
El anciano observaba pensativamente a su perro. Cuando le miraba con esos profundos ojos, no podía evitar preguntarse qué es lo que estaría pensando su fiel compañero.
La mirada del can era inescrutable, intensa y enigmática como no había conocido el anciano, en su larga y azarosa vida, otra igual.
No sólo el contraste de los ojos azules de King con el negro brillante de su pelaje le daba un aire misterioso. La intriga envolvía su relación con el anciano desde el momento que apareció en su vida cuando era sólo un cachorro.
Aquella tarde el pequeño King salió de entre la maleza corriendo alegre y sin dudar un momento empujó con brío al anciano que agachado trabajaba en su huerto, haciéndole caer al suelo. Acto seguido retrocedió y se detuvo para mirar como el anciano se erguía sin dejar de mover el rabo, para pegarse literalmente a su pierna implorándole con su incisiva mirada que cuidara de él. El encuentro fue tan extraño que el anciano siempre albergó en su interior la sensación de que King le había buscado a él, porque en aquel recóndito lugar de retiro voluntario llevaba años sin ver una sola persona y mucho menos ningún perro.
La presencia del cachorro llenaba de alegría la soledad del hombre, que agradecido, colmaba de cuidados a King. La relación entre ambos se fortalecía al tiempo que el cachorro crecía hasta convertirse en un perro de presencia imponente. Desde entonces las tornas se dieron la vuelta y era King el que velaba el descanso del viejo, protegiéndole de cualquier peligro que le pudiera acechar en aquel solitario paraje.
King cuidaba con esmero de su amigo. Cada noche era el can quien despertaba a su amo, que dormitaba en la mecedora frente a la chimenea, para obligarle a que se acostara en la cama. De modo, que lo último que veía el anciano antes de dormir eran los ojos de King que no descansaban hasta verle profundamente dormido; y lo primero que veía al despuntar el alba era una mirada entrañable que le invitaba a disfrutar de un nuevo día juntos.
La vigilancia del perro era un seguro de vida para las mermadas facultadas del anciano. Tal era así, que gracias a las rápidas intervenciones de King el hombre se evitó en varias ocasiones el acabar sus días accidentadamente. El can, con su amigo siempre en la retina, no dudaba en tirar de él para que no cayera por un barranco, o derribarle para evitar que un árbol arrancado por un vendaval le aplastara.
Pero sus atenciones no eran sólo domésticas. Cuando la situación lo requería King era un feroz luchador de ojos asesinos, capaz de enzarzarse en una pelea suicida con tres fieras que le doblaban en tamaño, hasta casi pagar con su vida la defensa del viejo. La gravedad de las heridas sufridas a punto estuvo de costarle una pata., siendo la recuperación larga y dolorosa, tanto para el animal como para el anciano que sentía como propio el sufrimiento del can.
En ocasiones parecía que era el propio King el que intentaba animar al hombre mostrándole la satisfacción que le suponía caminar, con toda la dignidad que le permitía su lesión hacia las pieles de los tres monstruos para descansar sobre ellas; en una especie de reafirmación de que mientras le quedara aliento ninguna alimaña podría hacer daño al humano.
Quizás fuera el peso de los años sobre su encorvada espalda hacía pensar al anciano que sus días habrían acabado mucho tiempo atrás sin el can; o quizás fuera esa mirada sin igual la que le hacía sentir que de no haber conocido a su amigo hubiera sido como no haber nacido.
La devoción del hombre por el perro llegó a tal punto que habría dado media vida por poder saber qué pensamientos se escondían detrás de esa mirada que, complaciente escuchaba relatar las aventuras vividas por el anciano. Éste mostraba un juvenil brillo de emoción al relatar a King cómo pasó de ser un arrogante provinciano a un guerrero osado. Un líder victorioso, que conoció en toda su profundidad la amistad, el desamor, la traición y un triunfo tan doloroso que le llevó a apartarse voluntariamente de la vida, huyendo a un lugar tan remoto que ni sus más negros pensamientos podrían alcanzarle jamás.
…
Agotado por la emoción del recuerdo el viejo se vuelve a preguntar qué pensamientos esconden la mirada de su negro compañero.
-¿En qué piensas, amigo? –murmura, sondeando la mirada del can en la que se reflejan las llamas de la chimenea, suspira- Vamos a descansar, parece que ya te sabes todas mis batallas.
Se esfuerza por levantarse a pesar del crujido de sus huesos. Caminando lentamente hacia la alcoba no advierte la ternura que fluye de los ojos del can, por los que intenta asomar un pensamiento encendido de pasión: “Luke, yo soy tu padre”.