Revista Literatura

En el puente

Publicado el 02 noviembre 2011 por Netomancia @netomancia
El puente es vértigo, es final. Es el equilibrio entre la vida y la muerte. El puente lo resume todo. Allí está parado Romeo, con la vista al horizonte, en un amanecer sombrío, esperando el momento de partir.
La vida no es justa, piensa, mientras enumera sus penas. Son muchas, a pesar de la edad. A veces no es necesario vivir por años para comenzar a sufrir. El destino se empeña con ello. Una y otra vez.
La brisa lo hace oscilar. Sus piernas aún están firmes en el borde mismo, pero el eje vertical se mantiene recto. Cierra los ojos, una vez más. En parte para volar en el tiempo y en parte para ocultar las lágrimas que quieren viajar barranca abajo, sobre sus mejillas.
El viaje en los recuerdos no es muy lejos. Es hasta la tarde anterior. Cercana, palpable. Duele tanto como en ese instante. Su corazón siente parir el mismo dolor. La misma angustia.
Está con su novia, pero ella le es esquiva. Se muestra rara, contestando con monosílabos. El se exaspera, le grita. Ella lo empuja, lo insulta. Le dice que ya no lo ama. Y lo deja en aquel oscuro pasillo del colegio.
Sale a la calle, detrás de ella y la corre. La sujeta del brazo, quiere hablar, quiere preguntarle que le pasa. Pero lo rechaza, lo golpea con sus cuadernillos y le escupe la cara. Ahora si, la dejar ir. Se siente desorientado, incrédulo.
Entonces, sin pensarlo dos veces, sigue sus pasos. Desde lejos, para que no se percate. A medida que la tarde se va, las sombras juegan con su persecusión silenciosa. Toma un camino que no le conoce, un rumbo que no es su hogar. Y entonces, se detiene frente a una puerta y toca el timbre. Espera con su figura delgada y su cabello lacio, del color del sol. Alguien sale a recibirla. Y ese alguien la abraza y la besa.
El alma cae hasta el suelo, se desarma. Duele más que el escupitajo. Es un sabor amargo intenso. Y se cree morir.
Abre los ojos. El amanecer está en su esplendor, aunque no es brillante. El día no lo será. El puente lo sostiene sin mucha convicción. Respira profundamente, deja entrar el aire a sus pulmones y luego lo exhala. Una y otra vez. Está cansado, casi no ha dormido. El puente ya deja de llamarle la atención. Con cuidado desciende y comienza a caminar por la calzada. Su figura se va alejando a medida que el destino lo recupera para sus propósitos.
En el fondo del puente, varios metros más abajo de donde pasan los coches de un lado a otro, relámpagos ajenos a ese punto del planeta, los dos cuerpos yacen casi abrazados. Novia y amante, dormidos para siempre. Ya no respiran, ya no exhalan, ni lo harán jamás.

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