De Grasse se obtienen las esencias que las narices más importantes utilizan para la creación de exquisitas fragancias, verdaderas tentaciones para quienes somos devotos de aromas y elixires. Toneladas de flores se cultivan anualmente con este propósito, o bien se importan como en el caso del patchouli para elaborar las codiciadas notas orientales: no hay tienda que se precie en Grasse que no exhiba aguas de flores, potpourris y bolsitas de lavanda.
La Edad Media ya daba cuenta de la existencia de la villa en el siglo XI, donde comerciantes y mercaderes comenzaron a desplegar una intensa actividad comercial basada en el curtido de pieles; la importancia del lugar determinó el emplazamiento en el promontorio de la Catedral, hacia donde convergen las calles empedradas. Las pieles cedieron el paso a las fragancias en el transcurso del siglo XVIII habida cuenta del microclima propicio para el cultivo de flores y plantas: rosas, jazmines, violetas, claveles, azahares fueron extraídos y decantados a partir de la Revolución Industrial, perfeccionando de esta manera la fabricación y elaboración.
La Place des Aires se encuentra rodeada de antiguos edificios con arcadas entre los que se emplaza la fuente de Luis XV: a partir de allí se pueden recorrer los recovecos del casco antiguo, los puestos típicos y las pequeñas tiendas hasta arribar al Museo del Perfume, donde la estatua de bronce del vendedor de esencias preanuncia el mundo magnífico que se despliega en su interior. Y luego la experiencia aromática continúa porque las perfumerías más antiguas de Francia se encuentran en Grasse: Fragonard, Molinard y Galimard proponen visitas guiadas donde es posible descubrir los secretos de la fabricación, crear un aroma personal para llevarse como recuerdo y adquirir alguna de sus exquisitas y fragantes variedades.
La pasión por los perfumes no tiene lógica ni explicación: simplemente es, y hacia allí convergen otras disciplinas tan dispares como la filosofía y la química que congloban un mundo amplio y multifacético alrededor de una fragancia particular. A tenor de mi absoluta devoción por el universo de los aromas, la visita al Museo Internacional del Perfume fue una experiencia casi religiosa, porque aquí resulta posible conocer la historia de las fragancias desde el punto de vista de la perfumería como fenómeno social desde la más remota antigüedad. El patrimonio originado a partir de entonces ha encontrado difusión y vigencia en este museo, que no podía hallar ciudad más representativa que Grasse para su instalación.
En el año 1918 François Carnot, ferviente representante de la cultura y organizador de los Museos Centenales, organizó una exposición privada con el objeto de comenzar a difundir la historia de la perfumería, que se fue ampliando en 1921 por las sucesivas donaciones de particulares. Personajes tan representativos de este universo como François Coty y René Lalique fueron impulsores de la idea y algunos nobles como la vizcondesa de Moncorps enriquecieron con sus aportes la por entonces incipiente colección.
En el año 1989 se celebró el bicentenario de la perfumería francesa y el museo fue inaugurado en un edificio contiguo al antiguo convento dominico, y a partir del crecimiento devenido del patrimonio artístico en expansión fue necesaria su ampliación en 2006, contando actualmente con un espacio de 3.500 metros donde se exhiben objetos procedentes de los cinco continentes y que se remontan a las civilizaciones más antiguas: frascos, estuches, utensilios y hasta el maletín personal de María Antonieta, devota de las fragancias florales, se pueden observar una y otra vez en este paraíso perfumado.
La Catedral
Una vez traspasadas sus puertas, el interior de piedra contrasta con las obras de arte que se replican en sus paredes: tres cuadros originales de Rubens y una pintura religiosa de Jean-Honoré Fragonard que configura el paradigma del rococó con su cuadro El Columpio, la única de este género del pintor que fuera reconocido post mortem luego de haber fallecido en el más absoluto de los olvidos.
Los elementos de la liturgia merecen un párrafo aparte por su opulencia: oro y plata, piedras preciosas y mármol se destacan en el marco austero de la roca fría y propician un recorrido que incita a la reflexión por su contraste y por la paz gélida que trasuntan sus paredes.