Mientras este domingo pululan muchas ofertas, comercialmente especiales, por el Día del Padre hay otros homenajes, que no pasan por la compra de un regalo. Vivencias pasadas y actuales, que cantan piedra libre al corazón y emocionan los ojos y el alma. Por ejemplo, hace años que mi papá no está conmigo, pero imposible no recordar como me amó. Desde el primer momento en que me fue a buscar, en que me tuvo en sus brazos, en que aplacó los miedos infantiles, a la hora de dormir. A pesar de que nunca supo contar cuentos y si historias; pero contaba como contaba mi mamá, historias de sus gentes, de sus parientes, de sus familias, de su pueblo y leyendas, guaraníes él, santafecinas mi mamá y así me quedaba dormida; la mayoría de veces en brazos de uno o de otro. Miro con nostalgia el día, que en el calendario ya no porta más un colorado, orgulloso, que anuncia el día del padre. Hoy indica feriado largo, por turismo. Ya sé, no se puede vivir del amor, ya lo decía Fito Paez, pero sin él tampoco. Y el cariño y los recuerdos amorosos lo recuerdan paso a paso. Tampoco puedo olvidar su formas de decirme te quiero. El sabía mis sueños, y cuando le dije quiero aprender a tocar guitarra, me compró una, para grandes; y no le importó ni lo cara que pudiera ser, ni que su tamaño redoblara el mío con creces. Me la trajo y su emoción no fue mis gracias, su emoción fue mi cara. Un caleidoscopio que en cada una de sus caras había un sentimiento. El de agradecimiento porque me había cumplido un sueño, el de felicidad y más porque él, me había hecho feliz. Tampoco podré olvidar su fruncimiento de seño, cuando le dije muy circunspecta: voy a estudiar periodismo. Sin embargo, a la semana ya había pagado mi matrícula, la primera cuota y además, de bonus track, encontré sobre la mesa del comedor, donde se comía en familia, se estudiaba o mamá cosía, la máquina de escribir. De las más modernas para esa época. Una rémington que hoy ya es una reliquia que se viste de antigüedad frente a sus contemporáneas computadoras personales. Y frente al regalo ni de oferta ni sin oferta, que hoy no voy a comprar, porque la dirección de envío no es local, mi regalo es escrito, tal vez en el alma y entonces allí, tengo la esperanza de que llegue. Tal vez ese es el sostén para enfrentarme al mundo, sin tener su espalda resguardándome y respaldándome. Y también, a veces pasa, que aunque se tenga papá, la vida te presta padre, por un rato. Mi hija, conoció a su tío Rubén, mi primo, a dos días de recién nacida. El, había seguido mi embarazo de lejos y con miedo. Después de dos abortos naturales, temía ilusionarse. Todavía no había sido abuelo, así que en silencio tenía una expectativa bárbara y más potenciada por su señora, mi prima, que siempre fue más verborrágica e histríonica que él. A las nueves lunas, mi hija después del hospital, pasó su primer día en el mundo en su casa, hasta que su papá volviera de trabajar y volviera por nosotras. El tío Rubén se emocionó muchísimo y aceptó de buen grado ser su padrino. Nos invitaba a su casa del tigre y no le daban las manos para fabricarle andadores caseros y diversiones. Le daba golosinas y la mimaba. La cubría de los retos y también, le contaba, historias del río, de su amado arroyo y de cuánto sabía. La vida nos separó por un trecho. Hace poquito nos volvimos a ver y el vio a la misma pequeña que llevó tanto tiempo de la mano, hecha una mujer y a su vez a punto de ser mamá. El tío Ruben ya es abuelo. Pero, según me dijo un pajarito jamás olvidó uno de los regalos hechos con el corazón. Cuando mi hija era pequeña y apenas alcanzaba la estatura de la mesa, le eligió un cucu y ella y solo ella quiso regalárselo para uno de sus cumpleaños. Cada vez que suena el cucu, marcha un recuerdo desde su corazón al de mi hija. Y se lo creo, por el brillo en los ojos, cuando posó su mano de hombre, trabajador, familiero, sobre el vientre de ella y simplemente preguntó: ¿cómo va eso? Como si se hubiesen visto ayer. Como si hubiese sido mi padre. Porque es lo mísmo que él hubiera preguntado. Con esa cercanía que da el cariño y la cotidianeidad de familia, que a pesar de que pasen los días y la vida, siempre es como si hubiera sido ayer.