies y estuvieran despertando, raro-.

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Atardecer en Costa Adeje - Playa de Troya

Miércoles, de visita a la playa de Las Teresitas, comida típica en La Laguna, y paseo por Santa Cruz por la tarde. El jueves se levantó extremadamente nublado, así que optamos por volver al sur, en busca del calor del sol y las playas sin piedras. Rebajando un poco el ritmo de la semana, el viernes lo pasamos en Puerto de la Cruz, de tiendas, cotilleando aquí y allá, regateando aquí y allá, comprando allí, disfrutamos de la piscina por la tarde, y por la noche seguimos las compras, cenamos dos parrillada para los cuatro -con sus correspondientes botellas de vino (blanco y tinto), mezclando sin conocimiento-, para acto seguido ir a tomarnos un mojito canario a una terraza -para aclarar a quién no lo sepa y tenga curiosidad, el mojito canario es igual que el de toda la vida, salvo que en lugar de llevar ron blan, lleva ron miel. Suave, rico, delicioso-. Para terminar la noche, y la botella prácticamente llena de licor de plátano, mi mejor amigo y yo nos la ventilamos, tras la retirada de los demás, mezclándolo con Coca Cola para su rebaje -risas en la terraza, hipo nervioso y carcajadas a modo de respuesta, pensamientos y recuerdos, y todo sin despertar a nadie (todavía no sé ni como, la verdad)-. Con todo el subidón en el cuerpo marchamos a dormir, pues el día siguiente pasaríamos el día de viaje, y había que estar decentes. 

En casa

Rompeolas Puerto de la Cruz


El sábado, último día en el paraíso, no dio tiempo a mucho. Desayunamos, rellenamos maletas, apretamos costuras y cerramos cremalleras, hicimos tetris en el coche de alquiler, y nos despedimos de Puerto de la Cruz, y de su rompeolas, para volver, tras horas de espera, horas de avión, un minibús y horas de coche, al frío, a casa, a la realidad.
Se han hecho cortas, aunque allí los primeros días parecían largas -para bien-, nos hemos divertido, hemos reído, hemos tenido alguna que otra anécdota, he cogido morenito -tras mi inicial color Sebástian-, y todo ha ido bien. Tan bien como le pedí a la estrella fugaz...
¡Vaya! Pues al final no me ha quedado tan corto como esperaba, y eso que he intentado sintetizar en lo posible. Bueno, ya estáis acostumbrados, ¿no?
Gracias por leerme, y no haberos ido. A los que no volverán, eso os perdéis. Y los que venís nuevos, estáis en vuestra casa, coged sitio y acompañadme, esto no ha hecho más que empezar...
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Por cierto, si alguien va a ir a Tenerife, y quiere alguna orientación sobre qué ver, cómo moverse, etc, que no dude en escribirme, ayudaré encantada a quien lo necesite.
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