Durante casi 50 años se sucedieron españoles y portugueses mientras aguardaban la muy santa palabra del vicario de Cristo para dirimir a quien pertenecía por derecho divino la pequeña ciudadela, hasta que el terrenal Tratado de Utrecht determinó que España debía ceder el territorio a Portugal en el año 1728. La población variopinta, integrada por criollos, esclavos negros e indios tupíes ascendía a unas 40.000 personas; entre los portugueses no faltaban judíos sefarditas, en busca de horizontes menos complicados que los trazados por la siempre vigilante Inquisición.
No obstante, España habría de recuperar los derechos sobre Colonia en 1763 mediante el Tratado de San Ildefonso, pero los ingleses, fieles a su impronta corsaria, plantarían bandera en 1807 desde marzo hasta agosto del mismo año. Si bien ya resonaban acordes de libertad por estas costas, los patriotas autóctonos volvieron a perder el control del país a manos de la corona portuguesa, hasta que en 1828 el triunfo de la Revolución lo reintegra definitivamente a fuerzas orientales.
Esta “punta de piedras acompañada de siete islas”, como solía describirse a Colonia, había crecido debido a su posición estratégica para el comercio como al contrabando y el mercado de esclavos. El casco de la ciudad, con sus calles adoquinadas y estrechas que desembocan en los atardeceres rojizos del Río de la Plata, no ha perdido un ápice del encanto colonial contenido por muros de piedra y casas bajas de techos de teja y pisos empedrados.
El Portón de Campo data del año 1745 y se encontraba emplazado en la muralla cuyos restos aún se conservan, al igual que el puente levadizo. La fotografía fue tomada por mi amiga Susana, uruguaya de ley, en el curso del fin de semana que una vez más nos reencontró en Colonia del Sacramento.
Sin embargo, otra versión menos perturbadora indica que los suspiros no se debían al miedo o a la desazón sino al hambre de amor de los marineros que desembarcaban luego de largas travesías y, en la calle que albergaba los prostíbulos de la pequeña ciudad, suspiraban por los favores de las pupilas que se paseaban sin prisa a lo largo de la pendiente hasta el río.
No falta el romance en la Calla de los Suspiros, porque otra vertiente tan amorosa como trágica cuenta que una noche de luna llena, mientras una enamorada aguardaba al hombre de sus sueños, la daga que portaba un anónimo enmascarado terminó con su vida. La joven sólo pudo esbozar un largo suspiro, el mismo que a veces parece elevarse desde el río cuando el viento sopla entre los adoquines de la calle más emblemática de Colonia.
La Basílica del Santísimo Sacramento
De arquitectura despojada y sencilla, su austeridad no le ha impedido constituirse como uno de los edificios declarados Patrimonio de la Humanidad por UNESCO. El antiguo templo se encontraba rodeado por un cementerio y flanqueado por la Casa de los Gobernadores; la construcción actual es muy simple: una nave principal y capillas laterales de ladrillo y piedra, según correspondan al período español o portugués.
La pared del altar exhibe el cáliz de hierro fundido sobre dorado, que se encontraba situado en la fachada exterior, en tanto que la pila bautismal data de 1700. Se pueden observar en su interior un crucifijo tallado por los indígenas y un original sagrario de origen brasileño en madera de jacarandá, que se destacan con el fondo de las paredes blancas tras los gruesos muros de la construcción.