Revista Diario

En el mar

Publicado el 30 mayo 2013 por Alicia
En el mar
Hace un par de años fui de crucero por primera vez. Hasta entonces, sólo había viajado en barco en trayectos concretos cuando, debido a la insularidad, tuve que trasladarme con mi vehículo y, por eso, me sentía fascinada con la idea de vivir durante unos días en un inmenso edificio surcando los mares en busca de lugares distantes. El mar con toda su potencia rugiría bajo mis pies.
Resultó que la fecha elegida no era la mejor y, ya de entrada, nos cambiaron el primer destino porque lluvias torrenciales habían anegado Funchal. A cambio llegaríamos a Cádiz al día siguiente. Sin embargo, tampoco llegamos a nuestro nuevo destino: durante la noche un joven de 34 años se había tirado por la borda. No se descubrió el incidente hasta la mañana siguiente cuando sus padres, que habían insistido en que el viaje serviría para aligerar la depresión de su hijo, notaron su ausencia y dieron la alerta. Tras registrar el barco, el capitán tuvo que virar y volver a recorrer el trecho que habíamos avanzado desde su desaparición hasta ese momento.
En vano. El mar se había adueñado de su presa y, a pesar de que unos troncos flotando en la superficie nos hicieron dudar, el barco retomó su rumbo y, con la desesperanza colgando de popa,  llegamos a Málaga.
Desde el balcón de mi camarote imaginé el espanto de ver desde el agua cómo el gigantesco barco se alejaba envuelto en un ruido de máquinas, música y cánticos. ¿Cuáles serían sus últimos pensamientos? ¿Perdió el conocimiento desde un principio? o, por el contrario, sobrevivió a una lenta agonía de frío, angustia y soledad, en pleno arrepentimiento. Nunca lo sabremos.
Pero la vida sigue siempre adelante y el crucero transcurrió igualmente, con el pasajero o sin él. Para sus padres, el peor viaje de sus vidas, para los demás pasajeros, una anécdota más que añadir a sus bitácoras.
Y ayer, cuando iba a darme mi paseo diario junto al mar, observé que el fuerte oleaje había arrastrado hacia la costa algunos palos, una bolsa de plástico, una botella y, en medio de todo ese remolino, solitaria flotaba una zapatilla deportiva de hombre.

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