Revista Diario
En el hospital
Publicado el 27 octubre 2012 por Encantada
Han operado a mi abuela y mi novia y yo hemos ido a visitarla al hospital.
En condiciones normales, el único revuelo que habría traído esta situación sería el propio de las circunstancias: los nervios por la operación, la preocupación del postoperatorio, el estrés de las visitas, la alegría por la pronta recuperación. Afortunadamente, ha habido poco de lo primero y mucho de lo último, pues la operación ha salido muy bien y mi abuela ha vuelto a demostrar que es fuerte cual elefanta. Pero la situación se ha movido entre lo tenso y lo insoportable durante días porque mis padres no nos quieren y eso complica al máximo cualquier evento familiar.
Mi abuela nos ha demostrado su cariño a mi novia y a mí en numerosas ocasiones. Incluso ha tratado de hablar con mi madre sobre lo absurdo de su comportamiento. Por eso, tener que visitarla a solas se me hacía raro, injusto, cruel y sin sentido. Pasé muchos días nerviosa y preocupada, sin saber cómo debía comportarme, hasta que supe que mi madre y mis tíos habían organizado turnos para acompañar a mi abuela (lo cual es muy normal en todas las familias, pero casi un milagro en la mía), y mi novia y yo decidimos presentarnos una tarde en la que sabíamos que mi madre estaría en su casa.
Una de las pesadillas que más se me repiten se parece bastante a esta visita. Mi novia y yo estamos en un lugar en el que mi madre puede aparecer de improviso, y de improviso, aparece. Por suerte, aquella tarde no apareció, aunque eso no logró calmar mis nervios, ni los de mi novia, ni los de mi abuela, ni los de mis tíos. No puedo asegurar qué les pasaba a cada uno de ellos, solo sé que, hasta que no me vi de vuelta en el coche, no conseguí volver a respirar con normalidad.
En momentos como este, me entristezco profundamente al pensar que mi vida podría ser muy sencilla si no se esforzaran tanto en complicármela. Y saber que ya no puedo luchar más contra ello, que he agotado todos mis recursos, me hace sentir muy cansada. Me queda, al menos, el consuelo de seguir liberándome interior y exteriormente; una liberación cuyos límites siento que estoy alcanzando, y no sé si sentirme plena o frustada por ello.
Por el momento, me quedo con que lo de mi abuela haya salido tan bien.
En ese sentido y por el momento, estoy encantada.