Revista Talentos

En El Cairo, el Museo Egipcio, la Ciudadela de Saladino

Publicado el 31 marzo 2016 por Ptolomeo1

Mena HouseDespués de un primer tramo entre Madrid y Estambul y un largo intermedio en el aeropuerto Kemal Ataturk, arribamos finalmente a El Cairo cerca de las tres de la madrugada. Entre los carteles escritos en árabe y el sonido de un idioma ininteligible a nuestros oídos, avistamos a Omar con un papel en las manos aguardando nuestra llegada, quien nos acompaña a hacer el visado de ingreso así como a concluir el trámite migratorio e interviene cuando uno de los guardias de seguridad le pregunta a Juan acerca del motivo del viaje y tiempo de estadía en el país: se agradece su presencia.

Finalmente aquí estamos camino del hotel hacia la cercana Giza, no sólo con Omar y el chofer sino también con Miguel, que habla español y nos explica detalladamente el itinerario de nuestra estadía, los traslados y visitas, los monumentos históricos que visitaremos y más detalles que ya casi no puedo escuchar: los cambios de horarios, las comidas distintas y los sucesivos vuelos empiezan a hacer mella en mi organismo acostumbrado a rutinas sanas. Tengo claro que esta noche también dormiremos muy poco, porque falta casi nada para amanecer y a las 9.30 horas, nos advierte sonriente Miguel, nos pasarán a buscar.

Estamos en el hotel Mena House, un enorme edificio emplazado entre jardines que otrora fue palacio de verano del rey, luego mutó en hospital de campaña durante la guerra y hoy recibe a huéspedes ansiosos como nosotros por contemplar a la hora del desayuno las pirámides que se encuentran ahí cerca, casi al alcance de la mano. Y es que el motivo de la construcción en Giza fue su lejanía de la capital que luego, como toda megápolis, creció hasta casi fusionarse con las localidades cercanas, así como su ubicación privilegiada desde la que se avistan los triangulares monumentos.

Estamos lejos del centro pero no del caos de esta ciudad signada por el río Nilo que cuenta con más de 20.000.000 de habitantes, en la que el tránsito hace gala de un desorden con lógica propia y los edificios son en su mayoría de un uniforme tono ladrillo, debido a que no se revocan por el costo y porque tributan menos impuestos cuanto más desmejorada luce la fachada. Hay signos occidentales que resultan extraños acompañados de la escritura árabe: Coca Cola o Mc Donald´s se anuncian en grandes carteles que parecen fuera de lugar cuando simultáneamente se observa alguna cairota cubierta de pies a cabeza por largas vestimentas negras y se escucha la voz del muecín llamando a rezar.

Egipto ha pasado por guerras, revoluciones y conquistas: la independencia perdida con Alejandro Magno en el siglo IV a.C. recién fue recuperada con el presidente Gamal Abder Nasser en la década del ´50. La última revuelta, en el cercano 2011, desalojó del poder al entonces poderoso Hosni Mubarak debido a las 3.000.000 de personas que se lanzaron a las calles durante la llamada primavera árabe. Después de un período de transición militar se llevaron a cabo elecciones y hoy el régimen de gobierno es constitucional; aparentemente la población se encuentra satisfecha con el presidente actual.

No obstante, se respira un aire de controles policiales y seguridad extrema debido a los ataques terroristas que redujeron notablemente el turismo de 14.000.000 de visitantes a los 4.000.000 actuales, así como al momento crucial que está viviendo este mundo convulsionado. Los requisitos en el hotel imponen inspecciones con perros entrenados a cualquier transporte, cinta de rayos X en el ingreso al lobby y custodios en cada piso que deambulan sin disimulo entre los turistas. En algún momento estos extremos pueden resultar agobiantes así como la institución de la propina, una práctica que obliga a tener a mano dinero de manera permanente para satisfacer cualquier servicio, por pequeño que sea; me he encontrado en un baño sólo para lavarme las manos antes de almorzar y la mujer que lo cuidaba se precipitó a abrir la canilla para reclamar luego por el gesto su billete…. Pero son pautas que hay que tolerar para disfrutar de los tesoros antiquísimos que guarda Egipto e, impertérritos, han desafiado al tiempo y a los hombres desde el desdén que impone su milenaria presencia.

Museo Egipcio

Museo EgipcioAhmed se llama el guía que nos acompaña al Museo Egipcio, un edificio que resulta impresionante por la riqueza histórica que guarda pese a que su superficie ya no resulta adecuada por la cantidad de piezas que posee y porque aunque es imponente se encuentra visiblemente deteriorado. El proyecto para el traslado del patrimonio cultural a un lugar nuevo está en marcha pero su inauguración fue pospuesta una y otra vez; parece que en 2017 estará concluido el emplazamiento futuro. Tampoco cuenta con tienda de recuerdos, imprescindible en cualquier museo, porque fue saqueada en 2011 con una pérdida económica enorme debido a la cantidad de joyas de oro y piedras preciosas que se encontraban a la venta, imitaciones de lujo de las exhibidas en el interior.

El Museo cuenta con una colección increíble en sus dos plantas pero quien atrae más visitantes es el faraón niño Tutankamón, que gobernó Egipto desde los 8 hasta los 19 años de edad y falleció sin descendencia. La colección de objetos encontrados en la tumba famosa que descubriera el arqueólogo Howard Carter en el Valle de los Reyes incluye la máscara mortuoria de oro con incrustaciones de lapislázuli, turquesas y coralina. Todo el ajuar, tronos, camas, sarcófagos de madera recubierta de oro, joyas y hasta maquetas de los barcos con los que se trasladaba se encuentran allí, dando cuenta del poder y la riqueza que el joven faraón, como corresponde a un buen egipcio de su época, imaginó perpetuos: la bellísima urna tallada que registra la fotografía tenía por único objeto depositar sus vísceras extraídas en el proceso de momificación.

Consecuentes con el dios Osiris a quien rendían tributo, que había sido resucitado por los buenos oficios de su esposa Isis, los egipcios creían en la posibilidad de retorno a la vida siempre que la persona hubiera guardado un comportamiento adecuado, pero también dependía el muerto de las plegarias y de la pericia de los sacerdotes que aquí se quedaban un tiempo más. El rito de la momificación para mantener bien conservado al difunto así como el entierro con sus bienes, adunado a las oraciones, permitía alcanzar la vida eterna simbolizada en el ahnk.

No sólo los nobles gozaban de esta deferencia: los animales eran tótems sagrados ya que varios de ellos representaban a alguno de los dioses, en consecuencia se momificaban gatos, monos, aves, que pueden observarse en una de las salas del museo. La cuidadosa evisceración del animal se cumplimentaba con la misma dedicación que la de los faraones, cuyas momias también se encuentran en una sala especial: Set I, Tutmosis IV y el sempiterno Ramsés II con su esposa nubia Nefertari. Este último es una presencia omnipresente en el museo ya que su impresionante estatua preside la sala de ingreso junto a la única pieza que no resulta original: la Tabla Roseta sólo es una buena copia de la reveladora antigüedad cuyo original se encuentra en el Museo Británico.

Claro que no alcanza una mañana para recorrer la totalidad de la superficie, aprender acerca de la vida de los egipcios, empaparse del rol que cumplían el papiro y el loto que se encuentran en los jardines de la entrada y tenían carácter de plantas sagradas… Conviene haberse informado previamente respecto de los períodos comprendidos ya que el museo abarca desde el Imperio Antiguo hasta la época romana, para disfrutar sin que el exceso de nueva información perturbe el paseo.

Nos vamos habiendo aprendido algo más acerca de esta fascinante civilización y con una buena colección de fotografías; después de almorzar le pregunto a Ahmed acerca de las esencias egipcias que abastecen el mundo de los perfumes y en un soñado sitio pleno de fragancias adquiero, entre otras, esencia de flor de loto: el amable vendedor me regala un incensario y varios frascos tallados que atesoro como recuerdo.

La Ciudadela de Saladino

Ciudadela de SaladinoSalah ad Din construyó la fortificación en el año 1176 en un lugar estratégico, desde el que la vista panorámica le permitía controlar la posible llegada de los cruzados. Desde entonces fue residencia de los sucesivos reyes durante 700 años hasta que el sultán al Nasir ordenó la demolición de la mayoría de los edificios, conservando solamente las murallas originales y la mezquita.

El siglo XIX también fue pródigo en destrucción con la Ciudadela, ya que Mohamed Alí quería su propio templo y necesitaba espacio para construir una mezquita similar a la situada en Sultanhamed en Estambul, famosa esta última por su color azul. La nueva estructura religiosa de Alí es conocida como la mezquita de alabastro por haberse empleado dicha piedra en su composición, lo que la dota de un color blanco tiza peculiar. Posee un reloj en el patio que nunca funcionó, regalo del rey Luis Felipe de Francia a cambio del obelisco que París luce en la plaza de la Concorde.

Los edificios se encuentran en reparación y el estado de abandono al que fueron sometidos se aprecia a simple vista, habiéndose emprendido una obra de sostén y restauración de las estructuras. La visita a la mezquita es interesante porque se encuentra en estado original a excepción de las lámparas que se han sustituido por otras de vidrio común; en su interior ha sido emplazada la tumba de Alí.

Sin perjuicio de lo expuesto, la Ciudadela de Saladino resulta imprescindible por su valor: la fotografía refleja belleza de la mezquita de alabastro, custodiada por la muralla que Saladino ordenó construir casi novecientos años atrás. Como todas las que ilustran esta entrada, resulta mérito exclusivo de Juan.


En El Cairo, el Museo Egipcio, la Ciudadela de Saladino

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